En mis primeros dos meses (Oct – Nov 2020) en Brasil hice de todo. Además de la tabla, el auto y videos para TikTok.
En Noviembre me moví de la casa de atrás de lo de Maru porque venía la familia de visita y nos iba a quedar chiquita. Mudarme fue una pavada, metí todo en mi hermoso auto 5 puertas y manejé 10 minutos.
También saqué turno en el consulado argentino para que me firmaran un papel que supuestamente necesitaba para iniciar el trámite de residencia en Brasil. Eso significó manejar hasta Florianópolis una hora y media de ida y otra de vuelta.
Ya me estaba acostumbrando a manejar entre o a través de los pozos en el barro, a salir del agua y abrigarme en mi poncho de toalla y subirme al auto para volver a casa a trabajar. A cargarlo de frutas y verduras frescas y coloridas una vez por semana y de paso parar en la pescadería para estar provista hasta la semana siguiente A jugar con Aylin en el agua, en el piso, en el jardín. No estaba nada mal vivir así. Me estaba acomodando y se venía lo mejor: el verano.
Y entonces, una tarde soleada después de surfar, con la piel todavía salada y el cuerpo extasiado de mar, recibí una llamada.