Me puso los puntos

Fue el mar. Me puso los puntos.
Cinco, en el cuádriceps izquierdo.
En realidad los puntos me los puso Vladimir, un médico Tico que estudió en Cuba y tiene su oficina a 200 metros de la playa donde me gané mi primera herida de surf. Sí, practico el optimismo intransigente y me digo: “gané una herida”
Es sabido que uno aprende equivocándose. Y yo estoy aprendiendo a surfear. En este caso, puedo tanto pensar que mi error me costó demasiado caro como bastante barato. Los puntos podrían haber sido en la cara, o en alguna parte del cuerpo con más movilidad y tironeo que el cuádriceps, más difícil de dejar al descubierto, etc. De hecho, Vladimir me dijo, mientras me cosía, que en 3 días podía surfear de nuevo si quería. Está claro, Vladimir es surfer, ¿de qué otro modo podría un médico decir algo así? Por primera vez en mi vida fui más prudente que lo aconsejado por el profesional de la salud. Pero rebobino, les quiero contar cómo pasó.

Alegrías Previas

Ya varias veces había querido meterme a surfear justo al frente de la cabina donde me estaba quedando (cabina sobre Jacó Norte en que grabé la voz y el “cajón” del video de transversal). Ver y oír el mar, dormir a pocos pasos de él, y tener una tabla disponible en el pasillo armaban un escenario muy tentador. La tabla era demasiado grandota para mi gusto, pero ahí estaba. Las veces que lo había intentado, sin embargo, no me había ido bien. Las olas se ponen grandes muy cerca de la orilla ahí en Jacó Norte y me costaba mucho entrar. Una vez entré y salí a los 5 minutos, bastante asustada. En el medio, probé surfear más al sur de Jacó, con tablas alquiladas. Las veces que hice eso la pasé muy bien y aprendí un montón. Un día estaba sola en un mar bastante movido que me la hizo difícil. Después de decenas de caídas y centenares de remadas, agarré una ola y me fui en ella hasta la orilla. Mientras me dejaba caer sonriendo, escuché que alguien chiflaba desde la playa. Levanté la vista: el guardavidas me sonreía y agitaba sus brazos en el aire festejando mi olita. Al parecer, la motivación y la perseverancia se podían ver desde fuera. La sesión anterior a la fatídica sesión de los 5 puntos, había sido gloriosa. Con una tabla 6.5″ y un mar no demasiado desordenado, me divertí corriendo olas de pe a pá hasta que se hizo la hora de devolver la tabla. Volví caminando a mi cabina con una profunda satisfacción. Esa alegría hecha de dos de mis contenturas favoritas: la del cansancio producto de hacer deporte en la naturaleza y la de avanzar en un proceso de aprendizaje.

Entrar y Salir

Con ese antecedente, la siguiente tarde que tuve libre en la cabina de Jacó Norte, me propuse lograr entrar con la tabla grandota. Estaba tan motivada que entré hasta el fondo, pasando las dos rompientes despacio, con persistencia y el ánimo que se necesita para ganar centímetros que se hacen metros a la velocidad que el mar te deja y aguantando las olas que te caen encima. Llegué al sitio donde los surfers miran el horizonte de puro mar y me senté sobre la tabla. El agua estaba a una temperatura exquisita y me mecía deliciosamente. Sentí el placer de esperar una ola. Ya sonreía sobre mi tabla mirando el horizonte mientras intentaba entender los movimientos del mar y ubicarme en un buen lugar para que pase a buscarme mi ola. Como si todo esto no fuera magia suficiente, empezó a garuar. Agua dulce y agua salada, latido oceánico, ganas, espera. Estaba feliz.
Pasaban los minutos y no me iba en ninguna ola. Varias se me escaparon porque no llegué a remarlas. A otras las dejaba pasar porque me parecían muy grandes. Con ellas pasaban los minutos. Había una corriente que me llevaba hacia el Norte, la garúa se transformó en lluvia y me dio la sensación de que las olas se estaban poniendo más grandes. Empecé a impacientarme.
Había entrado a pura motivación y ahora el problema iba a ser salir. Igual que cuando trepé por las piedras resbaladizas en la catarata de Nauyaca para tirarme al agua desde unos cuantos metros. Trepar la catarata es meterse en problemas: para salir no queda otra que saltar. En este caso no me quedaba otra que surfear, o intentarlo.

Conejo

Ingredientes para cortarse el cuádriceps con una quilla:

  • Impaciencia
  • Ansiedad
  • Preocupación
  • Mar revuelto
  • Tabla de quilla filosa

Ya quería salir. Así que remé una ola que me pareció que podía sacarme, pero no llegué, me quedé atrás. Al remarla perdí varios metros de posición y cuando me di vuelta para recuperarla, se estaba armando otra ola. Me quise acomodar para intentar subirme a esa, error. Me entró miedo, dejé de remar y me paralicé como un rabbit in the headlights (conejo frente a las luces de un auto). Cuando me di cuenta de que estaba mal ubicada para tomarla era tarde. La tabla se me zafó y se fue de punta sobre la pared de la ola que se había puesto grande. Miré para atrás como para evaluar mi situación y supe que estaba por lastimarme, no tenía tiempo de nada, la ola había empezado a romper a escasos centímetros de mi cabeza y me iba a caer encima, tirándome contra la tabla que estaba prácticamente vertical. Con la tranquilidad fugaz que antecede lo inevitable, pensé: “ojalá que sea leve” porque sabía que ya no tenía escapatoria.

Conejo centrifugado

Surfear es también aprender a ser aplastado por olas. Acostumbrarte a que te caiga “el set” en la cabeza. En este caso sentí el ardor en la pierna, las revolcadas, el tironeo de la pita (tira que engancha el tobillo con la tabla) todo tan encimado e intensamente que ni en ese momento ni después puede la percepción articular una imagen clara de lo que está sucediendo. Las vueltas carnero a ciegas y entre la espuma, debo admitir, las disfruté un poco. Mientras el mar me centrifugaba intentaba percibir cuándo era tiempo de intentar salir, y donde estaría la tabla. Porque aprendo de mis golpes, nadé hacia arriba entre burbujas y cuando estaba por asomarme al oxígeno puse mis brazos flexionados por sobre mi cabeza. Después de la bocanada de aire busqué la tabla, siguiendo el recorrido de la pita. Me subí a ella y me di cuenta de que estaba agitada y el corazón me latía rápido. “Bárbaro, nada grave” pensaba arriba de la tabla mientras barrenaba todas las olas con el corazón acelerado para salir a mirarme la pierna. Tenía que chequear cuán profunda era la herida, si necesitaba puntos o no. “Qué paja el seguro, igual que bueno que tengo seguro”. Bajo de la tabla, hago pie, camino. Salgo, me miro. “Uy que garrón está profunda, ¿dónde habrá un doctor?”