Viajeros: ¿buenos para el mundo?

Mientras estaba en Nicaragua a pleno Grind Camp, me habló por facebook una chica de nombre exótico: Sharhzad. En el chat, Shar me dijo que quería que habláramos por teléfono para contarme más de su startup. Está desarrollando una plataforma de inteligencia artificial para ayudar a viajeros a monetizar su contenido; y así poder seguir viajando. Ella cree que los nómadas son (somos) piezas clave para el desarrollo social de la humanidad y por eso está tan feliz de estar creando TravTribe. Sus palabras resonaron conmigo y cierta paradoja a la que nunca antes le había prestado demasiada atención. Resulta que yo también pienso que viajar abre la cabeza y el corazón, trabaja la empatía y la sensación de cercanía con culturas e individuos muy diferentes a nosotros. De esto se alimenta la imagen romántica del viajero idealista y frugal que sale a recorrer el mundo y bañar de él su mirada inocente y bien intencionada. Es cierto que algo de eso hay (y que ego mediante me identifico un poco con ese personaje), pero también es cierto que hay quienes lejos de alimentar ese estereotipo, lo apedrean con sus borracheras irrespetuosas y su viaje prefabricado; desgastando caminos que les son vendidos como románticos o aventureros. Sí, corremos el riesgo de engrosar las filas de un mercado creciente que malpaga, usa y abusa. Entrar y salir de los países sin realmente hacernos conscientes de las circunstancias de quienes nos acogen, sirven y guían; y muchísimo menos de quienes viven por ahí pero no trabajan en turismo. Entonces..¿es cierto que los viajeros (o nómadas) constituimos un actor social clave hacia una humanidad más empática; o se trata sólo de una imagen que nos gusta pero que no concuerda con lo que se da en los caminos, hostels y paisajes?

Por qué sí

Partamos de la base de que las generalizaciones son peligrosas. Son lo que un mapa a un terreno. Aproximaciones, abstracciones que borran detalles para percibir rasgos generales y patrones. Hay viajeros de todo tipo, y hay personas que van pasando de un tipo a otro según la etapa de la vida, el destino, con quien viajan y una infinita lista de etcéteras. No quiero dedicarme a distinguir viajeros, de turistas, de expats (palabra polémica), de nómades, de migrantes. Las categorías tienen tanto diferencias como límites difusos, se superponen. No es lo mismo salir de viaje 6 meses con ahorros, 15 días con la tarjeta de crédito o estar cambiando periódicamente de circunstancias durante varios años, trabajando al mismo tiempo. No es lo mismo mudarse por aburrimiento que por no poder expresarse en casa o por desesperación económica, política, social. Sin embargo, es cierto que a todo el que viaje le conviene entrenar su capacidad de adaptación. Necesitamos tener suficiente solidez para no deshacernos en cada nuevo medio; pero también suficiente liquidez para adoptar la forma propuesta por cada circunstancia-cauce y así continuar en movimiento. Esta práctica se acerca mucho a las ancestrales de meditación y desapego y es buena-en-sí-misma. Por qué?

Treinta radios convergen
en el centro de una rueda,
pero es su vacío
lo que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla
para hacer la vasija,
pero de su vacío
depende el uso de la vasija.
Se abren puertas y ventanas
en los muros de una casa,
y es el vacío
lo que permite habitaría.
En el ser centramos nuestro interés,
pero del no-ser depende la utilidad.Tao Te King, Lao Tse

Porque es difícil imaginar a una persona en esa sintonía alimentando odios en su corazón, rechazos extremos o círculos viciosos de violencia. Incluso puede conducir a bajar la ansiedad del practicante y por consecuencia su egocentrismo, egoísmo y tendencia al consumo voraz. Esas características son indispensables para un mundo mejor (mejor: más sostenible, menos violento, más seguro, más igualitario, más sano, más alegre) En este sentido, podríamos decir que los viajeros constituimos una porción de la población internacional más propensa a desarrollar ese aspecto de la conciencia sin asistencia de dogmas religiosas o gurúes; más bien empujados por las circunstancias. Porque no hay nada como cambiar de circunstancias para ejercitar el no identificarnos con ellas aprendiendo también hasta qué punto nos afectan. Cambiar de circunstancias, conmutar roles; ayuda a reflexionar sobre nuestros lugares en el mundo, nuestros privilegios y desventajas y empatizar con las de todes esas otros que miramos por la ventanilla, nos acogen o tal vez nos rechazan y prejuzgan. Sí, viajar puede estimular la comprensión, cosa que necesitamos desesperadamente para tener una chance como especie. Necesitamos también hacernos cargo de los límites de nuestro planeta y de los problemas prácticos que obstaculizan la comprensión: tenemos que compartir recursos limitados. Nuestros problemas son globales. Viajar puede ayudar a ver eso. Pero, ojo, porque aunque decidamos que viajar es condición necesaria para este desarrollo (que es mucho decir porque obviamente se puede desarrollar sin viajar), no es en absoluto condición suficiente: No alcanza con viajar para que esto suceda.

Cuestión de escala

Se puede viajar y no desarrollar ninguna empatía. Se puede viajar para diversificar aquello que le ofrecemos a nuestro consumo caprichoso y voraz. Se puede viajar para acceder a servicios de calidad más baratos que los que hay en nuestro país de origen. Para distraerse, para buscar nuevas formas de prostitución, para di-vertirse. Mucha gente que viaja así lo hace inocentemente, tal como todos hemos abusado del plástico durante un par de décadas. Esto, que podría ser inocuo; no lo es cuando la cantidad de viajeres de este tipo se multiplica al punto de alimentar una industria que es (como casi todas) inescrupulosa. Es decir, la escala importa. Y resulta que somos muchos. El turismo desmesurado mutila ecosistemas y lastima tejidos sociales. Yo no seré la turista clásica, pero también entro en esos engranajes, participo de esa maquinaria. Después de más de dos años de vida nómade entre Sudamérica, Centroamérica, Norteamérica y un poquito de Asia me puedo decir que lo que más compartimos los seres humanos de todas las latitudes y colores son los problemas. Los patrones de privilegio y explotación (entre razas, entre clases, entre géneros) se repiten como fractales con coloridas variantes pero un fondo común. La urgencia ambiental planetaria no es ninguna novedad, sin embargo se perpetúan los mecanismos que la agudizan. No hay paraíso o rincón remoto que se escape de nada de todo eso. Me gusta pensar que la empatía mutua entre culturas y circunstancias diferentes mejora un poquito el mundo (y sí que lo hace; en el mismo sentido en que puede hacerlo una canción, un poema, la micro generosidad diaria de la gente de a pie, el activismo idealista); pero cuando veo la magnitud y omnipresencia de nuestros desafíos, me da vergüenza pensarme mejorando algo. Puedo ver cómo la llegada de viajeros a pueblos remotos impacta positivamente en vidas puntuales, personas que consiguen aprender, abrirse oportunidades. Pero cuando veo los gobiernos del mundo girar hacia una derecha fascista y reaccionaria al mismo tiempo que la industria de los viajes es más grande que nunca; pienso que no hacemos ninguna diferencia. Claro que es una cuestión de escala de observación: en micro, encuentro bondad y empatía en cada rincón del mundo que me ha tocado pisar. En macro, estamos fritos.

Clase Turista


  • Mis visas dicen que soy turista, pero todos sabemos que no lo soy. A esta altura me siento más migrante que viajera. Gambeteo requisitos (y costos) legales haciéndome pasar por turista y trabajando online. El movimiento es la llave para que los Estados no terminen de atraparme. Si bien disfruto de moverme, hay reglas que me dicen cuánto y cuándo puedo. El pasaporte Argentino es el documento que determina mi status ante las legislaciones del mundo. Me lo merezco? Me lo gané? no. Es azar. La mayoría de los nómades digitales a nivel mundial vienen de países ricos, viajan siempre teniendo a dónde volver. Tienen sus cuentas bancarias, sus planes de telefonía móvil y su seguro médico local. Yo viajo un viaje del que no vuelvo, siempre voy. Y eso es hermoso pero a veces también difícil y melancólico.

  • Hace poco, estando en Kuala Lumpur, me escribieron de la Revista Viva para hacerme una nota. La nota no me la hacen por turista. Me la hacen por este estilo de vida que tiene tan buena prensa y es un sueño hecho realidad. Abro el correo electrónico y siento el espasmo del conflicto en mi cuerpo. No hace falta mentir para alimentar esta idea y hacer de mi estilo de vida una propaganda. Basta con omitir algunos detalles. Como que lo que me ayudó a desarmar mi casa y partir fue que ganara las elecciones un gobierno que yo intuía iba a destruirnos… otra vez. Como que me encantaría ser capaz de tener una base en Argentina desde la que rebotar. Aún podría escapar del invierno, aún podría recorrer el mundo. Sin embargo eso no me es posible. Estamos demasiado al Sur. Los vuelos son demasiado caros, los costos de sostener una “estabilidad” allá no los puedo afrontar. El Estado no me da confianza para volver a volcar los humildes recursos que genero en sus arcas. Claro que elegí. Tuve opción. Tomé una decisión informada por las circunstancias, como todos siempre. Elegí esta liviandad algo desamparada porque sentí, lamentablemente, que mi país podía convertirse en una prisión. Sentí que tenía muy poco que perder.

Buena Prensa

Entonces cuando la Revista Viva (justo la Viva) me llama para hacerme una nota, pienso muy bien lo que voy a decir. Pienso cómo proteger mi testimonio de la edición posterior al que lo someterán. Me preocupa que se use este estilo de vida como propaganda de una agenda estatal destructiva, que pretendan lijar sus asperezas y bordes filosos con fotos de gente como yo, viviendo un sueño. No quiero que me usen para vender meritocracia. Mi parte más adolescente se tienta de rechazar la nota del todo. Pero eso es estúpido. Rechazar un espacio público de expresión cuando me gusta tanto expresarme es un boicot. Entonces respiro, digo que sí. Respondo las preguntas con honestidad y corrección política. Saliéndome un poco de la línea (no puedo evitarlo) le pido a la periodista que conserve en la edición final 3 frases que escribo en negrita. Temo que mi pedido resulte en que no me publiquen (la nota es colectiva) y palpo ahí mismo mis límites ideológicos. Se siente bien. Si me van a publicar sin eso, mejor que ni me publiquen. Porque no me hice a mí misma cual héroe Hollywoodense o businessman consagrado en Forbes. Hice lo que pude con lo que hicieron de mí, como todos. Pero antes tuve un hogar amoroso, comida nutritiva, educación de calidad. Tuve papá y mamá profesionales y apasionados. Ambos egresados de la Universidad Pública. Tuvimos ahorros (que mi abuelo generó vendiendo huevos de pascua y masitas finas) con los que sobrevivir a las tempestades económicas de nuestra Argentina. Si los viajeros somos acaso buenos para el mundo, será porque viajar estimula el espíritu crítico. Para tener espíritu crítico primero hay que tener opciones y las opciones se conquistan colectivamente. Es imposible tener una vida de Disney en un mundo con tantos problemas, con tanto sufrimiento. Soy bastante feliz, es cierto-y por eso ayudo a quienes quieran a animarse a vivir parecido (micro)-pero no quiero vender humo (macro). En mi opinión, para ser buena para el mundo es mucho más importante tener una posición ideológica que sellos en el pasaporte.

Salió la nota en la Viva! Por suerte la periodista hizo un gran trabajo. Pueden leerla aquí.