Diciembre y las próximas veces

Despierto en Playa del Carmen sintiendo toneladas de pereza. El silencio y la luz anaranjada de la mañana son exquisitos, así que me quedo en la cama disfrutando de hacer nada. Este mes fue demasiado intenso y necesito desesperadamente al silencio y la nada. Entre la cascada de imágenes recientes y sentires desordenados, me doy cuenta de que triste y todo, agotada y todo; me siento muy a gusto en mi casa.

Llorar en casa

Sí, resulta que tengo un hogar en Playa del Carmen. Sé que es transitorio, como todos mis cotidianos. La primera vez que pisé esta ciudad chica o pueblo grande que es Playa del Carmen, jamás me hubiera imaginado que mi próxima parada prolongada sería aquí. El 5 de Mayo de 2016, 10 días antes de cambiar mi estilo de vida y dejar mi hogar de Buenos Aires partiendo hacia mi año sin invierno; escribí un post cortito que se llama “últimas y primeras“. Fue un ejercicio para desmantelar la melancolía que teñía mis últimos desayunos en el espacio de seguridad y comodidad que había estado construyendo durante 10 años. Ayer recordé ese post después de abrazar a mi papá parados junto al colectivo que se lo llevaría al aeropuerto de Cancún. Estos últimos 10 días mi papá estuvo de visita. Por primera vez mi papá me visitó en otro país. Probablemente no sea la última; porque claramente yo ya no vivo en Argentina. Hoy, 24 de Diciembre de 2017 espero mi desayuno en un local de comida orgánica y saludable en la calle peatonal de Playa del Carmen. La cama, el silencio y la luz naranja fueron exquisitas hasta que me agarró hambre. Esta mañana también estoy melancólica, o algo así. Ayer me abalancé sobre la calma de la casa con litros de llanto. Después de un mes de visitas ininterrumpidas, después de abrazar a mi viejo, después de que muriera mi amado Cachafaz (el mejor gato del mundo) en los cariñosos brazos de mi hermano y mi cuñada, después de que Pasku se lesionara la rodilla y nuestros planes inminentes de Indonesia se frustraran, después de la imágenes desgarradoras de una Argentina que va hacia donde creí que iría cuando (y por lo que) decidí irme yo.

El agua quieta

Gracias a ese llanto agitado mi melancolía era más tranquila esta mañana. Hace tiempo que me tomo el llanto con la naturalidad y aceptación con la que solemos tomarnos la risa. Impulsos corporales que liberan energía que no puede quedarse ahí. Como el gas en una gaseosa. Es destapar y que suba. Lo que queda es alivio, el agua quieta para flotar sobre ella, para contemplar, para reflexionar. Por eso tirada en la cama, flotando la tranquilad del silencio y la luz de la mañana; junto con el hambre y la desidia me vinieron ganas de escribir. Ahora ya me trajeron el muesli y el jugo de naranja y estoy a mitad de un post que se me desordena conforme avanzo. Como la vida. En la mesa a mi derecha, dos amigas sordomudas conversan. Una pareja calla en la mesa a mi izquierda. Lo sé por sus cuerpos y no por sus voces: tengo auriculares que me protegen del pop gringo que suena en esta terraza. En unas horas esto será un hervidero de idiomas, vendedores y pieles embadurnadas de protector solar que festejan escapar del invierno por una o dos semanas.

Dolores de verano

Yo me escapé del invierno hace casi dos años pero los dolores también duelen en verano. También hay angustia en el paraíso de una vida a mi medida, en movimiento, con deportes en el paisaje, sorpresa, aprendizaje y quereres viejos y nuevos que se entrelazan. Es más, es bueno que la haya. Es necesario, es imprescindible, es saludable. Ayer lloré con fuerza y temblores para luego llorar discretamente mientras hacía de comer. Varios estallidos de sollozo fueron interrumpidos por risas, autocrítica, conciencia de la superposición de sentires y sentidos. Se amalgaman los recuerdos recientes: mi papá buceando conmigo, trabajando a mi lado en la cocina mientras fuera caía una lluvia estrepitosa, la lesión de Pasku, el hecho de que pasaremos nuestro primer aniversario separados. Ayer entre todo el llanto, Pasku me hizo reír mientras me abrazaba. Me acarició la cabeza mientras no podía hacerme reír. Hablamos de lo que nos pasa. Pasa…del verbo pasar. Como el llanto por el cuerpo, como la risa por los músculos, como mi papá por mi casa.

Su primera vez

Es interesante cómo se transforma la relación con los padres conforme uno crece. Quisiera tener otra palabra para designar al conjunto plural heterogéneo de padres y madres. Una que no eliminara a las madres. Pero ese es tema para otro post (que también se viene). Lo que quiero contarles ahora es que el jueves llevé a mi papá a bucear. Jamás había buceado. A sus 66 años de edad, mi papá hizo algo por primera vez, impulsado por mí: su hija de 33. Yo buceé por primera vez en Octubre del año pasado, y desde entonces se fue volviendo progresivamente algo más y más cotidiano en mi vida. La semana anterior a que llegara mi papá fue también mi primera semana como fotógrafa en un centro de buceo.

Creo que fue abajo del agua que me di cuenta de que este evento que tanto me emocionaba constituía una pequeña y feliz inversión de roles. Porque son los padres y las madres quienes nos acompañan en tantas primeras veces. Años y años de primeras veces que atestiguan, guían y hasta temen. Nosotros los hijos, en cambio, si la vida no hace una cruel excepción; estamos destinados a ser los guardianes de sus últimas veces. Pero qué alegría burlar los designios naturales un ratito y alentarlo a mi papá a hacer algo por primera vez. Llevarlo a mi mundo, experimentar la paternidad y la hijez?? (¿por qué no tenemos un sustantivo abstracto para designar el rol de hijo?) en una adultez mutua, en que los roles pueden conmutar según la circunstancia gracias a que yo emprendí mi camino y él está super sano.

Las fotos de buceo que tengo con mi papá son gentileza de la hermosa Adri, fotógrafa de Bahía Divers a quien cubrí una semana, debutando así como fotógrafa en un centro de buceo.
Los 45 minutos que pasamos mi papá y yo bajo el agua fueron especiales. No logré relajarme por completo, me sentía responsable por él y quería que se sintiera seguro. Mientras sacaba fotos y experimentaba la novedad de sentirme así, también me reía de mí. Aún con esa pequeña pero persistente preocupación, viví la experiencia como un triunfo, una conquista, un regalo mutuo. Ojalá a mis 66 años yo todavía me atreva a hacer cosas por primera vez. Ojalá tenga una hija, o un sobrino o amigos que me alienten porque me creen capaz. Ojalá llene mi vida de relaciones sanas con roles conmutativos. Ojalá haya próximas veces para intercambiar roles con mi papá.

Primeras y próximas

Estas son para mí fechas irritantes. Nunca me gustaron las fiestas y la perorata de sensiblerías superficiales que venden. Sin embargo, es difícil escapar del balance anual que impone el calendario y la sensibilidad a la que nos inducimos colectivamente. Más aún cuando Pasku y yo empezamos a estar juntos un 30 de Diciembre, mi papá se va el 23 y estamos viviendo un mes de mucho torbellino, duelos y dolores. En últimas y primeras me daba cuenta de que la operación de etiquetar algo como la última vez era tramposa, porque esa etiqueta es susceptible de ser re definida por lo que está por pasar. Es decir, está en permanente revisión. En cambio las primeras veces son inconfundibles y objetivas porque las definen lo que ya pasó, o no. La primera vez que hago algo no puede ser cambiada de categoría por algo que haga después. Ahora, mucho más de un año más tarde y atravesada por un montón de emociones y una situación complicada; me encuentro pensando en las próximas veces. Pienso en la próxima vez que surfee, porque ya lo extraño mucho. La próxima vez que vea a mi papá. Dónde será, cómo será, ¿haremos algo por primera vez la próxima vez que estemos juntos? Pasku y yo pensamos en la próxima vez que el apoye el pie izquierdo, la próxima vez que bucee, la próxima vez que pueda alzarme para jugar a que soy más alta y no tengo que hacer puntas de pie hasta su boca. Lo veo vender el equipo de buceo que recolectó durante su prolífica estancia en Playa del Carmen y la escena me conmueve. Es un cierre de etapa y como tal duele, pero también es un símbolo de sus logros y es la manera de juntar el dinero para renovar equipo, para comprar su próximo equipo de trabajo.

Final, Comienzo, Paciencia

Las últimas veces son el cajón de la melancolía, cerrado por la muerte o alguna otra pérdida definitiva. Ahora que Cachafaz murió, sé exactamente cuándo fue la última vez que durmió pegadito a mi panza y me ronroneó dulcemente mientras los dos nos desperezábamos en la mañana. Las primeras veces son la puerta que se abre, los poros que se dilatan, los ojos que se iluminan, la razón que descansa, el pecho que se estira. Es imposible olvidar que Pasku y yo nos besamos por primera vez un 30 de Diciembre. Ese beso sabía a comienzo. Pero este Diciembre tan agridulce es el Diciembre de las próximas veces. Ellas son el sol por la ventana cuando toca hacer reposo, la fantasía escrita en el diario, la habilidad de convertir los accidentes en nuevos planes disfrutables, el pensamiento que alimentar cuando los vientos no son favorables, cuando nuestros deseos encuentran obstáculos o cuando nos toca estar lejos de quienes queremos cerca. Ahora, pensando en las próximas veces, podré comprobar cuán entrenadas están mi flexibilidad y resiliencia. Es en la tormenta que se ve el talento del marinero. Feliz año nuevo. Felices próximas veces.