Viva de Miedo – Nusa Penida

Nunca me consideré una persona miedosa. Sin embargo, desde que llegamos a Nusa Penida -uno de los sitios más espectaculares que haya visitado en mi vida- he tenido más miedo que durante los dos años anteriores de viaje. ¿Será por las olas de reef, las corrientes y mareas dramáticas? Aquí tuve mi primer gran susto oceánico y también mis primeras buenas olas sobre un arrecife tan filoso que se llama Lacerations. ¿Será por las rutas angostas y agujereadas que zigzaguean subiendo y bajando entre sierras? Aquí conduje una motito por primera vez en mi vida y pude sentir como mi cuello se contracturaba del temor a cada centímetro recorrido -por supuesto- sin casco, porque en la isla apenas si los hay. ¿O será por sus costas salvajemente empinadas, la omnipresencia del Volcán Agung y los temblores recurrentes? Aquí viví el primer terremoto de mi vida (el epicentro fue a menos de 100 km y causó cientos de muertes y evacuaciones), seguido de una alerta de tsunami durante la noche y docenas de temblores más durante las siguientes semanas. Puede ser que todo esto me vuelva más consciente de mi fragilidad… ¿O será simplemente que me estoy volviendo miedosa?

Los peligros del mar

A pocos días de llegar a Nusa Penida me llevé mi primer susto buceando. En realidad, fue justo después de un buceo hermoso en Cristal Bay en que saqué un montón de fotos. Estaba contentísima cuando subimos luego de nuestra parada de seguridad. Todo estaba bien, aunque había algunas olas que hacían que estar en la superficie fuera un poco incómodo. Inflamos nuestros chalecos y empezamos a nadar de espaldas rumbo a la orilla, por donde habíamos entrado a pie. En seguida noté que no nos estábamos moviendo la dirección que queríamos sino en la contraria. Me puse nerviosa. Podía ver como me chupaba la corriente al mismo tiempo que se agotaban mis fuerzas. Estaba cerca de una roca contra la que estaban rompiendo olas cada vez más fuertes y eso me asustaba aún más. Apenas algunos metros delante de mí estaba el final de la Bahía y el comienzo del canal cuya fuerza se percibe desde lejos.

Me paralicé y en lugar de usar mis energías para salir de este aprieto, intentaba hablar con Pasku que estaba unos metros detrás de mi. Me sentía indefensa. Fue horrible. Entre olas y respiraciones agitadas, decidimos volver a bajar porque la corriente probablemente fuera menos potente a algunos metros de profundidad. Una de las olas temidas me revolcó en medio de esa maniobra y dejé de ver con claridad por unos segundos. Mis pelos ya estaban de punta y yo cada vez más asustada e inútil. Volví a superficie y vi que había un barco haciéndonos señas. Afortunadamente, alguien desde la orilla lo había llamado para que nos ayudara. Llegar hasta el barco fue fácil porque la corriente chupaba en esa dirección. Subí la escalerita con dificultad, la respiración entrecortada y ganas de llorar. Qué susto me había pegado. Pasku y el otro buzo estaban más tranquilos que yo. Estaban alertas, la situación había sido de riesgo, pero no estaban tan agitados y bloqueados como yo. Al pico de miedo le siguió una preocupación por mi reacción: asustarse así termina siendo contraproducente y peligroso. ¿Cómo podría evitarlo la próxima vez?

Los de la gravedad

Kelinking es la atracción turística por excelencia de Nusa Penida. Su foto, posteada hasta el hartazgo en instagram; atrae cada día a cientos de turistas. Esta saliente de película es la parada obligada de quienes visitan la isla por apenas algunas horas. Algunos en camionetas y otros en motos alquiladas, todos sobre los caminos pedregosos y hostiles que conducen a este inolvidable punto panorámico. También nosotros fuimos a conocerlo.

  • Esperábamos pararnos al borde del acantilado para apreciar la vista, pero al llegar descubrimos que se puede bajar a una Bahía entre las salientes en que, desde la cima del acantilado; se veían Manta Rayas jugando al sol. El camino hacia abajo es muy rústico y empinado pero a mi las alturas no me dan miedo. Esta vez le tocaba a Pasku. Ya sabe que le cuestan las alturas así que empezamos despacio, viendo cómo se iba poniendo. Era media mañana y, aunque no todos los turistas bajan, el senderito polvoriento delimitado apenas por bambúes y palos atados con cuerda azul estaba bastante concurrido. Habíamos hecho unos 30 o 40 metros cuando Pasku se dio la vuelta. Es capaz de estar buceando bajo tierra durante más de 3 horas o mantener la calma mientras una corriente nos arrastra a toda velocidad hacia un canal que mueve cientos de miles de toneladas de litros cúbicos por segundo, pero no puede con la perspectiva de las alturas. La parte del camino que se extendía por la cornisa fue demasiado para él.

Seguí bajando sola y la subida me tomó apenas 15 minutos porque le puse ritmo para no dejarlo esperando tanto. Es cierto que es empinado y alto. Es cierto que es peligroso. En algunos tramos, bastaba con que se resbalara un turista para que muchos nos lastimáramos. Y no es que no lo pensé, pero no me asusta. Mientras bajaba, vi a varios otros con piernas temblorosas y gestos dubitativos. Lo de Cristal Bay había sucedido unos días antes y recordaba muy bien la sensación de estar asustada al límite. Podía ver cómo el miedo les jugaba en contra mientras yo los esperaba, absolutamente tranquila. Ese contraste me llamó la atención. No soy capaz de explicar por qué me siento cómoda y en control allí, asumiendo esos riesgos frente a la gravedad. Pasku tampoco sabe por qué justamente esos le cuestan tanto más.El punto es que a todos nos asustan diferentes cosas. Todos asumimos riesgos cada día pero sólo algunos nos asustan. Aunque los disparadores puedan ser infinitos, el miedo suele parecerse a sí mismo. ¿En qué consiste? ¿Para qué sirve?

¿Era miedo?

  • La raíz etimológica de la palabra miedo es oscura. Sólo el castellano y el gallego-portugués optaron por ésta. Las otras lenguas romances se inclinaron por pavor que a su vez viene de pavere. Pavere significa cortar, golpear. Es bastante común escuchar que el miedo paraliza. No voy a decir que no me sintiera golpeada y cortada, mutilada en mi capacidad de responder al correntón que casi me lleva hasta Bali después de uno de los buceos más coloridos de mi vida. ¿Pero esto es todo? Según la neurociencia, lo que más corta el miedo son las distracciones. La literatura científica ha repetido hasta el hartazgo que nuestro cerebro nos prepara para pelear o huir (fight or flight response en inglés). Durante décadas, se listaron esas dos respuestas como las posibles ante una situación estresante. La responsable de disparar esta respuesta es la amígdala cerebral, encargada de procesar nuestras respuestas emocionales; y lo hace bien rápido, sin que medie el neocórtex. Al asustarnos, se suprime toda actividad que no tenga que ver con el aquí y ahora que amenaza nuestra integridad física; y agudiza la atención para optar por una de las dos salidas. Liberando adrenalina y cortisol, nos pone alertas, dilata nuestras pupilas, les dice a los músculos del cuerpo que en cualquier momento tendrán que darlo todo.


Visto así el miedo es muy útil. Sin embargo el miedo que sentí yo entre las olas de Crystal Bay no fue útil. Me hizo malgastar energías. Por querer hablar me entró un poco de agua en la boca. Fue una experiencia desagradable en la que además no fui capaz de optimizar mis energías en pos de resolver mi situación estresante. El miedo que sentían los turistas bajando Kelinking les hacía temblar las piernas y aumentaba sus chances de tropezar. Entonces, ¿sigue siendo miedo aunque no sea útil? ¿Es una cuestión de intensidades que sea útil o no? ¿Si en lugar de pelear o huir me paralizo, me vuelvo torpe y actúo en contra de mis propios intereses, qué es? Recientemente se ha actualizado la definición de fight or flight para incluir también freeze, en castellano congelar. Aparentemente esta tercera respuesta posible se activa cuando no hay esperanza de pelear o huir. En vez de agudizar los sentidos, nos retiramos de nuestro cuerpo y bajamos el ritmo cardíaco casi como haciéndonos los muertos (este puede ser el mejor camino si nos ataca un oso, por ejemplo). A menudo somos capaces hasta de perder el recuerdo del hecho traumático. Sin embargo tampoco fue eso lo que me pasó a mi. Evidentemente, aunque esté diseñado para contribuir a nuestra supervivencia, el miedo no es útil en todas sus versiones. De hecho, gran parte de los trastornos de ansiedad no son otra cosa que estas respuestas activadas ante estímulos que no las justifican.

  • “Los cambios han ocurrido a tal velocidad para nuestra especie que ahora estamos equipados con cerebros que son sumamente sensibles a las amenazas, pero también muy capaces de planificar, pensar, predecir y anticipar. De manera que, básicamente, nos volvemos locos preocupándonos por cosas porque tenemos demasiado tiempo y no tantas amenazas reales a nuestra supervivencia, entonces el miedo se expresa de estos modos extraños, inadecuados”Dr. Hariri en “Outsmarting our primitive responses to fear”, The New York Times
  • Mientras volvía a la orilla en el barco entre las olas, con mi equipo de buceo en la espalda y lágrimas en los ojos, sentí que había perdido una batalla conmigo misma más que con el mar (está claro, el mar siempre gana). Pareciera que ese día en Crystal Bay me estaba anticipando el tono que tendría mi estadía en Nusa Penida… porque todavía faltaba más.

Si la tierra tiembla

Ya llevábamos un mes en Penida cuando decidimos mudarnos de Sebunibus (la aldea a donde presenciamos el Ngbaben de Almas en llamas) a otro hospedaje más cerca del mar. Lo hicimos en gran medida para que yo pudiera caminar a la playa y a lugares nuevos. Aunque Pasku me daba algunas lecciones nocturnas de scooter, yo no me aventuraba sola con ella de día. De modo que cuando él trabajaba mis opciones eran o pedir ride o ser peatona. Cargamos todo al atardecer y recorrimos la media hora de camino descendiente hacia nuestro nuevo hogar bajo una garúa finita y molesta. Esta habitación era más grande que la anterior y estaba junto a un jardín precioso, a apenas 400 metros del mar. Una de las novedades era que tenía una alfombra mediana en el suelo junto a la cama, armando una especie de living Balinés. Los Balineses prácticamente no tienen muebles en sus casas y se la pasan en el suelo. Estábamos tirados en nuestra nueva alfombra charlando cuando todo empezó a temblar. Al suave tintineo de las decoraciones en seguida se sumaron los cristales de las ventanas y los marcos de las puertas cuyos ángulos rectos se deformaban hacia un lado y otro en un vaivén repentino e intenso. Lo primero fue perplejidad. Esta vez sí me paralicé, pero de asombro. No sentí miedo hasta que el temblor no se hubo instalado. No paraba. Lo miré a Pasku:


  • – ¿Qué pasa? – le dije, completamente desorientada.
    – Terremoto.
    – ¿Qué hacemos? No sé qué se hace – le dije, todavía más sorprendida que asustada.
    – Salgamos – Me dijo.
  • Y corrimos al jardín a dónde también estaban saliendo la familia de locales anfitriones y algunos turistas que estaban en el restaurante. Los locales repetían: pidó, pidó, pidó mientras se amuchaban. Llegamos al centro del jardín prácticamente todos al mismo tiempo. Ahí empecé a asustarme. Pasku me abrazaba. Cuando paró, nos fuimos al restaurante a comer. Mientras comíamos hubo réplicas y tuvimos que saltar al jardín varias veces. La noche todavía guardaba sorpresas. Después de cenar me puse a leer un poco sobre terremotos, súbitamente consciente de mi total ignorancia en el tema. Cómo hay que reaccionar, cómo va la escala, a dónde había sido el epicentro, etc.

Después de cenar me bajé una aplicación de monitoreo de riesgos globales para estar un poco más orientada y estábamos en la cama todavía procesando la vivencia cuando mi flamante aplicación hizo que mi teléfono vibrara largamente: Alerta de Tsunami. Alejarse de la costa y buscar parajes altos. El epicentro había sido en Lombok (a menos de 100km de nosotros). Un terremoto de 7.0 como éste puede causar tsunamis y hay que evitar las zonas bajas y costeras por unas horas. Irritados por nuestro poco sentido de la oportunidad (aunque los terremotos no pueden predecirse), nos fuimos con dos mochilas al centro de buceo, que está pasando Sebunibus, alto en la sierra. Antes de salir teníamos miedo de ser los bulé (blancos) exagerados, pero en seguida notamos que el pueblo se veía revolucionado, había muchos turistas cambiando de lugar y el centro de buceo se había convertido espontáneamente en un híbrido entre un mini centro de refugiados y una fiesta. Todas las familias que viven cerca de Crystal Bay se habían ido a dormir ahí.

  • Luego nos enteraríamos de que en Nusa Lembongan todo el mundo había tenido que ir a pasar la noche a la única zona alta que hay y que los daños en Lombok habían sido considerables. Durante las 3 semanas que siguieron no hubo ninguna sin temblores. Miles de turistas fueron urgentemente evacuados de Lombok y las Gili y más de 500 personas murieron por los terremotos. Hubieron varias noches en que los temblores me arrancaron del sueño profundo. Lo peor es el estado de tensión en que uno entra. Después de varias semanas de temblores ya se me había instalado una paranoia bajo la piel. Los terremotos son impredecibles pero cuando acaban de pasar, uno se queda como esperando el próximo. No avisan ni perdonan. No hay cómo prepararse demasiado. Después de pasar un par de meses en Indonesia, me resulta muy comprensible la ferviente religiosidad de esta gente. La fuerza de la naturaleza en esta parte del planeta es enorme, cruda, impredecible y majestuosa.

La pelusa del durazno

Empecé este post preguntándome si me estoy volviendo miedosa. La estadía en Nusa Penida nos arrojó un cocktail de desafíos en que me vi asustada una y otra vez. Y ya que estaba, me dio miedo estar teniendo tanto miedo. No me reconozco en ese estado. Un poco como los viejos, tengo algunas frases hechas que repito hace años: a mis amigues, a mí misma, a extraños que me cruzo por ahí. Una de ellas es que casi todo aquello que vale la pena en la vida da miedo. Ojo, que esta implicación no es recíproca: no todo lo que da miedo vale la pena. En líneas generales, creo firmemente que si algo te atrae y te da un poco de miedo, probablemente estés en un buen camino de desarrollo y crecimiento personal. Siempre conduje mi vida bajo esta filosofía y sé de primera mano que no hay nada más gratificante que atender a los miedos, irles de frente. Lo que espera al otro lado es satisfacción, expansión de posibilidades, disfrute. Pero tantos miedos en Penida me sacudieron la estantería. No estaba segura de todos ellos valieran la pena. Me daban hasta ganas de irme. ¿Si se me mueven los miedos es que estoy haciendo algo bien? ¿o algo mal? ¿Es más valiente quien no teme o quien dialoga con los miedos frecuentemente? Leyendo sobre el miedo, tropecé con un artículo en The New York Times en que un especialista afirmaba:

“Nuestra cultura valora el poder y la fuerza y mostrar miedo es considerado debilidad. Pero una persona es de hecho más fuerte si es capaz de admitir su miedo. Si sos capaz de sentir y comprender que tu miedo – el que fuera – es apenas tu amígdala pidiendo más información y no la señal de una condena irreversible; entonces ya estás camino a calmarte e involucrar a otras partes de tu cerebro más conscientes y lógicas. En ese punto, podés evaluar la racionalidad del miedo y tomar medidas para lidiar con él.”

Dr. Hariri en “Outsmarting our primitive responses to fear”, The New York Times

Sed de Revancha

Ni Pasku ni yo nos quedamos con nuestras pequeñas derrotas ante nuestra amígdala. Quisimos revancha. Yo volví a bucear y como para llevar mis nervios al límite, el siguiente buceo que hice fue en corriente. No lo pasé bien porque la corriente estaba bien fuerte y yo venía del susto en Crystal Bay. Pero, sufriendo y todo lo completé sin cometer errores groseros. También volví a bucear en Crystal Bay desde la orilla, pero en mi primer buceo nocturno, como para agregarle sazón. Me encaminé hacia esos sustos conversando con Pasku sobre todo lo que podía salir mal y las respuestas más convenientes ante cada situación. Luego vinieron buceos que, al fin, disfruté. Uno de corriente suave que, en contraste, la viví como un dulce arrorró; y dos buceos inolvidables con Mantarrayas.

  • Pasku tuvo revancha contra su vértigo y su experiencia coincide con lo que dice el Dr. Hariri en el artículo del New York Times. La revancha no fue en Kelinking, sino en un descenso que es mucho más empinado y peligroso; pero también un poco más corto: Seganing. Creo que pudo completarlo porque se estuvo preparando mentalmente durante días. También en Seganing hay menos turistas y pudimos ir a nuestro ritmo sin distracciones. Yo iba por delante obstruyendo un poco la visual empinada y dándole charla todo el tiempo para mantener a la parte de su cerebro que se ocupa del lenguaje involucrada.


Tampoco me di por vencida con la moto. Cada vez que la agarro soy un poco menos aparato y aunque no llegué a lanzarme al tráfico diurno por la angosta ruta zigzagueante; ya lo veo como un futuro posible hacia el que trabajar (eso y conseguir un casco! Una cosa es miedo y otra estupidez, ¿no?). Durante estas semanas de intenso diálogo con los temores, recordé mi accidente surfero al comienzo de mi año sin invierno y cómo había hecho entonces para volver a surfear. En esa oportunidad también hablé mucho con surfistas antes, durante y después de las sesiones. Cuando uno no se considera capaz de identificar y evaluar los riesgos de una actividad no hay nada mejor que ir con gente que sabe más. En ese momento jugaron un papel imprescindible un grupo de surferos uruguayos que me hicieron de chaperones en mis primeras olas con cicatriz en la pierna. Esas olas, nicaragüenses, perfectas, al atardecer de playas casi desiertas tuvieron el dulce sabor de la recuperación y el amor propio. Valieron doble, digamos, y no habría podido hacerlo sin ellos. Su experiencia jugó un papel clave en darme confianza, pero también su calma y alegría en el agua y su empatía que hacía que cada ola mía fuera un triunfo colectivo. Psicólogos y neurocientíficos también están descubriendo que la amígdala en menos propensa a asustarnos si se nos recuerda que somos queridos o podríamos serlo. Por ejemplo, ver imágenes de personas con cara de asustados es un gran disparador para la amígdala, pero esa respuesta se ve muy disminuida cuando se muestran antes imágenes de personas demostrándose cariño o abrazándose. Tal como el miedo, el coraje, la empatía y la calma también pueden ser contagiosas. (“Outsmarting our primitive responses to fear”, The New York Times)

  • Por suerte en Nusa Penida es aún más fácil encontrar sonrisas que peligros

Oda al Miedo

Concluyo con optimismo que no me estoy volviendo miedosa. Puede ser que esté perdiendo un poco de intrepidez (obsolescencia genéticamente programada? Al fin y al cabo tengo casi 34 años) pero, revisando los hechos, me siento conforme con mi insistencia en trabajar sobre los temores que Penida me arrojó sin avisarme. Es cierto que fue mucho más fácil ocuparme de los que ya me esperaba. Cada vez que fui a surfear a Lembongan lo hice con una escuela, barco y zapatitos para el reef. Fueron mis sesiones de surf más caras desde que empecé a aprender (nunca había contratado a un instructor) Pero sabiendo lo lejos que están las olas de la orilla, las corrientes traicioneras que puede haber, lo filoso que es el arrecife y que además mis excursiones a Lembongan eran solitarias, decidí que era mucho mejor prevenir que curar. El resultado es que no tuve miedo nunca, aunque fueran las condiciones más desafiantes en que haya surfeado hasta hoy. Había evaluado los riesgos racionalmente y generado una situación de contención que me permitió surfear alegremente en un arrecife filoso con apenas un metro y medio de agua. Eso no es todo, aprendí mucho, y no me caí en ningún take off sobre las rocas, lo cual edifica mi confianza para futuros desafíos. Pero hubo tantas otras cosas que temer que me costó varias semanas apreciar esas conquistas surferas, tan ocupada que estaba en asustarme con la moto, las corrientes y los temblores.

  • Fuentes:

    1) Outsmarting our primitive responses to fear
    2) Fight, Flight or Freeze Response to Stress
  • Qué le voy a hacer, es casi imposible no tener miedo. Sí, sí, ya sé que un poco me lo busco; es que muchas veces el miedo es un motor. Antes de volverme nómada, tuve miedo de quedarme estancada en una especie de comodidad maravillosamente familiar que me ofrecía Buenos Aires. También tuve miedo de quedarme atrapada viendo cómo el cambio de gobierno hundía otra vez mi querido país. Entonces me moví. Creo que tener miedo es una señal de salud y consciencia, un llamado de atención para ir hacia lo que deseo y me atemoriza con más cuidado y planificación. Viendo lo útil y esclarecedora que puede ser esta emoción tan ubicua, agradezco que Nusa Penida me haya ayudado a sentirme así: viva de miedo.

Una canción de la que fue mi banda por más de 10 años, en relación a los miedos inútiles: