Tia, tabla, auto

Llegar a Ibiraquera me convirtió automáticamente en tía. También me regaló la calma de poder volver a mirar el horizonte. Y en mi nuevo horizonte en seguida hubo varias primeras veces. Aunque no era mi primera vez ahí.

A comienzos de 2016, unos meses antes de lanzarme con todo al nomadismo, había hecho una prueba piloto justamente en Ibiraquera. En aquella prueba piloto de 15 días (que claramente fue un éxito) había conocido a Aylin de 6 meses. Esta vez era me esperaba una nena llena de entusiasmo y ganas de jugar.

En mis primeros 2 meses en Brasil hice de todo. Me compré mi primer auto y mi primera tabla de surf.

Llevaba más de 5 años aprendiendo surf pero nunca había tenido una tabla. Iba usando las que conseguía prestadas, intercambiadas, alquiladas. Llegar a Ibiraquera también significó comprar mi hermosa 1a tabla, que fue hecha por @alf_arts especialmente para mi nivel de surf y las olas de la región.

Si quería poder surfear seguido, iba a necesitar un auto. Antes de ser nómade (y por consecuencia minimalista) me movía por Buenos Aires en bicicleta, y era bastante militante del ciclismo urbano. Y ahora, aún sin saber cuánto tiempo iba a quedarme en Ibiraquera, me estaba lanzando a comprar un auto en un pueblo que no conocía, negociando con hombres en una lengua que casi no hablaba. Las vueltas de la vida.

Me sentía regalada para que me cagaran – y lo estaba – pero la única manera de tener lo que quería era arriesgarme. Así que me dejé apurar por el vendedor y en una tarde lluviosa y ansiosa cambié ahorros, pagué y volví manejando a la casa.

Ya estacionado, miraba mi auto con una mezcla de orgullo y terror. Ay, cuántas cosas iba a vivir en el Scénic.

Primero prueba piloto, después refugio pandémico… llegué por segunda vez a este rincón del mundo en circunstancias bisagra y las dos veces me hizo de trampolín.