Nov: anfitriona y p(o)etisa

  • En Noviembre de 2017, mi amiga Amelia, compañera de aventuras recurrente a esta altura de la vida sin invierno; vino a visitarme a Playa del Carmen. Amelia fue mi anfitriona en varias oportunidades en Costa Rica durante 2016 y luego también lo fue en Lancaster, USA en Junio de 2017 durante el mes en que estuve comprándome tecnología y equipos. Yo estaba muerta de ganas de que llegara a mi nuevo cotidiano transitorio en la Riviera Maya para poder invertir los roles y ser yo quien la recibiera y agasajara.

Clase: Turista Nerd

Además de los planes de turisteo, teníamos muchos planes bien propios de nuestra amistad un tanto nerd. Ella me iba a ayudar a escribir el post sobre mi estadía en su casa en Lancaster y también a grabar mi segundo spoken word poetry (poesía recitada a cámara) que ya me había estado ayudando a pulir vía Google Drive. Ah, cierto, nunca compartí el primero, se los dejo más abajo

  • Claramente no llegamos a incluir todos los planes nerd. Todavía les (y me) debo el post de Lancaster, el de New Orleans, y el segundo SWP que está pegado en la heladera con un imán precioso que compré en San Cristóbal. Amelia tenía apenas 10 días de vacaciones. Pasamos varios recorriendo Playa del Carmen en bici. Escapadas a la playa, cevichería junto al mar, cineclub en el Parque La Ceiba, cenas exquisitas por toda la ciudad, experiencia inaugural de buceo, chapoteo relajante en cenote… un éxito!

Pero yo no quería que Amelia se fuera de su primera visita a México sin haber visto aunque sea un poquito de Chiapas. Así que nos fuimos a Palenque en una escapada exprés. Exprés exprés: Dos noches en el bus y sólo una en la selva, pero valió la pena absolutamente. En ese viaje exprés pudimos juntar la visita a las mágicas ruinas de Palenque y a las imponentes cascadas de Roberto Barrios – mucho menos concurridas que Agua Azul y Misol-Ha pero, según los locales, igual de hermosas.

ADO y Cara-de-póquer

Al final de nuestro segundo día en Palenque estábamos mojadas, encantadas y exhaustas. Nos fuimos de la selva (a donde nos estábamos quedando) para el pueblo con tiempo de cenar y comprar una manta para el viaje (porque en el de ida el aire acondicionado del bus nos había congelado). Toda nuestra logística fue impecable. Llegamos a la estación de ADO 20 minutos antes del horario de nuestro bus cenadas, abrigadas y listas para dormir todo el camino. Pero claro… hecho el plan convocado el accidente.

Empecé a preocuparme cuando no veía nuestro bus en pantalla. Por no pecar de exagerada, esperé hasta que fuera el horario anunciado. Seguía sin aparecer, así que me acerqué al mostrador. Una empleada de la empresa me comunicó, con cara de póker, que ese bus llevaba 4 horas de atraso. Yo sé que hay buses permanentemente hacia Quintana Roo, así que le pedí que nos pusiera en otro. Con su cara inmutable bien entrenada, me dijo que para eso teníamos que no sólo esperar 2 horas y media más sino también pagar una diferencia de tarifa. Como si el descaro fuera poco, me dijo que la vendedora me tendría que haber avisado que el servicio que yo elegí solía venir con horas y horas de atraso y por eso nadie lo compra. (Al parecer agarra una ruta que está en muy mal estado y se atrasa). Mi mente no puede con su naturaleza racional y; mientras intentaba pelear por los derechos de Amelia y mío, pensaba que sería mucho más provechoso para la empresa cambiar el horario al que anuncian ese tipo de servicios y así poder venderlos. Pero no, aquí en México dejan que se atrase 4 horas y que luego nadie se lo tome (es verdad! Amelia y yo habíamos llegado en un bus prácticamente vacío). Acto seguido me preguntaba que pieza me estaba faltando para completar el rompecabezas ilógico que lleva a una empresa de transporte a manejarse así. Pero no hace falta torturarlos con los detalles de mi devaneo lógico frustrado ni mi discusión enardecida con la empleada-cara-de-póker. Perdí la lucha indefectiblemente y Amelia y yo tuvimos que poner 100 pesos más cada una. Pero eso no era lo peor, estábamos atrapadas en una estación de ADO por casi 3 horas.

Aburrirse es un horror

Entre la discusión enardecida que perdí y mi devaneo lógico frustrado; me alejé del mostrador enojada y de mal humor. Amelia se fue unos minutos y volvió con una cerveza camuflada: en realidad eran dos cervezas vertidas en un gran vaso de licuado con tapa y pajita. Su picardía surtió efecto y empecé a buscar dentro de mí la trabajada capacidad de controlar mis humores cuando todo lo demás ha escapado de mi control.

Nos volvimos a acomodar en otros dos asientos en una estación que estaba bastante llena de gente esperando. Mayas ataviados con sus ropas tradicionales, trabajadores con caras curtidas de sol, niños, ancianos, turistas europeos de mochila; todos condenados a esperar en la estación de ADO de Palenque. Había muchas caras de aburrimiento. Grupos cuyos integrantes no conversaban, ojos sobre los teléfonos. Muchas veces he pensado que el aburrimiento es algo así como una incapacidad, que una mente curiosa siempre puede encontrar a qué jugar. Le pregunté a Amelia si conocía algún juego y ella me explicó uno que jugaban con su familia cuando hacían largos viajes en auto. Consistía en encontrar en las señales palabras que empezaran con cada letra. Había que encontrarlas en orden y completar el alfabeto. El primero en hacerlo era el ganador. No me pareció gran cosa pero no teníamos nada mejor que hacer. Ya con eso el humor se aflojó. Sorbíamos del vaso cervecero y encontrábamos excusas para reír. Intentábamos hacernos trampa, yo me burlaba de que Amelia es un poco más chicata que yo y tenía que pararse y caminar hasta los carteles. Cuando ya íbamos más o menos por la r de risa, nuestro humor se había dado vuelta por completo y además habíamos empezado a llamar la atención de los otros pasajeros de la estación. Entre risas yo le decía a Amelia que el juego era una porquería, que tenía que haber uno mejor… todavía nos quedaba más de una hora de espera. No me acuerdo si llegamos a la z o no, porque de alguna manera se nos ocurrió otro juego. Quien me conozca ya sabe que tengo una especie de adoración hacia el concepto de juegos de suma no nula. Es que a mí me divierte más jugar juegos en que los participantes no competimos, sino que colaboramos. De hecho ni Amelia ni yo nos estábamos tomando la competencia muy seriamente.

Perder un bus, encontrar un poema

Nuestro nuevo juego de suma no nula consistía en intentar escribir una poesía usando sólo palabras que encontráramos en los carteles de la estación. Ya llevábamos un buen rato mirándolos así que medio que conocíamos nuestra materia prima. Amelia sacó una libretita y una birome y nos abocamos a la tarea. Nos divertimos muchísimo. Por supuesto que descartamos decenas de frases desopilantes. Reíamos a carcajadas. Una niña vestida de lila nos veía tan a gusto que se nos acercaba a ofrecernos galletitas y hasta una chupadita de su paleta (chupetín). Los ojos aburridos comenzaban a distraerse hacia nosotros. No sólo nos entretuvimos a nosotras mismas, sino que a nuestra audiencia captiva. La escena aburrida que alteramos haciendo nuestra poesía encontrada me hizo acordar a ejercicios de composición que hice en su momento con Lucía Russo y Lucas Condró (coreógrafos y maestros de danza argentinos) mientras investigábamos para una obra que estrenamos en el CCC en 2009. También hicimos cosas parecidas con el grupo de intervenciones urbanas de El Choque. Se trataba de salir a la calle y explorar lo común y lo fuera de lo común y percibir los efectos que hacer cosas fuera de lo común tiene en los testigos. Lo increíble es que lo fuera de lo común puede consistir en acciones ultra sencillas que en un contexto de alienación, rutina, aburrimiento tienen un poder poético inaudito: captan la atención, comunican, conmueven, desalienan, nos devuelven a un presente compartido. Todo eso pasó en la estación gracias a que nos propusimos encontrar un poema. Después de lograr la primera estrofa nos entusiasmamos y le dije a Amelia que íbamos a hacer fotos de todos los carteles para poder armar la poesía también con el material visual que le correspondía. Hacia el final de nuestra escritura casi que no queríamos que llegara el bus. Es que no nos sobró demasiado. Emprendimos el viaje de regreso a Playa con una poesía encontrada en el bolsillo y una anécdota de las más divertidas de todo nuestro tiempo juntas en México. Me acomodé en el asiento y tapé con la manta todavía risueña pensado qué bueno es tener capacidad de adaptación a las circunstancias, juegos de suma no nula y una adorable amiga nerd con la que pasar el rato.

Andenes

Tus cosas públicas,
mi escape de cuota.
Incendio la basura
antes de su hora.

Alto! Cambiemos de conducta.
La emergencia recicla seguridad,
deposita la magia en su lugar

Refréscate, cuídala,
recarga tu ruta.
Sismo compartido no separa
sed de salida única.