Popoyo Aterrado

El bus ya estaba un poco más vacío. Me senté junto a un turista para charlar con alguien y mitigar la ansiedad que me producía no saber si mi anfitriona había recibido mi mensaje de texto diciendo que estaba llegando.
Mientras conversábamos en inglés, el bus se detuvo en lo que parecía el medio de la nada. En realidad, esa era la impresión que me daban todas las paradas: el medio de la nada. Yo seguí sentada como si nada porque al mirar por la ventanilla no vi el cartel de la Pantera Rosa que, según me habían dicho, marcaba mi lugar de llegada.

El medio de la nada

Una mujer se subió al bus por la puerta trasera, la misma por la que me había subido yo. Pude oír su voz desde el fondo. Le preguntaba algo a los maleteros con un tono muy enérgico, echado para delante.
Sin darme cuenta se acercó hasta estar al lado mío. Su cuerpo y su cara tenían ese ímpetu impaciente de mujer latinoamericana en que me reconozco. Insistió:

– ¿Vos no sos la chica argentina?

La miré en silencio perplejo.

– ¿La que viene a trabajar con Gabriela?

Sí, era yo. Mi mensaje había llegado, mi anfitriona había parado el bus y su amiga había subido a buscarme. Saludé a mi interlocutor extranjero apurada y sorprendida mientras rescataba mis diferentes bultos que estaban desperdigados por el bus y me las arreglaba para bajar entre las bolsas de papa y la heladera del heladero. Ana y yo nos bajamos ahí nomas en ese paraje sin señas particulares. El medio de la nada se convertiría en pocos días en mi barrio y yo comprendería cuán ignorantes pueden ser los ojos ansiosos o recién llegados. Crucé la ruta anaranjada y polvorienta. Sentía un calor y un alivio descomunales.

Salinas y Olas

Las Salinas es el pueblo que queda cerca de Popoyo, una playa sobre el Pacífico de Nicaragua muy apreciada por los surfistas de todo el mundo. En realidad es más de una playa, las olas consistentes se desparraman entre Rancho Santana (un desarrollo gringo que podríamos considerar el extremo sur de la zona) y la larga y bella Guasacate que se extiende hacia el norte hasta otra zona privada a donde un día un oficial del ejército me dijo que no podía pasar caminando. No dijo por qué. Al norte de Playa Santana hay una roca increíble que sobresale del mar dejándose besar o apalear según la marea. Un hotel y restaurant: “Magnific Rock”, la miran desde arriba. Tuve la suerte de grabar la voz de Al Calor en la roca magnífica de Popoyo durante un atardecer de marea baja.

Lo primero que conocí de Las Salinas fue la biblioteca comunitaria que Gabriela (mi anfitriona) y su marido montaron hace más de 10 años. Apenas me bajé del bus, Ana y yo nos refugiamos dentro de la biblioteca a donde se percibía atmósfera de trabajo y preparación. Habían estado ordenando porque en pocos días iban a pintar. Tras unos minutos en que observé a un grupo heterogéneo de nicas, argentina, portuguesa y estadounidense ponerse de acuerdo en cuestiones de logística y agenda, me fui con Gabriela en su auto hacia la finca donde me iba a quedar. Equilibrio es una finca hermosa para el que, durante mi estadía, realicé un video promocional.

Las Salinas se llama así porque esa es la actividad principal de esta comunidad indígena, cosechar sal de mar. A eso se suma la cría de camarones y, más recientemente, el desarrollo turístico. Sin embargo, a diferencia de Costa Rica, caminando y pedaleando por Las Salinas la presencia turística no se percibe con facilidad. Apenas se deja ver en algún cartel pintado a mano en torpe inglés sobre una tabla de surf partida; o en el polvo que levantan las 4×4 con una pila de tablas en el techo en su acelere hacia el mar. No fue hasta que pasé varios días yendo y viniendo de playa a finca (a veces a pie, a veces en bici) que empecé a comprender las dimensiones de vida local-turismo / Las salinas-Popoyo.

Un amigo surfer me dijo: “En Nicaragua se camina”. Tenía razón. Es un hombre de pocas palabras, quizás porque sólo habla de lo que conoce. A las playas se puede acceder apenas por dos puntos separados entre sí por 7 km. Si no, toca caminar de ola a ola con la tabla a cuestas. Para ir hasta la playa desde la finca había que caminar 1km a la vera de un río y cruzar un manglar. Gabriela nos contó que toda la vida había sido necesario coordinar las caminatas con la marea baja porque si no no había paso, pero que desde el último swell (en ese momento yo estaba en Pavones disfrutando de un espectáculo de ola y pasión surfera) se habían movido los bancos de arena y todo estaba distinto. El río no estaba llegando al mar. El paisaje que yo descubría en Las Salinas-Popoyo era inédito, diferente al que siempre fue.

Río Aterrado

Fue uno de los trabajadores de Equilibrio el que me describió la situación de una manera que jamás voy a olvidar. Ronald era el encargado de escoltarme dentro de la finca los primeros días cuando todavía me perdía en ella y necesitaba grabar cosas para el video. Es un pícaro de pasos lentos y sonrisas inesperadas y luminosas. Después de un par de interacciones con él, me di cuenta de que a su picardía se sumaba una elocuencia austera, natural. Jugamos a que adivinara mi nacionalidad, ya que mi acento lo confundía un poco. Cuando finalmente la revelé me dijo que ya le parecía, pero más por la actitud que por la hablada.

– Los argentinos siempre aprenden rápido – me dijo cuando le demostré que ya podía operar el simpático mecanismo de apertura de portón que acababa de explicarme.

Cuando me habló del río dijo:

– Está aterrado.

Nunca lo había pensado, pero apenas Ronald describió el estado del río con una palabra que yo siempre había asociado exclusivamente al miedo; caí en la cuenta de la raíz “tierra” en el verbo “aterrar”.

Surfista Aterrada

En Popoyo volví a surfear. Me costó un poco superar el miedo que los cinco puntos en la pierna me habían dejado. Con perseverancia y la ayuda de surfistas escolta (primero unos uruguayos y luego un local), me fui amigando con el mar. Como si el mar mismo se hubiera llevado la tierra que me cubría, aterrándome. e impedía surfear. A la derecha de la roca magnífica de Popoyo, a metros de donde grabé Al Calor, surfeé unas izquierdas amables a la luz de atardeceres mágicos y con los pelícanos de testigos. Pasé más de 20 días en Las Salinas-Popoyo y, aunque yo me pude des-aterrar; el río no.

Aguas y Brechas

Durante un almuerzo en la casa de uno de los referentes de la comunidad indígena de Nahualapa, el presidente de la comunidad nos explica los desafíos y problemas que enfrentan. Habla del acceso al agua y del río aterrado. El nuevo paisaje en que río y mar están incomunicados presenta inconvenientes para la comunidad y el ecosistema. Que las aguas no fluyan de uno a otro impacta en toda la región, pone en peligro el manglar y aumenta la concentración de sal en el agua del río que, estando tan cerca del mar, ya no se comunica con él.
Mientras él habla yo callo y pienso. La frase de Ronald me hizo ligar las idea de miedo e incomunicación. Estos dos sentidos se asociaron instantáneamente en mi cabeza.
Aterrado, el río ya no se comunica con el mar.
¿Cuánto de incomunicación hay en el miedo y cuánto de miedo en la incomunicación?
Mis caminatas y pedaleadas de playa a finca, sorteando las brechas entre turismo y vida local me dejaron ver cuán cerca pueden estar dos mundos sin casi tocarse. La lengua es otra brecha. Local y extranjero no hablan el mismo idioma. El desarrollo turístico está junto al mar, bien cerca de las preciadas olas que me amigaron con el surf. Pertenece casi exclusivamente a extranjeros. La mayoría de los locales que se acercan al mar, lo hacen para trabajar para estos extranjeros. La vida local se concentra un km más adentro, entre caminos casi siempre polvorientos pero embarrados cuando la lluvia los honra con una visita. El agua dulce tampoco abunda en Las Salinas, los vecinos de Equilibrio comparten un pozo común que accionan cada día con una manivela. Los veía levantar el agua y cargarla en baldes sobres sus cabezas cada vez que salía en bici de la finca. Algunas mujeres usan una vincha con un almohadoncito para que el peso no las lastime. Las niñas se para en puntas de pie para poder empujar la manivela en todo su recorrido. Los camiones de Fuente Pura, el agua potable en bidones que se distribuye a todos los hoteles y restaurantes; pasan todos los días a pocos metros de este pozo común.
Los dos mundos se miran desde cerca, a veces se chocan, coquetean. Algunos locales se acostumbran a los dólares. Los surfistas son de los que más entran en contacto con el turismo y lo internacional. Dan clases, pronuncian un inglés intermedio, enamoran extranjeras. Porque no hay como un surfista local que conoce su ola. Basta ver al niño de 8 años que se roba todas las izquierdas cada tarde. Yo disfruto verlo surfear desde el agua, flotando y esperando que me deje una. Mientras tanto, un kilómetro hacia adentro, la comunidad espera que el río abra su boca de una vez. Yo espero que para cuando eso suceda, no sean sólo los mundos de agua los que entren en fluida conversación.


El video que hice para Equilibrio: