Está padre esa madre

En México, cuando algo está bueno se dice que está padre o padrísimo. Madre, en cambio, es una palabra que se usa tal como usamos ‘cosa’ en Argentina, es decir objeto semi indefinido, sin caracterizar. Se puede decir, por ejemplo: Está padre esa madre. Pero la diferencia entre los significados no literales de ‘padre’ y ‘madre’ no quedan ahí. Que algo te valga madres quiere decir que no te importa nada. La gente de México usa estas expresiones cientos de veces al día. Mujeres, madres, chicas, chicos, hombres, son transversales a la sociedad entera. Tanto así que se usan en publicidad y como nombres de marcas y promociones. Pero no se queda en México la tendencia. En España estas huellas en el lenguaje son un poco más groseras. Para elogiar algo se dice que es la leche (semen), la polla (pene) o la hostia (sí, el cuerpo de Cristo). En cambio una situación o persona molesta es un coñazo, o sea un coño (vagina) grande. ¿Patriarcado? Naaaaaaaaa, para nada.

En tiempo de feminismos, récords de feminicidios y vertientes de lenguaje inclusivo, vale la pena revisar frases hechas y modismos además de prestar atención a la vocal en la última sílaba de sustantivos y adjetivos. Conocer el sentido de la historia y los mapas encriptados en el lenguaje coloquial ayuda a desenpolvar contextos e implicaciones que se naturalizan al punto de volverse invisibles.

Collage de hablares

Uno de los efectos no calculados de mi estilo de vida, casi 4 años después, es que tengo un acento muy raro cuando hablo castellano. La gente nueva que conozco suele confundirse, no pueden adivinar ‘de dónde soy’. A mi hermano le da un poco de rabia y otro de risa, me desconoce. No es algo que yo controle ni haga a propósito. A decir verdad, ya era un poco así antes de irme porque un tratamiento foniátrico me había llevado a rediseñar mi identidad vocal en consonancia con un uso saludable de mis cuerdas y eso había desdibujado mi acento porteño considerablemente. Pero ahora no es sólo el cantito lo que se sale del molde. Se han colado en mi manera de hablar parte del léxico y las expresiones de todos los países en los que paso tiempo, o de dónde son las personas con las que comparto los días.

Más allá de la perplejidad que esto puede producir en mis interlocutores, a mí un poco me gusta. No sólo porque es producto de una elección de vida que estoy contenta de haber podido hacer sino también porque las maneras de hablar dicen mucho sobre los pueblos, y poder conocerlas de primera o segunda mano me hace sentir que conozco más el mundo. Y si conocerlas implica que algunas se me peguen, bienvenido sea. Pero algunas, no todas. Ser en principio extranjera a esos hablares me facilita la tarea de examinarlos. Es uno de mis pasatiempos favoritos prestar atención a los modismos y descubrir o especular de dónde pueden venir, cómo se explican a partir de las historias y los paisajes de cada región y también, cómo no, justificar que me gusten o los excluya conscientemente de mi collage de hablares.

  • “…hablarle a cada quien en la suya y entender cómo fona y organiza el mundo su vocabulario, su abecedario, su dicción, las metáforas de su región, el paisaje enhebrado en su canción.”Fragmento de Pura Potencia, Videocanción

Colonialismo enquistado

En México, en vez de pedirte que repitas algo diciendo ‘qué?’, se dice ‘mande’. Cuando no te escuchan, no te entienden, te piden que repitas pidiéndote que mandes, que ordenes. Esa tendencia servicial enquistada en el lenguaje me llamó la atención desde el principio y me da respingos prácticamente cada vez que la escucho. Por eso ni me acostumbré a ella ni se me pegó. Aunque no sé lo suficiente sobre historia mexicana como para justificar mi rechazo al ‘mande’ con erudición, estoy segura de que este modismo expresa el sometimiento colonial sangriento y racista del que el ‘mande’ es apenas un resabio más.

La lenguajo mutante

En Argentina somos más igualitarios que en México o España a la hora de criticar o elogiar. Eso sí, insultamos mucho más y preferimos los insultos sonoros con dobles erres y pés. Pelotudo, forro, la recalcada concha de la lora. Ese gusto por la sonoridad parece primar sobre las cuestiones de género. Aún así el insulto más usado probablemente sea “hijo de puta”, vinculando un juicio de valor sobre una madre (y su sexualidad, o ¿trabajo?) con la maldad y desconsideración de su hije. Yo estoy intentando sustituir este lugar común por una palabra de varias sílabas: des-gra-cia-do. No causa el mismo efecto violento y, aunque me decepciona un poco cuando estoy enojada y quiero insultar, quizás en realidad sea preferible. La versión española suave de esto es ‘la madre que te parió’ y yo juego a cambiarlo por ‘el padre que te engendró’. También me rebelo contra el ‘Señores padres’ típico de la comunicación de toda mi vida escolar. No tengo muchas oportunidades porque no soy mamá, pero lo señalo y lo cambio por ‘queridos madres’ o cualquier engendro incongruente que se me ocurra en el momento. Estas sustituciones, estos ejercicios concienzudos, pretenden señalar al signo naturalizado e invitar a la reflexión más que instalarse en el lenguaje coloquial de alguien, incluido el mío. Me parece que las “e” del lenguaje inclusivo también están para eso. No, no me acostumbro a cómo suena y me resulta raro hablar así. Pero, tal vez, para que algo pueda cambiar, tiene que empezar por enrarecerse.