Llegar

Aterricé en Costa Rica a las 21.30 de un domingo. Nomás me arrimaba a la salida, me apabullaron los clásicos taxistas mercenarios de aeropuerto. Tenía la esperanza de estrenar Uber para zafar de esa situación, pero todavía no la había descargado y resultó ser una pésima estrategia confiar en el wi fi del aeropuerto de San José, inexistente para los arribos, al menos a esa hora. Así que saliendo por un pasillo atiborrado de gente desesperada por alejarse del aeropuerto y enfrentándome a un frente bastante agresivo de taxistas “oficiales”, mi instinto de viajera pedigüeña se activó sin demoras. Había volado sentada al lado de un tico (persona oriunda de Costa Rica) joven y simpático con el que charlamos sobre trabajo y lugares lindos a los que ir en su país. Me di vuelta mirando hacia la puerta de donde brotaban más recién llegados como yo con la esperanza de verlo salir. Apenas estiraba el cuello buscándolo, lo vi asomar al calor de la noche de San José acompañado de alguien que sospeché acertadamente era su compañero de trabajo. Me acerqué, le pregunté si podía pedirme un Uber para mi, me explicó que tenía que pedir para él y que la cuenta y no se qué. Entonces le pedí directamente y sin vergüenza si no me acompañaban el tramo de 5 minutos hasta mi hospedaje en su Uber (él mismo me había dicho luego de aterrizar que el lugar a donde iba yo estaba muy cerquita), yo le pagaba ese tramo y ellos seguían viaje. Que sí, que sí. Sonrisa. La gente buena está por todxs lados, y pedir con simpatía es un arte imprescindible para que viajar sea más ameno.

No sólo me escoltaron hasta el hospedaje, sino que me anoté sus números de semicolegas (montan pantallas gigantes en cruceros) y quedamos en contacto para el resto del viaje, por cualquier cosa que necesitara, o para pasear juntos en algún momento. Muy buena nota los ticos pura vida.

Estaba fulminada y famélica pero me dio pereza salir a cenar. Así que me dormí en la habitación con mis 3 bultos que ya comenzaban a convertirse en mi hogar y una sensación de abismo en el estómago (o sería hambre?).

Al día siguiente la chica del EcoLodge de Isla Damas al que le voy a hacer fotos y videos para su próxima apertura me buscó con un taxi por el hospedaje (A ella la encontré a través de una plataforma que se llama Worldpackers). Ìbamos retrasadas para tomar el colectivo que nos llevara hasta Dominical, a donde ella tenía programado un vuelo en parapente y me había ofrecido hacer uno yo también. Llegamos a la parada que estaba en una carretera cualquiera rodeada de lomas verde flúo y gente sudando al calor de las 7am. Preguntamos, nuestro colectivo ya se había ido. Ahí paradita, habiendo perdido un colectivo que ni siquiera sabía a dónde iba, con mis 3 petates apilados junto a la ruta, rodeada de gente sencilla que se dirige al trabajo con una fina capa de sudor matutino sobre sus pieles morenas y curtidas, cortada y pegada en una postal de cotidianidades ajenas; ahí me dije: “llegaste”.