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Una terraza en la pandemia

Primero tuve que conseguir a dónde vivir.
Estaba en Buenos Aires de paso y después de un par de extensiones de la cuarentena me quedó claro que iba para largo. Mi hermano del alma, Ari, me ofreció cobijo en su casa de Caballito y ahí fui.

Después, tuve que aprender a vivir medio encerrada, como todes.

La receta para mantener el ánimo fue entrenar como una maníaca. Gracias a varios manija que conocía de mi vida de circo en el barrio chino, las pantallas se transformaron en espacios donde compartir el sudor y el ejercicio de la voluntad.
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El espacio real era – siempre que no lloviera – el techo de la esquina de Caballito, a donde además disfrutaba de la querida palmera, el micro paisaje más adecuado para mi recorrido interrumpido.

Una tarde después de entrenar volé el drone y saqué esta foto para recordarme la rutina que me salvó la cabeza: una de las gratas sorpresas de este paréntesis.