Reflexiones desde Cuba

De todos los lugares por los que viajé, Cuba es el que despierta más curiosidad en mis interlocutores. Quieren saber qué pienso, qué sentí, qué vi. Cada vez que me enfrenté a esa pregunta ávida, me escubullí con una respuesta escueta y premeditada. No por ser antipática, sino porque la complejidad de pensamientos que generó en mí el paso por la isla no es un estado que pueda alcanzar en un charla cotidiana cualquiera.
Como no quiero decir cualquier cosa pero tampoco quiero no decir nada, varias veces he dicho:

No hay marginales y eso es hermoso. Falta motivación y abunda el desgano, y eso es notorio.
Dicho eso intento desviarme hacia relatos de paisajes, distancias y cuestiones prácticas del viaje; escaparme por la tangente mientras el tiempo me ayuda a elegir las palabras que ponerle a las cientos de imágenes y preguntas que Cuba imprimió en mí en apenas 13 días.


Viaje de Contrabando

  • Pasku y yo optamos por viajar a Cuba con las famosas maletas. Hay quienes organizan que los turistas contrabandeemos productos como ropa, perfumes, zapatillas, shampoo, pasta de dientes, etc al viajar a Cuba desde Cancún. Aprietan los productos dentro de maletas que nosotros pasamos como si fueran nuestro equipaje. A cambio, ellos nos consiguen un ticket redondo de apenas 50usd. Nos encontramos con en el organizador de esta modalidad de viaje a las 7 de la mañana en el aeropuerto de Cancún. Revisamos las maletas y nos dio nuestros tickets. En el aeropuerto de La Habana nos esperaban otros miembros de su familia. Una joven y sonriente pareja tenía nuestra foto en su Whatsapp para reconocernos y hacerse de sus maletas, sus productos.

  • Sí, en Cuba hay internet y los cubanos tienen celulares y tienen Whatsapp. De hecho tienen sus propias aplicaciones (desarrolladas por el gobierno) para comunicarse con el mundo entero incluso cuando no están en un punto de Wi Fi. La aplicación de mensajes que usan todos los cubanos se llama Cuba Messenger y hay una versión para usar en la isla y una versión para usar en el resto del mundo con el fin de comunicarse con gente que esté en la isla. En cada pueblo al que fuimos vimos decenas de cubanos apostados bajo la antena pública de internet mirando dentro de sus teléfonos. La navegación se paga por tiempo que se compra en tarjetas prepagas. Da igual que estés chateando o mirando videos, lo que se cobra es el tiempo. Pero vuelvo al aeropuerto. Hecha la entrega de maletas no sabríamos más de los contrabandistas, ya nos habían dado nuestro ticket de vuelta para la fecha que queríamos. Yo estaba un poco nerviosa pero la verdad es que toda la operación fue muy fácil. Las desventajas de viajar así fueron sólo algo de nervios y dudas, no poder decidir con exactitud la fecha de partida y viajar los 13 días con sólo un equipaje de mano cada uno… aunque eso fue más bien una ventaja.

Opinión y diferencia

Llegamos a La Habana sin saber a dónde ir a dormir ni tener contactos. Las primeras noches, descubriríamos luego, pagamos demasiado caro por una cama incómoda. La ciudad es caliente, vieja y ruidosa. Es además un hervidero de turistas en que no nos sentimos cómodos. Ya sabíamos que iba a ser así y estábamos decididos a irnos rápido. Sólo dos noches, malecón, museo, salsera y nos fuimos para Trinidad, que nos gustó mucho. Luego Playa Girón, Playa Larga y Viñales, que terminó siendo mi lugar favorito.

Cada día de paseo por Cuba profundizaba mi perplejidad. Al enterarnos de algunos problemas que tienen, tan impensados y hasta ridículos para nosotros, los de fuera; nos preguntábamos cómo se las arreglan… porque claramente se las arreglan, y más. Ahí están el pueblo cubano y su alegría salsera vestida de elegancia de contrabando y bailando entre paredes descascaradas. Su pulcra austeridad y resiliencia frugal, atrincherada en esquinas asoladas, sombras de mediodía, puros, mecedoras y ron.
Uno llega a envidiar la sencillez atemporal que se respira en ciertas partes de la isla. Un recordatorio de lo que ser humanos significó alguna vez y significará siempre. La evidencia de las circunstancias esculpiendo individuos y viceversa. Ahí está la edificante idiosincracia cubana a modo de acertijo; interpelándonos a nosotros los hijos del discurso esquizonfrénico pero hegemónico que exalta la individualidad mientras controla las masas. Ahí está la fuerza de quienes eligieron hacer las cosas de manera diferente. Y no hay nada como la diferencia para plantarnos frente al espejo. Porque, al final, visitando Cuba no puedo decir tanto de Cuba. En cambio, me encuentro pensando mucho sobre mí, sobre mi historia, sobre nuestra cultura, sobre la ubicua empatía que tenemos muchos hacia la revolución idealista cubana (se me llenaron los ojos de lágrimas varias veces frente a frases, dibujos o rincones) y el igualmente ubicuo cinismo sobre la vida propia.Atragantada de emociones y preguntas dediqué en gran medida mi paso por Cuba a estar sensible tras mi cámara. Porque expresar opiniones sobre Cuba me parece irreverente e incompleto; me siento ignorante.

Necesitar y querer

Creo que tenía 15 años cuando leí por primera vez el aforismo que resume al socialismo/comunismo: De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. La simpleza y fuerza de esa idea hicieron que la frase se me grabara a fuego, jamás la olvidé. Parecía muy razonable pero, conforme fui creciendo, comencé a comprender que ser capaz, necesitar y, agrego, querer no son cuestiones objetivas o siquiera universales.
De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades
En Cuba nadie vive en la calle. En Cuba la gente no muere de hambre. En Cuba todos tienen acceso a la misma atención de salud. Las puertas de las casas están abiertas de par en par todo el día. La tierra se trabaja con poca o nada de tecnología. Hay muchos caballos y bueyes. Los herbicidas son preparados naturalmente, no hay transgénicos. En Cuba también falta jabón de tocador para los locales pero jamás faltará para los turistas. Hay grandes edificios estatales con empleados que no hacen demasiado. Hay ranchos de desayuno que ofrecen cervezas a precio irrisorio pero poca o ninguna comida a precios irrisorios también. Paradójicamente este menú raquítico se prepara en cocinas bien equipadas, profesionales. Los empleados llevan uniformes, hay equipo de trabajo, máquinas que no se encienden… recursos desperdiciados. Hay pesca ilegal para venderle mariscos al turismo. Hay prostitución, hay jineteros y jineteras, hay científicos y doctores y todos se juntan a beber al mismo precio y en el mismo rincón caluroso de La Habana. Quienes ganan 50 dólares al mes brindan con quienes ganan 8. No se ven marginales en Cuba, aunque ellos hablen de clases igual. Ellos ven, saben de diferencias entre ellos que para mí era difícil advertir. Todos parecen coquetos, orgullosos, curtidos de sol. En La Habana, todos vestidos de punta en blanco en casas destruidas. Todos con el mismo derecho al atardecer sobre el malecón. En el pueblo de playa, todos habitando casas simples con galerías de azulejos y mecedoras coloridas, esperando el fresco de la tarde. Todos bien al corriente de las reglas que son, para nosotros, raras e intrincadas. Nos contaron sobre algunas, porque preguntamos. Al indagar más siempre tenían respuestas, están informados, pero muchas veces nos costaba entender los por qués y los cómos a pesar de preguntar y preguntar. Para eso se necesita más tiempo, quizás.

¿Por qué están protegidas las vacas de tal modo que comer una implica una pena más severa que un asesinato? Cómo se compra un cubano un carro de 60 años que cuesta varios miles de dólares? ¿Cómo hacen para que sigan funcionando? Es más, no sólo funcionan, los mantienen relucientes evidenciando que hubo un tiempo en que las cosas sí se construían con la pretensión utópica de que fueran para siempre.

No era la primera vez que pensaba en esto, pero Cuba me refrescó las reflexiones alrededor de necesitar, querer y poder. Los seres humanos solemos querer cosas que no son estrictamente necesarias pero vamos tras ellas y resultan ser condiciones de posibilidad para el siguiente eslabón de nuestro desarrollo tecnológico, social o cultural. Así mismo muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de lo que sí necesitamos y lo entregamos a cambio de cosas que queremos (hablo de tiempo libre, aire puro, una comunidad que nos contenga, silencio, suelos sanos). Somos una especie insatisfecha por naturaleza. En clave positiva, eso nos lleva a conocer, a desarrollar, a aprender; en clave negativa nos lleva a destruir, a abusar y a sufrir. Paradójicamente, y para cerrar un párrafo difícil de cerrar: los cubanos no me parecieron ni insatisfechos ni resignados.

Preguntas sin respuesta

Pienso en Cuba y en la administración de lo común que se propone garantizar lo suficiente para todos… absolutamente todos. A esta administración le toca establecer unívocamente un criterio de necesidad aunque el axioma fundador diga “según sus capacidades” y “según sus necesidades”, ¿cómo se aplican las sutilezas humanas a la escala nacional? Es un desafío enorme como también lo es reducir el inevitable parasitismo que abusará del sistema. Pienso también en la contracara: el mundo moderno enarbolando al individuo y la propiedad privada; alimentando el deseo voraz y la insatisfacción infinita, conduciéndolos hacia el mundo material para seguir produciendo, vendiendo e inflando productos brutos que son más bien brutales. Cuba sigue siendo testimonio de la implementación de un discurso diferente al hoy hegemónico. Muchos lo inscriben en la historia como un fracaso, como si el capitalismo fuera exitoso. Cada día que amanezco en Cuba es un racimo de preguntas nuevas. ¿Por qué el Estado aprieta tanto a su querido pueblo? ¿Cuándo dejó de escucharlo? ¿Cómo puede ser sostenible un ranchón de 100m2 con una cocina igual de amplia, equipada, 4 empleados dentro todo el día y apenas una carta de 4 tipos de sándwiches? ¿Es el sinsentido promotor de la desidia? ¿O es al revés?

¿Se necesita la sensación de riesgo para motivar la exploración, el esfuerzo, la auto superación? Esta pregunta resuena profundamente conmigo porque tengo una rica relación con el riesgo y el miedo que me trae descubrimientos, placeres y aprendizaje. Quizás sí para ciertos tipos de exploración. Pero también es cierto que las restricciones son grandes promotoras de la creatividad, el ingenio y la picardía popular. Los argentinos lo atamos con alambre y los cubanos se las rebuscan siempre. Ellos te lo dicen exactamente así.

¿Es el sinsentido promotor de la desidia? ¿O es al revés? ¿Se necesita la sensación de riesgo para motivar la exploración, el esfuerzo, la auto superación?
¿Cuál es el límite razonable para la inagotable insatisfacción del deseo humano en cuanto a políticas de construcción no sólo social sino también literal: de cosas, de herramientas, de juguetes? Durante mis 20 me convencí de que lo mejor sería atender a los límites que propone nuestro planeta y el funcionamiento del mundo natural del que dependemos/somos parte. Atender a sus ciclos de renovación de recursos que consumimos para vivir más cómodos, sea lo que sea que eso quiera decir. ¿Es cómodo atestar trenes subterráneos cada día para transportarte km y km? ¿Es más cómodo no quedarse quieto nunca o quedarse siempre en una sola isla con apenas la posibilidad de soñar salir algún día de paseo sin que tenga que ser para siempre?

Los días pasan y siguen concatenándose las preguntas como trenes ingleses saqueando legalmente territorios conquistados. Si todos tenemos lo necesario sin tener que hacer mérito…¿Cuáles son las recompensas justas por los esfuerzos optativos? Mis preguntas no son sencillas de responder. Los discursos nos son sociedades ni gobiernos tal como las políticas son apenas mapas que intentan delinear el vasto y caótico territorio de la actividad humana.

Veo gente esforzarse sin recompensas verticales evidentes. Hay a quienes les da gusto esforzarse, encuentran sus propias y discretas recompensas sin que nadie les palmee la espalda o les de un bono. Eso también forma parte de la humanidad. Veo sociedades en que la teoría del mérito se excede y no contempla ni la desigualdad de oportunidades ni la diversidad de capacidades resultando en un fascismo solapado, en reaccionarios de clase media.

O efectos colaterales menos graves pero profundamente desagradables como la falsedad en las interacciones. O me van a decir que algún latino se fuma la amabilidad de plástico gringa normalmente emparejada con su inconsciente prepotencia (mis amigos gringos reconocen y rechazan esos aspectos de su cultura). Ambas son el resultado de que las categorías de producto, cliente y proveedor acabaran permeando todas las relaciones humanas sobre suelo norteamericano. En Cuba, en cambio, si un vendedor es amable es por pura expresión de su espíritu, no puede esperar ninguna recompensa extra. Como consecuencia muchas veces tienen mal humor y poca intención de apurarse o adaptarse a la demanda del que consume. Pero otras veces son simpáticos, charlatanes y curiosos por el puro placer de compartir, sin intenciones ocultas. Esto es diferente cuando se dedican a capturar turistas aunque, en nuestra experiencia, quienes querían sacarnos dinero fácil tampoco eran simpáticos. Sólo los que de verdad se querían comunicar lo hacían de manera encantadora. Encima hablan bien los cubanos, su educación básica es claramente de calidad.

Clase Turista

El viaje es por un lado una especie de luna de miel: Pasku y yo conociéndonos en otro entorno, disfrutando de las bondades del ocio y el paisaje; intentando gambetear el rígido y vacío rol de de turista al que muchos cubanos nos condenan y disfrutando profundamente de las conversaciones que surgen cuando lo hacemos. Como cuando perdimos el bus que nos sacaría de Playa Larga y teníamos ya muy poco efectivo. Demasiado poco para los taxistas que intentaron coptarnos. Al final un taxista que pasó y nos vio terminó llevándonos por un precio bajo. Lo que pasa es que él iba para ese lado de todas maneras, nos dijo. al principio Abel parecía antipático, pero conforme pasaron las horas dentro de su auto (alquilado al gobierno para trabajar), la conversación se fue poniendo interesante y sincera.

Resulta que el alquiler del vehículo turístico es apenas una pantalla. Abel se dedica a mover los frutos de la pesca ilegal por la isla. Con razón siempre podían vendernos pescado y mariscos en cada rincón de Cuba. Es que los turistas quieren eso. Con razón vimos tan poca vida en el buceo que hicimos. Es que las especies necesitan más tiempo para reproducirse y el consumo desmedido se lo está complicando. Aquí la lógica ¿capitalista? se filtró a abusar de la naturaleza cubana también. Abel nos contó de su hijo, de su mamá y de su ilusión de hacerse los papeles europeos a los que tiene derecho pero se le dificulta tramitar. Su bisabuelo vino de Tenerife. Si él pudiera ir a conseguir la partida de nacimiento podría hacerse la ciudadanía y trabajar unos años en Europa para enviar dinero a la isla y eventualmente, por supuesto, regresar. No quiere vivir en otro sitio. Así, a fuerza de confesiones y empatía, Abel y nosotros trascendimos las clases turista-taxista en que habíamos iniciado nuestra interacción. Somos de los viajeros a los que les gusta sentirse cerca de los locales al viajar. Airbnb se montó un imperio sobre esa preferencia y mucho está cambiando en la industria del turismo para intentar satisfacer ese anhelo de conexión intercultural.

Sentada sobre el cuero caliente del asiento de atrás del “taxi” de Abel, pienso en que quisiera no haber venido a Cuba sólo a pasear. Es que aunque me moleste y rechace ese rol de turista, de outsider al que hay que quitarle dinero, también lo comprendo. Las circunstancias de cubanos y extranjeros son tan extremadamente distintas que parece infantil y egoísta decir “quiero sentirme como un local” en Cuba. No se puede. Por eso a lo máximo que atino es a establecer conversaciones sinceras y escucharlos. Activar sensibilidad y empatía para comunicarnos desde esa profunda diferencia que sería violento negar. La conclusión es que hay destinos a los que no tiene tanto sentido ir a pasear. Anhelo volver a Cuba por meses, con un proyecto, con un objetivo, con una tarea que me inserte en esa sociedad como algo más que una observadora perpleja o una turista sensible. Es exactamente lo mismo que me pasó en Chiapas.

Recomendaciones

Los 13 días que tuvimos en Cuba pasaron muy rápido. Nos quedamos con ganas de ir al Parque Nacional María la Gorda y a conocer Oriente. Pero sobre todo, yo me quedé con ganas de disponer de tiempo para profundizar mi conocimiento sobre su historia e idiosincracia y así profundizar también mis reflexiones. Pasamos los mejores días en Viñales, paseando a caballo, subiendo a miradores en bicicleta y hospedados en la posada de Leyanis que tiene una vista increíble. Recomendamos hospedarse ahí si se quedan en Viñales. En Trinidad, pueden quedarse con Odelquis y su hermosa familia en el Hostal La Salvadera, su comida y mojitos son exquisitos! En La Habana finalmente encontramos un hospedaje muy cómodo atendido por la señora Hortensia que fue tan dulce de hacernos un café a las 3 de la mañana para que nos fuéramos al aeropuerto. No encuentro la tarjetita pero apenas la encuentre lo subo! También recomendamos no llevar dólares para cambiar, porque siguen aplicándoles un impuesto extra que no le aplican por ejemplo al euro o al peso mexicano.
Si están planeando un viaje a Cuba, háganlo tan largo como les sea posible y no pasen demasiado tiempo en La Habana. Si van y ésto les despierta preguntas, espero las compartan conmigo así avivamos el fuego creativo que proviene del encuentro sensible con la diferencia. Ah… cualquier otra pregunta sobre algo práctico no duden en escribirme, ya saben mi manía de ponerme filosófica en los posts!
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