Sed y Deseo

Voy en la bici por Buenos Aires otoñal. Son las 6 y pico de la mañana. Todavía no amanece.

Pedaleo y divago. Súbito pensamiendo:
El deseo se me presenta muy parecido a la sed.

Esa noche no me fui del baile con deseo, sino con una sed desproporcionada, extrema, insistente.
Deseo y sed, sí, pero la sed tiene sus ventajas; hay que decirlo.
Queda claro entonces que por mucho que se asemejen y hasta sean capaces de sustituirse mutuamente, no dejan de ser cosas (cosas?) distintas.

digitalizaciones-1030200Así sedienta me dan deseos de ir al río a ver el amanecer. A modo de despedida, pienso. Freno en un Farmacity, toco timbre en la ventanita de atención nocturna pero el guardia me hace una seña de que ya está abierto, de que trasponga las puertas automáticas. Se ve que para Farmacity la no noche no tiene tanto que ver con el sol. Me acerco y le digo al guardia que me da fiaca atar la bici. Que la entre nomás, privilegios de andar a deshoras.
Me compro un Powerade y voy a la estación. Tengo suerte, el tren a Tigre llega en 4 minutos.
Andén, beber, reponer sales consumidas en el baile dionisíaco que duró horas y horas.
Está empezando a aclarar, voy a llegar a Olivos justo. Qué suerte tengo – pienso.

Me subo al tren, que me resulta hostil con sus luces tan blancas y sus pasajeros tan desconfiados, o cansados, o alertas. Miro las caras de los hombres (son todos hombres) midiéndose, viendo si alguno va a buscarle problemas a algún otro. Entrán al furgón dos guardas. Son notablemente más robustos y amenazadores que los que andan en horario laboral. Pienso que claro, que a éstos les dan el turno noche. Se me dispara un montaje acelerado de pensamientos sobre prejuicios y sobre lo que visualmente se considerará amenazador, hostil, sobre el común de esa lectura, sobre quién decide eso en TBA. Lo dejo pasar.
Me miro en el reflejo de la ventana, estoy vestida de rabiosos amarillo y fucsia. Tomo Powerade y voy haciendo equilibrio en el vagón, no sólo con mi cuerpo revestido de amarillo y fucsia, sino con la bici cuya frágil verticalidad mantengo con la cadera a la altura del asiento y el codo del brazo flexionado con el que me vuelco el líquido en el cuerpo moviendo el manubrio por su lado derecho. No hay nada que hacer – pienso – Me entretienen las dificultades, los malabares, los pequeños contratiempos, la incomodidad.

Por qué secretamente justifico mis raptos de locura.
Yo, que cuando se me sale la cadena, freno con el borcego. Ya sé, gasto prematuramente la suela. Le marco una hendidura inclusive, pero evito chocar.
Por qué secretamente justifico mis raptos de locura. A veces incluso frente a mis íntimxs.
Porque es justo en el borde de la coherencia donde me siento más fuertemente viva.
Allí donde no puedo hacer lo más conveniente a mis intereses concienzudos, conscientes, vigilantes.
Allí soy algo que no decido, sino que me decide a mi. Es como si sólo allí pudiera palpar aquello que me constituye.