tabla-nariz/pipa-tabla

Era mi 5ta sesión de surf y estaba muy motivada. Ese día fui dos veces: a la mañana un buen rato, regresé al hostel a comer y trabajar un poco y volví al mar con la tabla alrededor de las 4 de la tarde.
Después de no pocas caídas y pruebas fallidas, y para mi sorpresa, logré montarme en dos olas desde el comienzo (es decir, desde antes de que rompan) y mantenerme de pie hasta el final. Era una novedad, hasta entonces, sólo me había podido parar sobre olas ya rotas, o sea sobre la espumita.
Creo que fue por eso que a pesar de que los brazos y hombros me quemaban de cansancio al remar, quise probar una más. En el mar siempre hay una ola más y para una novata en una buena racha como yo, la tentación fue mucha.
En este punto quisiera saber más de surf y de olas para describir bien cómo fue que sucedió lo que aquí quiero contar. Pero, claro, si supiera más, no me hubiese sucedido en absoluto.
Estaba acostada sobre la tabla mirando para atrás. La mayoría de las olas rompían bastante más al fondo, a donde estaban todos los surfers experimentados esperando. Como esas eran demasiado, yo estaba un poco más cerca de la orilla, a la espera de alguna rezagada que quedara justo para mi. Y se armó una. Entusiasmada como estaba, remé, remé y remé para no quedarme atrás. La agarré o, mejor dicho, ella me agarró a mí. Tenía muchísima más fuerza y tamaño que las anteriores y me tumbó. El revolcón fue bastante potente y mientras daba vueltas bajo el agua imaginé la violencia con que la ola estaría alejando la tabla de mi. Entonces imaginé el tremendo chicotazo que la pita (la soguita plástica que unía mi pie izquierdo con la tabla de surf) iba a darle a mi pierna. Manoteé la pita con una mano, pensando así contrarrestar el tirón y cuidar mi aductor. Todo esto, claro está, sucedía muy rápidamente mientras mi cuerpo era arrasado por una intensa y nueva experiencia de pérdida de control.
Resulta, como el atento lector probablemente se imagina, que me equivoqué. La tabla no debe haber estado alejándose de mi en absoluto, porque en cuanto tiré de la pita, vino a estrolarse de canto, directo contra mi cara. Me golpeó muy fuerte la nariz y el lado derecho del labio superior.
Ay! Dolor. Cabeza retumba. Baja el nivel de agua, avanza la espuma. Me recompongo de la sacudida quieta, flotando de cara a la orilla. Me subo a la tabla mientras recalculo. Duele, duele, retumba. Me toco la nariz pidiéndole a mi tabique que se la haya aguantado. Bastante sangre. Qué rabia- pienso -tengo que salir.
Todavía conmocionada, me costaba evaluar la situación. No sabía cómo se vería la nariz de afuera ni cuánto tardaría en parar de sangrar. Fui al hostel, me puse hielo, hielo y más hielo. Me dolía. Pero no era nada, parecía, menos mal.

Al día siguiente, tenía la nariz un poco hinchada y me dolía pero no era evidente a ojos desinformados (zafé). El labio también molestaba, había tenido un pequeño cortecito del lado de adentro. La disyuntiva: voy de nuevo o me guardo un día y aprendo del traumita a bajar del exceso de energía entusiasta que a veces me toma. En esas cavilaciones estaba cuando supe que mi tabla estaba rota. Una pipa (coco) saltó por mi. Se tiró de su palmera y fue a darle a la tabla en un costado, haciéndole un agujero con el que ya no daba meterla al agua. Dos golpes le impusieron un tiempo de distancia a nuestra relación. Sorprendentemente, mi tabique fue más resistente al tablazo que me dio el mar que la tabla al cocazo que le dio la gravedad.
Me voy de Dominical con nariz y labio hinchados. Me marcho sabiendo que tengo ganas de volver, a reconciliarme con mi primera tabla.