Nadie Pierde

Cuando tenía 7 años mi maestra de danza les dijo a mi mamá y mi papá que quería prepararme para que entrara al Colón. Yo estaba entusiasmada pero ellos dijeron que no. No querían que algo que yo hacía por gusto se convirtiera en una actividad en la que si no estaba entre las tres mejores no existía, una actividad en que mis compañeros de aprendizaje y destino serían mi férrea competencia. No les parecía ambiente para mi infancia ni la visión de la vida que querían inculcarme.

La hippie

Muchos años después de lo del Colón y algunos antes de todo esto del nomadismo digital, el freelanceo online, los viajes eternos, mi querido blog y las videocanciones; pasé varios años practicando una concienzuda frugalidad envuelta en una fiebre ecologista y “hippie”, como me dicen mi hermano y muchos amigos. Más allá de algunas cucarachas de más en la que era mi casa (porque me negaba a fumigar), esta fase dio sus buenos frutos.

En esa época practiqué vivir con poco dinero y dediqué mi mucho tiempo libre a estudiar cosas por mi cuenta: permacultura y sustentabilidad, pensamiento alternativo en ciencia, política, economía y sexualidad. Entre varias otras lecturas hubo un libro que me marcó, se llama: “Nadie Pierde” (o Nonzero en inglés). El autor, un biólogo, se dedica a mirar la historia de la evolución biológica y la evolución cultural a través del prisma de la teoría de juegos.

Ganadores y Perdedores

La teoría de juegos es un área de la matemática y clasifica los juegos en dos grandes grupos: los de suma cero, y los de suma no nula. Los juegos de suma cero son los primeros que se nos vienen a la cabeza: el póker, el ajedrez. En éstos juegos todo lo que el ganador gana es todo lo que el perdedor pierde. Son los juegos en que hay contrincantes, oponentes.
En los juegos de suma no nula hay lugar para más complejidad. Lo que sucede es que los participantes comparten total o parcialmente su suerte o crean una abundancia beneficiosa para ambas partes que no podría existir sin la colaboración.

Es el caso del juego de mantener la pelota en el aire que aparece en un capítulo de Friends, y al que los argentinos jugamos a veces en la playa con los pies. O un ejemplo menos feliz: dos autos acelerando cada uno en dirección al otro, el primero que abandona la trayectoria pierde. Pero si los dos ganan, los dos pierden. Ese es un juego de suma no nula, pero negativa: todo el mundo está peor después del juego que antes. En un juego de suma positiva, en cambio, todos ganan. Quizás no ganan por igual, pero ganan.
Este libro de Wright me fascinó y recomiendo su lectura a todo el que le interese esta idea. Después de leerlo, empecé a ver estos juegos en todas partes. Escribí una canción para ese álbum de Alai que nunca terminó de nacer (ya no me acuerdo si escribí la canción a raíz del libro o si compré el libro porque ya había escrito la canción y no podía creer la cercanía del título al estribillo, pero da igual). La canción se llama “Juegos Maravillosos” y el estribillo dice: no gano porque pierdas vos. A esa canción llegamos a hacerle un video cuya producción fue toda una oda a la colaboración en sí misma (otra historia aparte):

El Juego de la Silla

Si mi mamá y mi papá hubieran decidido mandarme al Colón, yo hubiera crecido compitiendo con mis compañeritas de suerte por el solo o el frente del escenario: algo que no hay para todas. El juego de la silla: la silla donde me siento yo es aquélla donde no se sentará el que pierda. Carencia. Hay otra versión del juego de la silla que es de suma no nula. En esta versión, el objetivo pasa a ser acomodarnos todos en las sillas que van quedando. Ahí aparecen la organización, la comunicación y la confianza. También juegan un juego de suma no nula los remeros en un mismo barco, quienes tienen objetivos en común, todos los que conforman un equipo.

Evolucionar será cooperar

En otra de las canciones del abandonado disco “con” de Alai cantábamos, influídos por mis lecturas apasionadas, optimistas y hippies:

El impulso vital entretejiéndonos
desbarata la ficción de todo este aislamiento.
De adentro a afuera todo es una gran red
que vibrará, vibrará, vibrará;
y evolucionar será cooperar

Lo que sostiene Wright en su libro Nadie Pierde es que la historia humana es la historia de interacciones de suma no nula. También sostiene que la historia de la civilización va siempre en dirección a mayor complejidad. De modo que, como los seres humanos compartimos destino y tendemos a complejizar nuestra organización; interactuamos de esta manera: colaborando para beneficio de todas las partes involucradas.
Desde que descubrí esta visión, busco llenar mi vida de este tipo de interacciones. Como hicimos Mark, Sze Lin y yo en la aventura que me premió con la compu portátil que me bautizó nómade digital (lee la historia). ¿Por qué quiero llenar mi vida de este tipo de interacciones? No sólo porque da mejores resultados en cualquier objetivo o acto creativo, sino porque quiero vivir así, la paso mejor.

La nube Trampolín

Las interacciones de suma positiva han enfrentado dos obstáculos a lo largo de toda nuestra evolución cultural. Para que estas interacciones prosperen se necesitan comunicación y confianza. Wright explica que la historia está llena de ejemplos en que, gracias a innovaciones tecnológicas que propician la comunicación y la confianza, se producen saltos en la evolución de estas interacciones. Creo que estamos experimentando uno de esos saltos.

Internet es una especie de usina aceleradora de la colaboración por su capacidad de generar redes transparentes y comunicaciones veloces y fiables. Foros, software open source, tutoriales, redes sociales, interacción peer to peer, crowdfunding, crowsourcing, la lista crece y crece. Sin ir más lejos, las plataformas para freelancear que me ayudaron a transformar mis defectos en virtudes y a independizar mi capacidad de generar ingresos de mi ubicación geográfica.

¿Soy Libre?

Asocio naturalmente la noción de libertad con la de hacer cosas porque sí. Hacer como un fin y no como un medio para un fin.
Vengo del arte escénico, de la música, de la danza y del arte visual. Todas esas actividades empecé a realizarlas porque sí, por placer. Por eso también asocio la libertad con el disfrute.

¿Cómo entra el trabajo en todo esto? El trabajo es la acción en pos de un fin por excelencia. Nada más lejos de los “porque sí” liberadores. Trabajar es intercambiar, es hacer algo para otro, algo que otro quiere.
¿Cómo puede entonces el trabajo ser una expresión de mi libertad?
Mucha gente cree que hay que viajar para sentirse libre, o trabajar lo menos posible, o no hacer nada para otro. Y aunque me encanta este estilo de vida viajero y me siento libre viviendo así, quiero creer que si algún día vuelvo a instalarme en un sitio seguiré sintiéndome libre. Digo, no me siento libre porque viajo. O porque trabaje poco. En realidad trabajo un montón, pero disfrutándolo. Me siento libre porque mi trabajo es otra manera de desplegar mi singularidad. Otra manera de construir relaciones y micro realidades que congenian con ésta, o sea, conmigo: relaciones de trabajo de suma no nula que considero justas y por eso puedo disfrutar.