La visa para USA

Armar un viaje es una tarea curiosa. En general, más que el viaje, yo tiendo a armar las circunstancias que creo propicias para que se dé un viaje ameno. Armar un viaje me parece de una obstinación y control contrarios a lo que suelo necesitar cuando emprendo uno.

De todas maneras uno se anticipa. Revisa escenarios posibles, acomoda. Y haciendo ese ejercicio me di cuenta de que si iba a estar varios meses dando vueltas por Centroamérica sin itinerario fijo y con ganas de la mayor libertad posible de cambiar destinos o ir a donde el viento me lleve(nunca se sabe dónde aparece un proyecto, el año pasado terminé trabajando en Europa!); me convenía tener una visa para los Estados Unidos.

Desde que se me ocurrió hasta que lo hice, dudé bastantes veces. Me daba fiaca, tengo problemas de conducta con los mundos de la seguridad y la autoridad. El escrutinio de mi identidad y aceptabilidad despierta la punk que hay en mí. Y es bien sabido que para sacar la visa para USA hay que mostrarse modosito y adaptado. En fin, tenía conflictos idiotas, pero me obligué a hacer el trámite. Gracias, me digo.

Después de los formularios online con bastantes datos y unas cuantas preguntas irrisorias (ej: participó alguna vez de una organización terrorista?) hay que ir y sacarse la foto a un lugar en Palermo. Al día siguiente de todos esos pasos rutinarios era la hora de la verdad en la embajada. Era una mañana hermosa y la pedaleada desde mi casa fue muy agradable. Até la bici y crucé, porque no estaba permitido atarla del lado de la embajada. (grrrrrrr número 1)

Había cola, pero avanzaba rápido. Cuando me tocó entrar, 15 minutos después de llegar a la cola, me preguntaron si tenía celular. Claro que tenía. Yo sabía que no se podía entrar con el teléfono pero imaginé que lo guardarían ahí en la entrada hasta que saliera. No imaginé que pretendieran que anduviera todo el día sin teléfono. Pero no, el guardia me mandó a guardarlo a la vuelta, no entendí bien a la vuelta dónde pero me fui refunfuñando y domando a la fiera que se me escapa por la mirada y el gesto cuando me indigna la ridiculez. (grrrr número 2)

Era una vuelta grande. A mitad de camino me empecé a desanimar y volví a preguntar a dos guardias de la embajada cómo era eso de que había un lugar donde guardar el teléfono, porque no veía ni un solo negocio cerca. “Ahí en esa camioneta hay un señor que te lo guarda, no tiene nada que ver con la embajada pero está ahí hace años.” La frase era evidentemente ridícula, y me acerqué a la camioneta medio sorprendida por la escena desopilante y medio mascullando mi gruñido número 3.

Pero el misterioso personaje de la camioneta desarmó el gruñido y me lanzó de lleno hacia la sorpresa. Era un hombre grande, probablemente de más de 70 años y estaba leyendo un libro de Bauman en su camioneta bunker medio vieja, sucia y desaliñada. Me saludó con sincera pero exagerada simpatía, le hice un comentario del libro, porque lo había leído. Mientras guardaba mi teléfono en una ziploc con un papelito con un número adentro, me daba charla.

Yo me sonreía por dentro. Estamos en la Embajada de Estados Unidos pero en Argentina. Por eso dejo el celu acá con este personaje que tiene claramente una historia de vida y un semblante fuera de lo común, todo lo contrario de lo que se percibe en una cola para una visa. Esto del celu en la camioneta es una desprolijidad, una incomodidad, una ridiculez y hasta un pequeño robo (me cobraba 50 pesos por tenerlo ahí), pero en ese momento me alegré de que conservemos algunas de éstas en nuestro acervo cultural. Ni la embajada de USA se salva. Me refrescó el ánimo y volví al rebaño con mejor humor.

Cola, entregar pasaportes. Cola, huellas y fotos. Cola, recuperar pasaporte. Cola, ventanillas dispuestas como si fueran las cajas de un banco, ambiente ruidoso. Ahí era la hora de la verdad. Se venían las preguntas de quién sos, cómo sos, cuándo venís, cuándo te vas, por qué te fuiste y… Me llamó un chico más o menos de mi edad, alto, muy blanco y serio.

Yo había decidido decir la pura verdad. Es de tonto querer mentirle al gobierno de Estados Unidos, y además qué se yo qué es lo que quieren escuchar! Había llevado mi título de propiedad de un ph en capital como para mostrar que tengo raíces acá y vaya a saber qué otra cosa. Pero a este muchacho no le interesó. Me preguntó por mis planes, y cuando se los conté me preguntó cómo me podía permitir estar tantos meses en Centroamérica. Tuve miedo y respondí lo único que podía responder: “Trabajo por internet”. No transpiraba pero sí me sentía como esos dibujitos animados que transpiran por nervios.Me preguntó algunas cosas más y se puso a tipear frenéticamente. Esos segundos de tecleo se me hicieron un poco largos. Bueno, pensaba yo, tampoco es que me muero de ganas de ir, va a ser bueno saber si me lo permiten o no.

“La visa está aprobada”

Me fui contenta. Una puerta más abierta. Para conectar vuelos baratos, para comprar tecnología, para visitar adigitalizaciones-1030212 algunxs amigxs. Caminé satisfecha hasta la camioneta del lector personaje. Me dio el celu, me dijo varias frases muy amables y me dio un papelito que tenía preparado para mi con nombres de autores que me podían interesar. Le agradecí mucho, me contó en resumen las visiones de algunos sobre el futuro de la humanidad. “Ideas muy lindas. Yo no lo voy a ver, pero vos sí”