Lancaster: un refugio en la América reaccionaria

Después de una pseudo luna de miel super reflexiva en Cuba, Pasku y yo volvimos a Playa del Carmen por un par de semanas más. El siguiente destino para mí sería Lancaster, Pensilvania, Estados Unidos. Mis objetivos: estrenar mi visa, visitar a mi amiguísima Amelia (de la que quizás ya leyeron algo por aquí: me hospedó en CR al principio de mi año sin invierno y nos terminamos haciendo íntimas amigas) y renovar mi equipo audiovisual un país con gran variedad, infinito stock y, probablemente; los precios más competitivos del mundo.

Primeras impresiones

Llegué a Lancaster el 1ro de Junio de 2017 y Amelia y su hermana Jaqueline fueron a buscarme al aeropuerto de Philadelphia, a 3 horas de Lancaster. Nos fuimos directo del aeropuerto a casa. Lancaster es una de las ciudades no portuarias más antiguas de Estados Unidos, lo cual explica sus edificios de brickwork y calles estrechas. Amelia y sus hermanas viven en una preciosa casa angosta estilo inglesa, con 3 plantas y un jardín bien British. Ella me había adelantado que Lancaster es una ciudad bastante progre, con muchos inmigrantes y la mayor cantidad de refugiados per cápita de todo el país. Caminando por las pintorescas calles de la ciudad, uno se encontraba con letreros de bienvenida y respeto intercultural colgados de las puertas de las casas y negocios. Además, la región concentra las comunidades amish y menonitas más grandes de Estados Unidos y se los puede ver vendiendo sus productos agrícolas en los mercados, paseando en sus carros por los caminos o incluso curioseando en las galerías de arte.

Llegué a Lancaster justo cuando la primavera comenzaba a transformarse en verano. El clima era perfecto. Aunque me tocaron algunos días de lluvia más frescos, la mayoría de los días fueron soleados y con una brisa deliciosa. Ni frío ni calor, ideal para caminar y perderse por sus muchísimas tiendas, galerías de arte y cafés locales.

Tierra de consumo


  • Al principio tuve un pequeño shock cultural a causa del exceso de opciones de consumo. Una y otra vez Amelia y yo nos reíamos porque me encontraba teniendo que elegir una opción entre decenas de opciones para cosas tontas (especialmente comida y bebida). Pasaba de un sobrecogimiento a otro, siendo incapaz de decidirme sobre cientos de opciones en cada pequeño acto de consumo cotidiano. Eso explica el hecho de los norteamericanos que andan viajando por el mundo a veces parezcan hinchas pidiendo pequeñas alteraciones a lo que se les ofrece en el menú… es su cultura!

La fiesta del consumo local




  • Al día siguiente de mi llegada, tuve la oportunidad de ir al First Friday, un evento que organiza la comunidad local los primeros viernes de cada mes. Además de food trucks y stands con promociones la ciudad se llena de arte callejero y gente curioseando y compartiendo. Fue un buen comienzo en una ciudad con la que me encariñaría rápidamente.

Paradoja parabrisas


A los pocos día de mi llegada me tocó vivir una curiosa paradoja. El auto de Amelia amaneció con el parabrisas trasero estallado. Justamente en Estados Unidos, la tierra con más paranoia sobre la seguridad y la más segura por la que yo hubiera viajado, me tocaba ser víctima colateral de un acto de violencia anónimo y gratuito, sin destinatario ni propósito (no habían robado nada). Así que nos tocó buscar la solución al problema que empezaba por limpiar el auto de las miles de astillas de vidrio. A esta altura ya había visto que en USA hay drive thrus y máquinas hágalo-usted-mismo para todo (copias de llave, impresiones) porque contratar humanos para ofrecer servicios es caro; pero ésta no me la esperaba: una máquina autoservicio para aspirar vehículos, con una tarifa por tiempo. Nos tocó jugar a aspirar todas las astillas lo más rápido posible!!

Turismo rural, cultural y gastronómico

No fui a Lancaster con el objetivo de turistear, sino de visitar a mi amiga y comprarme equipo. Sin embargo, la ciudad invita a disfrutarla y terminé haciendo, comiendo y bebiendo de todo. Así que quiero darles una idea de cómo disfrutar de Lancaster si alguna vez les toca pasar por ahí. El pujante entorno rural se siente por todos lados. No sólo tienen el mercado de agricultores con más años de operación ininterrumpida sino que hay cervecerías artesanales, restaurantes de todos los colores y hasta viñedos. Amelia trabaja en uno de ellos: Waltz. Fuimos un día a hacer la degustación que ofrecen al público junto con un tour por las viñas y la planta. Mmmmm… recomendadísimo!

El primer día libre que Amelia tuvo durante mi estadía, nos fuimos a caminar por Susquehana con una de sus compañeras de trabajo. Los senderos están a media hora de la ciudad y nos entretuvieron toda la mañana.

Hay además en Lancaster dos teatros que baten récords. El Fulton Theatre se lleva el récord de años de de operación continua del país y el Sight and Sound ostenta el escenario más grande de Estados Unidos. Nosotras fuimos al Fulton y el edificio en sí constituye un paseo interesante. Vimos una comedia musical de Disney que, aunque no sea mi género favorito, contaba con una técnica impecable en sus interpretaciones y puesta en escena.

Amelia me llevó a comer a todos sus lugares favoritos y estaban buenísimo. Si pasás por Lancaster no te pierdas los panqueques de Rachels, la comida italiana de Luca ni la fantástica cerveza de la Lancaster Brewing Company.

El último consejo es que intentes conseguir una bicicleta. Lamentablemente, el estilo de vida norteamericano se apoya mucho en el vehículo personal y el transporte público deja bastante que desear. Por suerte, Lancaster es plano y era primavera, así que con un poco de suerte (lee la historia de mi bici!) pude darme el gusto de moverme en bicicleta en los horarios que Amelia y sus hermanas trabajaban.

A volar al viñedo

  • Durante mi última semana en Lancaster me llegó el ansiado drone Mavic Pro. Hacía años no sentía la excitación que sentí al abrir ese paquete y encontrarme con un artefacto completamente desconocido para mí. Un robot volador con cámara, una aeronave!! Sentí que vivía en el futuro. Conforme leía los manuales crecían mis ganas de volarlo, pero no no me animaba a hacerlo en medio de la ciudad por cuestiones legales y técnicas. Quería que mi primer vuelo fuera en un espacio abierto, con mucho margen de error. Afortunadamente todavía me daba el tiempo para colarme en una jornada laboral de Amelia y su hermana Briege en los viñedos Waltz.

Amelia me aseguró que los dueños no tendrían problema y eso me daba un espacio abierto con margen de error sin invadir la privacidad de nadie. Además de despegar el drone por primera vez (qué emoción!) tuve la oportunidad de conversar con Nancy, la abuela Waltz, nacida y criada en esas tierras que nunca había abandonado. Es una señora de 70 y pico de años con una gran curiosidad por mi lado del mundo y mi estilo de vida. Me contó que no había viajado mucho porque en su familia sólo había tenido dinero para educar a una de sus hermanas. Quizo saber cómo me iba en los cruces fronterizos entre países, y discutimos brevemente la política migratoria de su gobierno actual. No estoy segura de cuál era su postura frente al tema, pero me escuchó con respeto e interés mientras me ofrecía un café y una porción de torta casera.



  • Mis días en Lancaster iban terminando y me tocaba hacer entrar todas mis nuevas tecno adquisiciones en mi equipaje de siempre para que Amelia y yo nos fuéramos a New Orleans desde donde yo volaría a Nicaragua una semana después…