El peor vuelo de mi vida

El vuelo arrancó bien, con nubes pasando por la ventana y tres millones de checklists pasando por mi mente. Tenía dos noches y un día para organizarme en casa de mi amiga Amelia, a donde me había mandado muchas cosas que había comprado para los rodajes. El 10 de junio cruzaría hacia la costa oeste, a realizar la primera entrevista en EEUU.
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Más o menos una 1 hora antes de aterrizar recibimos una de esas comunicaciones que uno nunca quiere escuchar: el aeropuerto de destino estaba cerrado por tormentas. Un aeropuerto cerrado es un quilombo: aviones dando vueltas esperando permiso para aterrizar en algún otro mientras las agujitas de combustible se acercan peligrosamente al área roja. Por lo menos eso me imaginaba yo. Pero mi imaginación, aunque fatalista, no tuvo la creatividad suficiente para imaginarme la pesadilla que estábamos por vivir. Para contextualizar, les recuerdo, estábamos en plena era covid y la mayoría de las personas no estábamos vacunadas. Ah, y también por ese contexto de inestabilidad y caos, Mali, mi directora de fotografía, no iba a poder llegar a asistirme a la costa Oeste. Habían movido su vuelo por más de 20 – sí 20! – días. Así que, con suerte, nos veríamos de vuelta en la costa Este y quizás podría ayudarme con la última entrevista de EEUU, la única que sucedería en esa costa. Pero faltaban muchas semanas de incertidumbre para eso.
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En algún momento nos avisaron que aterrizaríamos de emergencia en Washington, y allí fuimos. Obviamente mi conexión a Boston estaba completamente perdida. Pero, después de aterrizar, no había manga, puerta y quién sabe qué más para que bajáramos del bendito avión. La temperatura en la cabina ascendió a 34 grados (vean la evidencia) durante las más de 3 horas que nos tuvieron encerrados en esa aeronave sin darnos ni un vasito de agua. Lindo, no?
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Pero hay leyes. Oh,sí, leyes. Y en EEUU están más ocupadas con garantizar la seguridad nacional que la hidratación de humanos encerrados. Si te tienen más de 3 horas en tarmac (o sea en la pista) en un vuelo internacional, estás obligado a hacer migraciones. Como pasaron las 3 horas, nos escupieron de la aeronave y nos mandaron a hacer migraciones.
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Obviamente el aeropuerto de Washington estaba colapsado. Entramos prácticamente por una ventana en una confusión total, sin saber para donde caminar, si teníamos que agarrar nuestras valijas o no, qué opciones de conexión tendríamos y todo esto entre cientos de personas en situaciones similares. Después de pasar migraciones buscando desesperadamente empleados de United y hacer filas de personas malhumoradas, cansadas y deshidratadas, hablé con un empleado que me dijo que podía volar la mañana siguiente, que United no se haría cargo del hotel (porque no había ninguno disponible), y me dio un voucher de 10 usd para comer algo en los negocios del aeropuerto que, por supuesto, ya habían cerrado todos – porque era pasada la medianoche. #elexito
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Mi teléfono estaba igual de colapsado que yo y mi amiga Amelia, con quien yo debería haber estado cenando felizmente en Boston, me salvó la vida a la distancia encontrando un hotel no tan lejos que tenía todavía una habitación y un restaurante que podía mandarme una pizza a esas altas horas de la noche. Además, la muy genia le pidió al recepcionista del hotel que recibiera un cargamento de tampones que le mandó ella porque – el éxito era total – me vino precisamente durante el encierro en el avión!
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En la cola para negociar al pedo con United había conocido a un chico vasco que estaba en la misma que yo, pero peor, porque todavía tendría que llegar a Europa al día siguiente. Lo invité a que uniéramos nuestras desgracias y descansara bien, total es sabido que las camas de los hoteles yanquis son gigantes para mí sola.
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Una vez más la noche fue salvada por la alquimia de una gran amiga y la empatía viajera. El vasco y yo terminamos comiendo pizza y riéndonos en la cama que compartimos tipo 1 hora después de conocernos. Yo usé una camisa de él de pijama porque no me habían dado mi equipaje.
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Moraleja I: Cuando la adversidad nos invita a la confianza y la convivencia, lo mejor es hacerle caso.

Moraleja II: Te das cuenta de que estás grande cuando estás dispuesta a pagar un hotel para bañarte y dormir apenas 4 horas. (después se lo peleé al seguro… pero esa es otra historia)