Efectos de viajar #1

23-05-2015 Escrito en un avión de San Cristóbal (Galápagos) a Guayaquil, Ecuador.

Una de las cosas que más me gusta de viajar es el entrenamiento que da en tomar decisiones con información insuficiente a sabiendas de su insuficiencia. Ese arrojo, que debe ser combinado con atención y escucha es una buena metáfora para toda la vida. Siempre falta información. Elegir implica un riesgo. De todas maneras hay que hacer y hacerse preguntas, prestar atención, desarrollar la intuición y aceptar el curso que tomen los acontecimientos.

Porque, para colmo de la intensificación de nuestra ignorancia y vulnerabilidad, en el viaje, uno suele estar invirtiendo muchos recursos y casi nunca sobra el tiempo como para malgastarlo peleando con el contexto, la suerte y el devenir.

De modo que no sólo entrena el arrojo, la atención y la aceptación, sino el espíritu alegre y optimista frente a la evidente pérdida de control y cierta incertidumbre. Nos obliga a la confianza en el entorno, constituido casi siempre por absolutos extraños de una cultura distinta a la propia.

Luego de una secuencia de sucesos desafortunados y caras largas pueden esperarnos favores, regalos y consejos atinados. Todo pegadito, de un momento a otro se modifican sensación y situación y uno se deja permear por la nueva racha.

A mí

todo esto

me templa.

Cada vez que regreso de un viaje, me deseo conservar esa escucha y permeabilidad, esa capacidad de aceptación y confianza. Me pido, en fin, que el viaje continúe. El viaje puede ser toda la vida.