Diciembre a puro surf

Pasé casi una semana en Jacó disfrutando de Amelia y nuestras largas conversaciones. Varios días nos tocó ver la lluvia por la ventana y pedalear bajo la garúa llevando la ropa a la lavandería porque era imposible que se secara en ningún otro sitio. Otros días salió el sol y nos dedicamos a caminar por la playa y saludar tucanes y guacamayos desde las bicis. Comimos casados de pescado y cocinamos ñoquis caseros. Ayudadas de varias copas de vino arreglamos el mundo y volvimos a desarreglarlo después, riendo.

Cuatro y Trueque

Otra cosa que arreglé ni bien llegué a Jacó fue mi cuatro. Se le había despegado el puente después de una caminata bajo la lluvia en Mahahual. Lo descubrí en Holbox pero como mis últimos días en el Caribe fueron agitados, no me había podido ocupar. Un luthier argentino radicado en Santa Teresa se copó en ayudarme con el arreglo. Lo contacté por facebook porque pensaba ir a Santa Teresa pronto y no había encontrado a nadie en Jacó. Pero el también estaba por salir de viaje asi que  no iba a estar en sta. Teresa para cuando yo llegara. De modo que le mandé fotos del cuatro y el me explicó exactamente como repararlo. Fue algo estresante hacerlo yo misma, pero no tenía demasiada opción y mi asesor virtual me aseguró que podía. Una vez arreglado, Amelia y yo le sumamos canto a las copas de vino de cada noche. Si no hubiera sido porque venían amigas de Amelia de visita probablemente me habría instalado en su casa por más días, a dejar escurrir el mes y esperar las olas (que todavía no aparecían). Pero llegaban más invitadas y el departamento de Amelia y su hermana era chiquito. Aunque ellas no tenían problema en apretarse con tal de compartir, a mí me pareció que era una buena excusa para volver a cruzar el Golfo de Nicoya hacia Santa Teresa y quizás más al norte por Guanacaste, que no había llegado a conocer casi nada. Una vez más levanté el teléfono y llamé a la gente de Zuma Tours, con quienes ya había hecho un trueque en mi primer paso por esa ruta, meses atrás. Yo quería lo mismo que la última vez: el transporte en lancha rápida desde Jacó hasta Montezuma a través del Golfo de Nicoya y el shuttle a Santa Teresa. En nuestro trueque original les había hecho fotos de las embarcaciones nuevas, pero esta vez tendría que ser otra cosa. Arreglamos que les haría un video corto del servicio de transporte y las conexiones en la península de Nicoya. El video lo haría mientras me trasladaban, así que la noche anterior empaqué todo dejando las cámaras y el trípode a mano para trabajar al mismo tiempo que viajaba. La frase “viajar trabajando” nunca había sido tan literal. Café mediante, Amelia y yo nos dimos un abrazo con sueño sabiendo que antes de mi regreso a Argentina volvería a visitarla.

Así me fui desde Jacó a Santa Teresa:

Las olas y el polvo

La primera vez que fui a Santa Teresa por 4 días en Julio de 2016, Marce me sacó los puntos que me había puesto el mar en su cabañita desde la que escribí “la altura y la vista” y toqué en la Sushi Night del Funky Monkey; pero no me dio para surfear. Además de los puntos en mi pierna y el apuro por seguir hacia el norte, en Julio el mar se veía revuelto y amenazante. Daiana, que me había conectado con los chicos del Funky para tocar aquélla vez también me había dicho que regresara, que me invitaba a su casa si alguna vez decidía volver. Ya hace años aprendí, gracias a una gran terapeuta, a aceptar toda propuesta generosa que se corresponda con mis deseos o necesidades. Así que la contacté a Dai a ver si todavía seguía en pie la invitación, y allá fui. Santa Teresa se extiende a los lados de una larga calle que separa la costa del cerro. En la época de lluvias esa calle es un agujereado lodazal y en la seca es la fuente de un polvo fino y volátil que reseca la piel, se mete en la garganta y envejece cabellos y pestañas de todos los habitantes. Estábamos entrando en la seca. Con los días vería a la gente salir al camino con pañuelos tapándoles las bocas y antiparras o anteojos grandotes a lo Mad Max. Hay que admitir que esta particularidad de Santa Teresa es tan molesta como pintoresca, pero todavía faltaba para que llegara a esa conclusión. Entre bote y Shuttle, llegaría a Santa Teresa al mediodía y Dai no salía de trabajar hasta 2 horas después. La casa de ella está casi al final del pueblo y el hotel donde trabaja: “Dos Monos” casi al principio. Así que lo resolvimos fácil: el shuttle paró frente al hotel y Dai salió sonriente a abrazarme y darme una copia de sus llaves. Después le dio referencias al conductor para que encontráramos la hermosa casita donde pasaría las 3 semanas de surf más intenso y divertido de mi corta vida surfera.

La vida descalza

La playa de Santa Teresa es hermosísima. Es muy larga, ancha y despojada. Como en toda la costa del Pacífico de Costa Rica, no hay construcciones invasivas ni exceso de infraestructura. El camino de 200-300 metros que debía recorrer tabla en mano hacia la ola era siempre un placer. Algunas mañanas que madrugué buscando la marea llena pude ver a los monos, que se escuchan a toda hora, caminando por los cables de la luz. Iguanas y ardillas, claro, son vecinos frecuentes. Después del video del Taxi Boat que hicimos en trueque, la gente de Zuma Tours me pidió un video del tour la Isla Tortuga y una animación del mapa con sus trayectos:

Esta vez también me dio tiempo para tocar en vivo 2 veces en el Funky Monkey. A cambio de eso, los chicos del Funky me dieron la tabla (con la que me encariñé mucho) y una bicicleta para que usara lo durante mi estadía, no necesitaba nada más. Me pasé las 3 semanas que Dai me albergó en su refugio, a puro surf. La vida descalza: pedalear para comprar comida y caminar sobre el barro (mientras llovió) o el polvo para surfar. De la ola a la cocina, a reponer fuerzas, a contestar mails, a editar videos y de vuelta a surfear.

Vuelta al Surf

Al igual que Puerto Escondido, Santa Teresa es un destino surfero muy famoso. Pero a diferencia de Puerto, y sobre todo en Diciembre, el mar no estaba ni planchado ni violento sino que estaba ideal para mi nivel.

Además, como es un beach break extensísimo, por mucha gente que hubiera en el pueblo, en ningún momento la cantidad de personas surfeando se volvió inmanejable. Al principio no tenía claro que iba a surfear tanto (aunque era mi deseo) pero a partir del segundo o tercer día, en que agarré muchas olas, quedó claro que no iba a dejarme distraer por casi nada más. Como cada vez que llego a una ola nueva, mi primer día de surf en Santa Teresa me dediqué a prestar atención. En general, en el primer encuentro con un nuevo break me siento desorientada, torpe, como si nunca hubiera entendido nada. Con el pasar de los minutos, las horas, los días; esa sensación da lugar a otra de falsa familiaridad y confianza. Esta última suele verse parcialmente socavada por algún revolcón asfixiante, por una pita cortada o por un viento traicionero. Entre esos dos extremos me bambolea este deporte tan hermoso como difícil.

Un beach break muy friendly

Intento ahora a la distancia recapitular todo lo que aprendí esas 3 semanas de surf intensivo en Santa Teresa. Empecé a entender cómo leer para que lado va a romper el pico que se erige y me saluda siempre tentador pero a veces también traicionero. Aumenté mucho mi eficacia en la elección de olas, practiqué y mejoré eso de estar en el line up con mucha gente. Fueron veintipico de días de 4 a 6 horas de surf cada uno. Y gracias a que Santa Teresa es un destino tan popular; charlé, reí y aprendí de surfistas de todos los tamaños, edades y colores. Recuerdo a muchxs de ellxs porque me enseñaron cosas, me ayudaron a elegir una ola o me dejaron que la corriéramos juntxs. Finalmente, después de surfear puros point breaks o pseudo point breaks, estaba surfando un beach break y podía intentar alcanzar con el backside lo que ya había alcanzado con el front. Fueron mañanas, mediodías y atardeceres diciendo “una más y salgo” durante dos horas. Fueron días de experimentar el mar vuelto club social a ciertas horas y conexión espiritual a otras. La satisfacción de salir del agua exhausta, con 5, 6, 7… hasta 10 olas buenas en el cuerpo es inexplicable. En cada regreso hacia la casa se me salían los dientes de la boca que aún reseca de sal y sedienta sólo podía sonreír. Como si todo esto fuera poco en la casa estaba Dai para cocinar, comer, chusmear, bailar en la cocina o premiarnos con unas cervecitas hamaqueras en la galería.

Grabar en Santa Teresa

Después de tantas alegrías y olas, no quería irme de Santa Teresa sin llevarme un recuerdo en video. Ya había tenido un intento frustrado en mi primera visita. Había llevado cámara, trípode, micrófono y cuatro a la Playa Suecos en Malpaís tras una invitación espontánea e imprevista de Marce. Cuando llegamos aluciné con este rincón que tiene un acantilado alto de cuento y unas rocas increíbles de ciencia ficción. Chocha, elegí mi pedacito de paisaje despampanante para grabar pero a mitad de la primera toma la cámara se quedó sin batería porque, tonta yo, no la tenía cargada. Para desquitarme me puse a bailar y me grabé un poquito con el celu, pero quedó pendiente la grabación musical.

  • En esta segunda visita apenas me había salido del recorrido casita-ola-funky monkey así que tuvo mucho sentido grabar justo al lado del camino precioso por el que fui tantas veces a jugar con el mar. Mientras estaba grabando, de hecho, pasaron algunos surfistas que hicieron respetuoso silencio y me miraron medio con curiosidad, medio con sonrisa. Empecé en ese bosquecito de piso arenoso a grabar una nueva videocanción: “Entre los dos”. Es una canción de enamoramiento entusiasmado que se ríe de sí mismo. Era el momento perfecto para empezar a grabarla y conectar con ese ánimo juguetón, irracional y entusiasta de quien se está enamorando.

El deseo accidenta

El plan era pasar el último mes en Costa Rica surfando antes de regresar a Buenos Aires. Quizás vos, lector/a atentx intuyas ya que si escribo el “plan era” es porque muy probablemente el plan no fue. Puede que haya sido la estructura gramatical por sí sola la que despertara tus sospechas o quizás ya me venís leyendo y sabés que el mayor valor que le encuentro a los planes es su capacidad de ser accidentados.
Desde el despegue de mi vuelo a Costa Rica, en que intercambiamos mensajes alegres de despedida y anhelo de reencuentro, Pasku y yo nos habíamos mantenido en contacto. Chistes y emoticones deslizaban el descontento solapado, la curiosidad en contra de las circunstancias. Suavemente, con el pasar de las semanas, los textos se transformaron en audios. Los audios nos hacían reír al despertar o justo antes de dormirnos. Íbamos diciéndonos en cuotas. Construyendo sobre el grado de exposición que el otro asumía. Todos los mensajes eran cáscaras, verdades a medias para que el otro rascara, adivinara, supusiera.
Aparentemente los borbotones de curiosidad no habían mermado y ahora rebotaban vía satélite de un mar a otro; de una vida salada-soleada a la otra. Era cerca de mitad de mes cuando me di cuenta de que no quería volver a Argentina. Faltaban 15 días nada más y sencillamente no podía hacerme a la idea. Por otro lado nosotros charlábamos con ganas. Para nada, porque sí, porque daba gusto. Era raro y agradable, un cortejo digital discreto, en clave de amigos. De alguna manera nos la arreglamos para sin ser bruscos, darnos cuenta de que queríamos lo mismo. Yo bromeé, el se ofreció a darme la excusa para no volver a Argentina. ¿Volver a Playa del Carmen? Dudé varios días. Dudando, llamé a Copa Airlines desde la casita de Dai, esperé eternamente en línea, consulté costos de cambios varios. Finalmente me decidí. Otra vez cambié no sólo la fecha sino también el itinerario de mi regreso a Argentina. Me puse tan nerviosa esa tarde en que, descalza, en bikini y todavía salada de la sesión de surf vespertina tomé la decisión; que la cerveza que abrí para brindar con mi arrojo se me cayó al suelo y tuve que abrir otra mientras limpiaba y le avisaba a Pasku que finalmente iba para allá. El 15 de Febrero volaría desde el DF a Buenos Aires. Esta vez no había más posibilidad de seguir cambiando. La hijita de una gran amiga tenía fecha de nacimiento para el veintipico de Febrero y yo tenía que dar una charla en la DNX Buenos Aires el 1ro de Marzo. Al día siguiente compré un pasaje desde San José a Cancún para el 30 de Diciembre y me entregué a los últimos diez días de Costa Rica con la alegría que me suele dar dejarme accidentar por el deseo.