Una semana de Pura Vida

Ya pasaron 7 días desde mi partida. La primera semana de Costa Rica y de una nueva manera de andar en el mundo para mí: sin itinerario, livianita y conectada.

El vívido mosaico de esta primera semana en Costa Rica se me vuelve inabarcable. Quiero contarles de los snacks de banano; de las pipas (cocos) que se abren a golpes sobre la playa  (modo monito on!); del cantito de la gente al hablar y sus sutiles variaciones según vengan de pueblo de playa o sierra; del culantro (así le dicen al cilantro, y tienen más de una variedad) en toda preparación; de los tucanes que comen al ladito de uno; de los monos que lo mismo; de las erres de los ticos que parecen erres de gringos, ¿o será que la aspereza de la erre como yo la conocía se ablanda de tanta humedad? No puedo dejar de escribir sobre el delicioso repiqueteo de la lluvia vespertina sobre los techos de chapa. Quiero transmitir de algún modo la sensación de comodidad que me da estar todo el día descalza y las reflexiones que me despierta el que aquí a todo lo bueno y celebrado se le dice “pura vida”. La buena onda, la amabilidad, la gentileza, lo positivo, los saludos, todo eso es, sencillamente: “pura vida”. Quiero escribir sobre surf, ceviche, cascadas, parapente y fauna; pero regreso una y otra vez a una reflexión sobre la experiencia del tiempo. Debe ser por el título que le puse al post.

Viaje y tiempo

Una semana es un montón. O es poquísimo. No lo sé. Las horas pasan distinto en un avión, en un aeropuerto, en un bus bajo el rayo del sol una tarde de 31 grados o en una galería justo frente a la playa. Pasan distinto la primera vez que uno entra al mar con una tabla, la primera vez que uno escucha un acento nuevo. Por momentos no puedo creer que ya pasó una semana. A este ritmo, el tiempo que me separa de mi boleto de vuelta a Buenos Aires va a ser demasiado poco – pienso.
Miro a Deykell colgar la ropa de su beba sobre la baranda de la galería (ella vive y trabaja en el hostel donde me estoy quedando). La veo recortada sobre un fondo de follaje tupido, discurriendo en su vida cotidiana; y sé que está en otra percepción del tiempo completamente distinta a la mía. Nos sonreímos.

En mi ride

Acá en Costa Rica hay mucha presencia norteamericana. La gente usa muchas palabras del inglés castellanizadas. Un surfer me dijo acá el otro día la expresión “estar en tu ride”. Ride es el verbo que se usa en inglés para referirse a lo que hace el surfista con la ola. Quiere decir manejar, agarrar y también ir sobre algo: montar. Pero mi interlocutor lo estaba usando metafóricamente, transpolado a la vida cotidiana. También me describió en otro momento la experiencia de estar en el mar con amigos y cómo le hacía falta cuando no la tenía por un tiempo. Esa cosa de tribu y de ritual compartido que tantas pelis malas y marcas de ropa intentan usar para vender, pero que existe entre quienes comparten la pasión por un deporte que es una relación con el paisaje, con la tierra y con el pulso vital que escucho rugir noche y día hace una semana, a pasitos de donde les escribo. Cuando me hablaba de eso, Chori lo relacionaba con el riesgo, con la adrenalina que se respira durante esas esperas y olas. Y yo pensaba que claro, que esa es la escena perfecta: todos juntos, pero cada uno en su “ride”. Compartiendo, pero independientes. Ligados por el mar y la marea, porque nos miramos y cuidamos, pero solitos a la hora de pararnos sobre la tabla y enfrentar los porrazos. Esa imagen me remitió a ejercicios que hicimos durante la creación de “El borde silencioso de las cosas” (obra de danza contemporánea en la que fui intérprete en 2009) y me trajo a la mente el título de una obra de Lucas Condró: Alguien Próximo. También me reencontró con las preguntas e inquietudes que me llevaron a nombrar “Con” al último (e inconcluso) trabajo de Alai.

Tuve la clara vivencia, mientras charlábamos, de que mi imaginario se volvía permeable a sus relatos. Y mientras surf y danza contemporánea conversaban en mi mente, Chori y yo compartíamos el bucólico violáceo de la playa de Dominical. Sentí entonces que Buenos Aires y su gente (¿mi gente?), el pasado, lo vivido, mis intereses instalados como filtros de mi percepción y todo aquello que haya participado en la construcción de mi singularidad viajará conmigo a todos lados a cruzarse con otros rides y desplegarse, multiplicarse, subdividirse. Es más, es en gran medida por eso que viajo.