Pequeño Gigante

Llegué a Gigante desde Popoyo/Las Salinas, el punto de surf aledaño y porque la serendipia me llevó a convivir en la casa WifiTribe.

Serendipia y corte de luz

La casa WiFi tribe estaba dentro de un desarrollo privado llamado Aqua Wellness. Desde Guasacate tomé un taxi con la dirección de mi destino marcada en google maps. La luz había estado cortada toda la noche, por lo que mi teléfono celular tenía poca batería y no había cómo cargarlo. Mi contacto en la casa no me respondía desde la tarde anterior. Quizás ellos también habían estado sin luz. Si seguía esperando en Guasacate me iba a quedar completamente sin batería y se me iba a hacer tarde. Así que me la jugué, subí mis bolsos a un taxi y apreté fuerte el mapita virtual en la pantalla de mi agonizante teléfono.

Primeras impresiones

Playa Gigante es una pequeña y humilde comunidad pescadora. El pueblo es chiquito, las casas en su mayoría de chapa, bolsa y palos, a excepción de los restaurantes y hotelitos sobre la playa. Por las calles de tierra andan cerdos y gallinas, niños en pañales, adolescentes en moto, surfistas sin calzado, camionetas 4×4. En Gigante llueve mucho más que en Las Salinas, aunque estén a apenas media hora uno del otro. Como es mucho más verde que Las Salinas, los caminos parecen más angostos y se embarran permanentemente.

Pero de todo esto no me enteré hasta varias horas más tarde. Entré al desarrollo inmobiliario donde quedaba nuestra “villa” (menuda vivienda para una tribu era) por una carretera en construcción que hizo que el taxista protestara-dudara varias veces, mientras yo chequeaba en mi teléfono-mapa que estuviéramos yendo bien. Estaban adoquinando el camino que va desde la carretera principal (que lleva a Rivas) hacia Playa Gigante. Creo que vimos un centenar de hombres muy bronceados y sudados apisonando tierra, moviendo adoquines, sentados tomando un descanso. Había mujeres también, vestidas de jean y con pañuelos atados alrededor de la cabeza tapándoles la boca para no respirar la polvareda que máquinas y hombres levantaban constantemente. Ellas mostraban carteles de PARE o SIGA para ordenar el demorado tránsito en los tramos en que sólo había una mano para pasar. Mientras el taxista estiraba el cuello mirando hacia los lados, yo no imaginaba que en los siguientes 20 días ese camino se me haría cotidiano y entrañable ni que me acostumbraría a evadir obstáculos y encarar pozos conduciendo una camioneta llena de emociones y amigos.

Llegué. Estaba abierto. Entré. Había gente, no había luz, la casa era hermosa. Nos presentamos. Una familia de monos aulladores descansaba sobre un árbol justo al lado de la casa, a muy pocos metros de la piscina con vista al mar. Al rato, algunos nos pusimos de acuerdo para bajar a la bahía semi privada del Aqua Wellness: Bahía Redonda. Le pregunté al empleado del resort dónde estaba la ola más cercana. Me dijo que desde ahí se podía caminar por entre la selva hasta llegar a la Bahía de Gigante. Luego de atravesar toda la playa Gigante uno encontraba el pueblo y si seguía caminando 15 minutos más, Playa Amarillo, la ola más cercana de la que no tardaría en enamorarme. Creo que será uno de esos lugares a los que siempre querré volver.

Amor Amarillo

No fue hasta dos días después que pude ir a conocer Playa Amarillo. Salí caminando de la casa con una botella de agua y un billete para pagar por el alquiler de mi tabla. Seguí las indicaciones que había recibido. Alquilé una tabla a una estadounidense con la que tuve que hablar en inglés y caminé un poco más buscando la playa y sintiéndome un alien. Ahí iba yo solita entre el calor de la tarde, descalza, cargando una tabla por caminos desconocidos, embarrados y llenos de cerdos de todos los tamaños.
Playa Amarillo es una gema especialmente para el viajero surfista intermedio. Las olas no son demasiado violentas pero pueden crecer, presentando nuevos desafíos. Funciona mejor con la marea llena. Además de las izquierdas que salen junto a la roca, salen olas del beachbreak a lo largo de toda la playa. Los locales que pasan las tardes en Amarillo son mayormente adolescentes y niños con una actitud absolutamente amigable, lejísimos de la competencia afiebrada de olas más renombradas o difíciles. Sobre la playa no hay nada, apenas la casa de Ana y su familia, que construyeron un techito sobre la playa para dar sombra a los surfistas acalorados. Sólo piden una colaboración voluntaria a cambio.
Después de varios días y atardeceres a la derecha de las rocas de Amarillo, me sentía en casa. Las caras se repetían pero las charlas acompasadas por la respiración ondulante del mar, nunca. En amarillo encontré la mayor proporción de chicas surfeando de todo mi viaje. Entre las olas abundaban sonrisas suizas, alemanas, italianas, españolas y por supuesto, nicas. En ese entorno natural y humano inmejorable aprendí y mejoré mucho mi surf. Si vas a Nicaragua a surfear y querés experimentar una ola amable y consistente en combinación con la sencillez del pueblo donde rompe, no te pierdas amarillo.

Canto agigantado

Volvía de surfear, feliz, tabla en brazo derecho, pies descalzos, botellita de agua. Ya casi llegando al “centro” del pueblo había preguntado días atrás para tocar en un restaurant que parecía del tamaño y la onda adecuada. La dueña no estaba pero la camarera había apuntado mis datos para pasárselos. No me había contactado nadie. Esa tarde al pasar caminando en éxtasis post surf, vi a Leslie (la dueña de “Juntos”) y su panza de al menos 7 meses sentadas delante de la barra mirando una carpeta. Adiviné que sería la dueña y me acerqué. Que sí, que le interesaba, que había perdido el papelito. Ahí nomás coordinamos que tocaría el viernes.
Las siguientes visitas a Amarillo invité a todos mis amigos de olas al show del viernes. Los intervalos entre olas funcionaban de club social. La primera impresión que uno se lleva de quienes conoce surfeando es única. Conocer a alguien completamente mojado, acostado o sentado sobre una tabla, mirando el mar, siendo mecidos por el mismo latido. Algunos con camiseta de lycra, otros con una camiseta cualquiera, protector solar o una piel oscura y curtida. Más o menos experiencia, más o menos miedo, más o menos ganas de remar. De muchos no sabía el nombre pero la simpatía que se forja compartiendo el mar es curiosamente rápida y profunda.
El día del show en Gigante fue hermoso. Para empezar, estaban todos los WiFi Tribe en una enorme mesa en primera fila. Para completar, llegaron muchos de mis amigos de olas. Mi alegría fue enorme al verlos entrar al restaurant en medio de una canción. Nuestro vínculo recién nacido trascendía en ese momento las horas de olas y sal y se revestía de un nuevo convivio seco y cantado. Me di cuenta, mientras desdibujaba la sonrisa de mi cara para volver a concentrarme en afinar, de que mi sensación de plenitud surgía de la combinación de varias simples bellezas: sol, sal, olas, naturaleza, pies descalzos, sonrisas, afinidad, surfear, cantar. En Gigante lo tuve todo. Qué suerte la mía.