Serendipia

Después de 10 noches en “Domi” me empezaba a preguntar cómo iba a hacer para irme de ahí. Era mi primera parada desde Buenos Aires y me había atrapado. Estaba cómoda, en alojamiento económico justo frente al mar, surfeando (tablazo y pipazo al margen) y me estaba costando arrancar pero ya era tiempo de encontrar un próximo destino. Sabía que mis amigos viajeros de motorhome todavía estaban en Puerto Viejo, en contra de todo pronóstico (de lluvias, claro) y de sus propias predicciones. De modo que el único sitio al que me daban ganas de ir era Puerto Viejo, para encontrarme y compartir con ellos a quienes no veía desde el año nuevo de 2014 en Misiones, comienzo de su viaje. Pero Puerto Viejo está del otro lado de Costa Rica, sobre el Mar Caribe, y para llegar hay que ir primero a San José.  Es decir: dos, o hasta tres colectivos de pereza me separaban de Puerto. Además la costa del Pacífico está llena de otros lugares que podía visitar antes de cruzarme del Océano Pacífico al Mar Caribe…

Con estas cavilaciones molestando mi cotidiano transitorio perfecto de Dominical hecho de lloviznas amables, culantro, pipas, juguito de cas y el permanente rugido del mar en mi galería exquisita; caminé descalza a la playa a entrenar un rato. Mientras entrenaba cayó una garúa refrescante y las nubes me protegieron de la ferocidad del sol. Decenas de posturas de yoga, cabriolas, flexiones de brazos y abdominales después, volví a encaminarme más relajada hacia mi habitación. Ya cruzando la playa en diagonal desde la arena húmeda (por donde prefiero caminar y entrenar) hacia mi galería, una voz levemente familiar llamó mi nombre. Janina, una chica sueca-boliviana con la que había estado conversando unos días antes en la playa, me saludaba. Yo venía tan colgada que ni la había visto.

La conversación fue tan breve que rozó lo inverosímil. Janina, cual personaje de juego de rol noventoso de esos que tenían programadas dos oraciones para guiar la aventura gráfica, me dijo la siguiente frase ridículamente breve y pertinente: “Voy a Puerto Viejo mañana en un auto con una chica alemana, hay lugar, ¿querés venir?”. Creo que mi cara de desconcierto agradecido fue elocuente. Pero por las dudas también le dije que sí en voz fuerte y clara. Acordamos la hora y poco más. Los tres colectivos de pereza desaparecían gracias a un guiño del destino. Mi cotidiano transitorio terminaba sin esfuerzo alguno, me iba al día siguiente. Yo sé que estas cosas pasan cuando uno viaja sin itinerario pero, afortunadamente, estaba pasando de nuevo. De golpe me di cuenta de que estaba yendo a empacar.

El término serendipia deriva del inglés serendipity, neologismo acuñado por Horace Walpole en 1754 a partir de un cuento tradicional persa llamado «Los tres príncipes de Serendip», en el que los protagonistas, unos príncipes de la isla Serendip —antiguo nombre persa de la isla de Ceilán, la actual Sri Lanka— solucionaban sus problemas a través de increíbles casualidades.Wikipedia