Fiebre en Pavones

Elizabeth está sentada muy recta sobre un tronco al refugio de una media sombra. Sostiene una cámara de gama media montada sobre un monopié que apunta hacia el pico mítico de Pavones. Metros y metros más adentro, su novio espera que una ola lo lleve de paseo hasta el centro de la bahía a la que no dejan de llegar surfistas de todas partes del mundo (Estados Unidos, Tasmania, Israel, Australia, entre otros). Desde la orilla, testigos, fotógrafos y surfistas en descanso observan el espectáculo.

La danza del mar

Además del novio de Elizabeth, decenas de surfers se alinean esperando su ola. Entró el “swell” y Pavones es pura fiebre de surf. Antes de ir, lo que había escuchado sobre Pavones es que tenía una de las olas más largas del planeta. Jamás hubiera imaginado me iba a tocar verla funcionando y superpoblada de afiebrados (deseosos) surfistas. El espectáculo es sobrecogedor. El oleaje se organiza y repite hermosamente. Desde afuera, se advierten variaciones muy poco bruscas en la frecuencia de las olas y su tamaño. Es hermoso ver pasar a los surfistas disfrutando, bailando casi.

El novio de Elizabeth hace longboard. Mientras charlamos lo buscamos en el agua y una de las cosas que nos ayuda es que su tabla es grande y de madera cruda. Es muy difícil ubicar desde la orilla a alguien que está surfeando. A menos que se conozca muy bien la tabla y el atuendo o dispongamos de binoculares, teleobjetivos; las identidades de las boyitas entusiasmadas que esperan los regalos del océano se desdibujan, especialmente mientras esperan. Le comento a Elizabeth que estoy intentando aprender a surfear y que me resulta un desafío más mental que físico. Hablo de la relación con el mar que todo el que surfea tiene y que descubro que tengo que desarrollar. Ella asiente y, a pesar de estar preocupada por no perderse alguna de las olas de Joshua, me responde que lo que a ella más le llama la atención de esta actividad es que “cada ola es única, es una experiencia absolutamente diferente, irrepetible. No es como la pista de esquí o snowboard, en que la pista ya está ahí y uno la baja. Aquí cada “ride” tiene algo de irrecuperable y de incierto”. El mar está vivo y hay que sentirlo bajo la tabla para saber cuando da lugar, o cuando se va a acelerar, desacelerar o cerrar bruscamente.

Dentro y Fuera

Mi interés en practicar este deporte es nuevo aunque siempre me haya gustado. Tenía la certeza de que no se podía aprender a menos que uno viviera un tiempo largo junto al mar y ese no era mi caso. Ahora, esa intuición que me hizo demorar mi incursión en el surf se precisa: hay que desarrollar una relación con el mar y es por eso que se necesita mucho tiempo no sólo dentro, sino también fuera, mirándolo. Los surfers despiertan y se asoman o bajan hasta la orilla a mirar las olas. Los surfers están siempre buscando olas. Además, son surfers todo el tiempo, aunque estén a km de una playa. A muchos se los escucha reflexionar en voz alta en clave filosófica y se nota que es sin querer. Pareciera que la relación con el mar despierta un espíritu místico. El mar se vuelve el gran otro que regala, quita o golpea. Me da la sensación de que este deporte tiene un efecto particular sobre las personas: define un estilo de vida y templa el carácter. De mis pocas horas de avistaje de olas por un lado y de remadas y revolcones aparatosos por el otro, también puedo comentar que es increíble lo distinto que es mirar las olas desde fuera y estar dentro intentando tomarlas (o dejarse tomar) por ellas. Cuando me ahuevo (asusto, desanimo) intento explicarme por qué me fascina tanto y tengo tantas ganas de aprender a surfear. Imagino que la escucha instintiva a la que la ola te obliga es una meditación en movimiento adictiva. Lo de adictiva no lo imagino, lo veo en todos los cuerpos que regresan deliciosamente molidos por la tarde para volver a salir entusiasmados por la mañana.

Motivación

Después de 4 días de swell en Pavones rodeada de surfistas apasionados, profesionales, internacionales, jóvenes, viejos que viajan a surfear entre amigos, en pareja  o en familia tengo todavía más ganas de aprender a surfear que antes. Aprendí un montón de cosas sólo escuchándolos hablar apasionada e ininterrumpidamente de surf, sólo de surf, todo el día de surf.