La hendija

La maravilla de postear recuerdos en las redes es que uno puede etiquetar a las versiones actuales de las personas que formaron parte de esas vivencias tan entrañables.

Fue a raíz de una de ésas etiquetadas que terminamos charlando con Maru (mi hermanastra) sobre cómo recordábamos las épocas compartidas en Buenos Aires y sobre cómo estábamos transitando la cuarentena. Y así, chateando, ella me invitó a Brasil a cuarentenear aprovechando la casa familiar en Ibiraquera.

En ese momento Argentina estaba en un régimen de limitadísimos vuelos especiales, solamente de Aerolíneas, que se confirmaban tipo una vez al mes mediante firma del presidente. Estaba difícil, pero no imposible, así que me puse en campaña para salir de Buenos Aires en cuanto se abriera una hendija.

Mientras tanto, el pasado se seguía actualizando en visitas y reencuentros. Así, mis querides de Circo Alboroto me invitaron a trabajar en una serie de videos. Las grabaciones las hicimos, como no podía ser de otra manera, en el adorado QueTren (que a los pocos meses se reinventaría en flamante centro cultural pandémico donde siguen pasando las cosas más lindas de la ciudad de Buenos Aires).

Un vuelo especial

A mitad de Agosto de 2020 ya tenía mis vuelos. Uno especial de Aerolíneas hasta São Paulo y uno de Gol de São Paulo hasta Floripa. Una vuelta larga que era el único camino durante esos días de pandemia y aviones estacionados.

Saldría el 27 de Septiembre, después de mi cumple, para aprovechar y pasarlo con familia y amigues (y barbijos, y alcohol en gel, y distancia, etc.) antes de irme quién sabía por cuánto tiempo.

La contradicción en la piel

Me fui de Argentina a Brasil, con la contradicción en la piel. Por un lado, querer apoyar y comprender las medidas de contención y, al mismo tiempo, dirigirme a un país que no contenía la pandemia y por eso me recibía y me devolvía a la naturaleza, al mar, al surf, a relaciones tan antiguas como la vida toda y a la posibilidad de movimiento.

También me fui con el afecto de mi red porteña tibio en el pecho, a pesar del olor a alcohol, las distancias preventivas y los pocos abrazos. Pasé la escala leyendo un libro-de-poesías-regalo-de-cumple que me conmovía inmensamente.

Porque ir a Florianópolis, antes un periplo de 3 horas máximo, requirió un vuelo especial a Sao Paulo con Aerolíneas Argentinas que se atrasó y un vuelo de Gol que no me esperó. Por suerte había contratado la tarifa más cara que me permitió cambiar el horario sin pagar penalidades… al menos económicas. Me había despertado a las 5 de la mañana para ir a Ezeiza y pasé el día entero viajando.

Mi torpeza mal dormida resultó en que rompiera el mango de mi cuatro y me agarre un pequeño ataque de llanto en pleno aeropuerto de Guarulhos. Ahora pienso que tenía tantas cosas por las que llorar que en una de esas rompí el cuatro para permitírmelo.

A medianoche llegué finalmente a Ibiraquera. Empezaba otra etapa de mi cuarentena. No había pandemia que pudiera con ese vértigo de bisagra-paréntesis-punto aparte-trampolín que siempre me regala viajar.

Irme. Llegar. Empezar de nuevo.