Esperar una ola

Ese día descubrí dos cosas:

1. Las herramientas (adecuadas) me dan placer.

2. Yo también quiero esperar una ola.

1.
Disfrutaba del sonido del cuchillo abriéndose paso entra las fibras del camote hasta golpear suave pero firmemente la tabla. Esa secuencia armaba un ritmo que maridaba perfectamente con la escena que una y otra vez montaban mis manos: la una empuñando, la otra sujetando firmemente a la víctima, expuesta ella también a daños colaterales.
Primero pensé: “Las herramientas me dan placer”. Luego, intentando precisar, me dije: “Bueno, las adecuadas”. Entonces se me ocurrió: “¿O será la idoneidad en todas sus formas y presentaciones?” Mientras me acordaba de ricas conversaciones con un amigo que denunciara (horrorizado) mi predilección por lo funcional sobre lo estético, se multiplicaban las preguntas y abrían ramas para que mi mente divagara. “¿Que afirmación es más general, la que afirma sobre las herramientas o la que afirma sobre la idoneidad?” “¿Cuál es más verdadera en mi caso?”
Ni atiné a responder ninguna. Tocaba picar el romero.

2.
En Dominical empecé a aprender a surfear. Ya desde Buenos Aires sabía que iba a querer intentarlo. Parece un deporte perfecto para mí, que adoro las actividades físicas enhebradas en el paisaje (me gusta remar, andar en bici, hacer snowboard/ski, nadar, caminar, amaría aprender a escalar y a navegar). Además de eso soy sumamente acuática, ya desde pequeña no salía del agua a menos que me obligaran. Siempre que mi mamá lograba sacarme estaba arrugadísima y con los labios morados, tiritando, pero mi entusiasmo acuático no me permitía sentir el frío. Hasta hoy, soy de las personas menos friolentas que conozco a la hora de estar en remojo.
Mi fantasía surfer estaba hecha de una imagen borrosa de mi misma parada sobre una tabla bajo la luz de un solazo implacable y una sensación en los pies sintiendo el colchón de mar bajo la tabla (probablemente un poco trasladada de la experiencia en snowboard). El mismo día que la tabla me golpeó nariz y labio (historia completa aquí), mi amigo surfer que me la estaba prestando se metió un rato al mar al atardecer. Sujetando el repasador con hielo contra mi cara y sentada en un tronco en la playa, me senté a mirarlo surfear. Mi fantasía surfer había estado bastante errada. Lo supe viendo su cuerpo que, sentado sobre la tabla, latía con la marea. El surfer espera mirando hacia el horizonte, tranquilo pero alerta, relajado pero despierto. La misma fuerza que lo mece y adormece lo desafiará en cualquier momento (¿o es al revés?)
Desde el tronquito, disfrutando otra vez del bucólico violáceo del atardecer pintado sobre la superficie del agua que late, lo supe: Yo también quiero esperar una ola.