Identidad Explota

He fracasado. Hoy hace un frío de guantes y desgano en Buenos Aires y aquí estoy. Teniendo un día de invierno. O sea, mi misión se ve frustrada antes llegar a Ezeiza.

Prendo las estufas y paseo por la casa en pantuflas sin poder despabilarme pensando: “Claro, claro, por esto me quiero escapar del invierno”. Quizás eternamente. Cuánta energía que hay que quemar en invierno para tan sólo poder relajarse. Mi cuerpo está tenso de frío. Duele más de la cuenta por el entrenamiento de ayer. Salir de la cama me costó demasiado.

Pero este bajón súbito de temperatura trae informaciones valiosas también y me va a regalar la experiencia de un contraste patente apenas aterrice en mi escala de Panama City y tenga que empezar a desvestirme desesperadamente. Escala, avión, playas y calor son ilusiones irreales en este momento. Pero hacia allí me dirijo con el paso de los días sin ya casi tener que hacer nada; paradita en un calendario-cinta transportadora que va desde mi vidacotidianacomolaconozcohastahoy hacia una versión inédita queganas-quemiedo-quevértigo-quéiráapasar.

Lo primero que vi al abrir los ojos fue una parejita de zorzales parados en el árbol raro del patio que me han dicho se llama higuera africana o falso higuerón. La imagen de ellos me hizo sonreír. Me quedé espiándolos por la hendija que deja mi cortina, torpemente instalada hace 9 años. Gracias a esa torpeza puedo tener intimidad y espiar los insectos y flores cuando me despierto. A esa cortina mal instalada voy a regalarla en pocos días. Estoy dinamitando mi identidad anclada en las cosas y la casa. No quiero que estén las cosas esperándome cuando vuelva, si vuelvo. Una amiga necesita una cortina, y a mí me encanta el desparramo que se arma con esta explosión.  Tiene sentido que mis objetos cotidianos vuelen por los aires a terminar entre seres que quiero. Ya sé, los estoy llevando dulce y suavemente. No hay ruido, humo ni destrozos. Pero yo sí experimento una explosión.