Estoy en el tren hacia el aeropuerto de Bruselas y mis ojos se llenan, repentinamente, de lágrimas de alegría. No es la primera vez que me pasa. Quién sabe qué caminos inconscientes me hacen sentir intimidad en un vagón vacío. Casi vacío, porque un nene rubio entra y sale jugando con una valija también medio vacía que hace rodar desde …