Grind Camp: éxito y fracaso

Ya pasó más de un mes desde que terminó Grind Camp, y todavía batalla en mí la conclusión de si salió bien o mal. Grind Camp fue la primera experiencia de coliving y coworking gratuita para emprendedores y freelancers del mundo digital. Idea de mi amigo negro loco Marc que me entusiasmó y organizamos juntos. Marc y yo estábamos nerviosos pocos días antes de que empezara, dando vueltas por la magnánima casa de San Juan del Sur a la espera de nuestros invitados. Ahí en plena calma ansiosa pensaba: “cuán mal puede salir? Si nadie muere, se lastima o pierde algo demasiado valioso, el experimento habrá valido la pena, porque estas experiencias siempre valen la pena.” En eso concuerdo con esa Muriel pre-Grind Camp. Sin embargo, desde que Grind Camp terminó, mis sentimientos hacia el proyecto han sido más bien negativos. Aún más de un mes después y repitiéndome como mantra de consuelo que la locura que montamos le cambió la vida a muchos de los asistentes, siento al pensar en él la pesadez y angustia del fracaso invadiendo mi cuerpo. Mi mente y muchos datos me dicen que no, que fue un éxito; pero mi cuerpo y emociones me dicen lo contrario.

¿Por qué éxito?

Para determinar si un proyecto es exitoso o no, es necesario tener objetivos fijados a priori y constatar su cumplimiento a posteriori. El primer objetivo de Grind Camp era crear un espacio diferente y aprender de él. Ese objetivo fue sin duda cumplido con creces. El siguiente era que personas con cosas en común y muchas diferencias convivieran y forjaran relaciones de colaboración laborales, aprendiendo unas de otras. Sin dudas, eso también sucedió. Quizás no al máximo de su potencial, pero sucedió. Un participante se tatuó el logo de Grind Camp en el cuello, regresó a su país para renunciar a su empleo y ahora está dedicado enteramente a sus proyectos online. De hecho, se mudó a Nicaragua. Todos los participantes dijeron que lo harían de nuevo, más de la mitad dijeron que les cambió la vida. Varios idearon proyectos para realizar juntos. Todos aprendimos varias cosas, sin excepción. Yo albergaba la esperanza de que, al garantizar un grupo súper diverso, los participantes adquiriéramos perspectiva, empatía y aprendiéramos sobre nosotros mismos de maneras que no nos esperábamos al llegar. Todo eso sucedió. Especialmente a mí.

Otra característica buscada de Grind Camp era que hubiera espacio para la sorpresa y lo inesperado. Confiábamos en que la incertidumbre favorecería la creatividad y el aprendizaje. No queríamos que la sobre estructuración esterilizara las dinámicas. Queríamos hacer las cosas distinto. Como quien se define por la vía negativa, éramos el primer espacio que daba vuelta la regla de oferta y demanda para una experiencia de convivencia y colaboración profesional y con eso alcanzaba… para empezar. Digo que dimos vuelta la regla de oferta y demanda porque en lugar de alquilar una casa e intentar subalquilar las habitaciones o camas de esa casa a gente con cierto perfil (y poder adquisitivo, claro); dijimos que teníamos una casa y la queríamos de llenar de gente interesante que vendría gratis. Una especie de servicio de beca o de residencia para emprendedores y freelancers de los mundillos digitales, creativos y nómades. No sin temores montamos un sistema de aplicaciones rudimentario que se nos fue rápidamente de las manos. No sin temores entrevisté y elegí candidatos para después, juntos, atravesar un mes intensísimo.

¿Por qué fracaso?

La pesadez y malestar que todavía se me despiertan al pensar en Grind Camp tienen que ver con mi rol durante ese mes. Dicho lisa y llanamente: durante la mayor parte del Grind Camp, no lo disfruté. Por supuesto que hubieron momentos de conexión con algunos participantes pero el estrés y malestar reinaban dentro de mi cuerpo la mayor parte del tiempo. Yo me embarqué en esto porque creo en los juegos de suma no nula. Me embarqué porque quiero crear espacios donde las monedas de cambio sean diversas, singulares, asincrónicas. Creo en la empatía y en la diferencia como caldo de cultivo. Mi ilusión era crear un entorno de colaboración y aprendizaje. Un entorno que propiciara los juegos de suma no nula entre personas con intersección de intereses, habilidades, trasfondo cultural y proyectos. La experiencia en Wi Fi Tribe avivó estos intereses preexistentes tras un mes que fue tan rico porque estuvo plagado de accidentes e imprevistos que nos obligaron a los involucrados a relacionarnos con sinceridad, a conocernos. En ese entramado, mi peculiar condición de nerd tercermundista había resultado en una combinación de habilidades que fueron bienvenidas y festejadas por el resto del grupo. Así, navegar las aguas de mis prejuicios, la empatía y la evaluación de las circunstancias ajenas, había sido no sólo enriquecedor sino también muy disfrutable. Por eso cuando Marc, a quien conocí en ese contexto, me llamó para contarme lo que estaba pensando, me entusiasmé. Y así, guiada por la ilusión y la intuición leí aplicación tras aplicación, entrevisté gente de todas las latitudes, escuché, pregunté. Después viajé temprano, ayudé a preparar la casa, intenté prevenir problemas, charlé, charlé y charlé con Marc mientras esperábamos al grupo, la materialización de esas caras dentro de una ventana de Skype.

¿Por qué entonces estuve padeciendo mi rol en lugar de disfrutarlo? Una serie de decepciones y faltas de respeto ocasionaron en mí cansancio y falta de interés en gran parte del grupo. Yo, que estoy acostumbrada a pasar 20 días (o menos) por un pueblo y forjar relaciones valiosas y alegres; no pude hacerlo con la mayoría de los participantes de Grind Camp. Y éstas eran personas que había elegido yo! Eso sí que sabe a fracaso. Una vez terminado, me cansé de recapitular y recapitular intentando descifrar los errores, lo subestimado. Podría contar cantidad de anécdotas y pormenores pero lo más rico que extraigo es que me sobreestimé a mi. Era de esperarse cierto grado de conflicto e incomunicación. Yo creía haberme preparado para eso, para que las pequeñas miserias humanas que aparecieran no nublaran mi ánimo. Pero se ve que no estaba tan preparada como yo creía. En ese sentido, el fracaso fue todo mío. Tampoco me di cuenta de que, a diferencia del mes con la Wi Fi Tribe, este grupo tendría expectativas hacia mí. No eran explícitas, así como tampoco fueron explícitas todas las que yo tenía del grupo. En su caso esperaban que les diera respuestas, esperaban que trabajara por ellos, que intentara que estuvieran cómodos, esperaban que velara por el éxito del Camp. Eso hizo que, en muchos momentos yo sintiera que muchos de ellos me trataran como a una empleada, como quien hace las cosas porque tiene que hacerlas no porque quiere o está construyendo algo con, precisamente, ellos. Esperaba que sintieran agradecimiento y compañerismo hacia mí. Al no suceder eso mi energía para continuar sosteniendo actividades y espacios mermaba.

Una de las sorpresas más ingratas es que a lo largo del Camp e incluso después en el Feedback, toda la gente coincide en que necesitábamos más reglas. Eso no me sorprende tanto como me decepciona pero, encima, conociendo las circunstancias en las que emergen esos comentarios; me indigna un poco. Teníamos sólo una regla a la que todo el mundo había adherido durante nuestra primera reunión grupal: no traer visitas a la casa.

Todos los participantes coinciden en que necesitábamos más reglas. Eso no me sorprende tanto como me decepciona…
Esa única regla fue ignorada varias veces por participantes que quisieron luego disfrazar sus faltas de respeto de consecuencias de la falta de estructura. Dicen que necesitaban más reglas, guidelines, ¡castigos! Dejando de lado la indignación, que no es más que otra arista de mi fracaso personal como agrupadora y coordinadora de seres humanos, creo que el fracaso de la autorregulación colectiva que experimentamos se inscribe dentro de la mismísima idiosincracia humana y sus incapacidades de convivencia. Pero eso es tema para otro post. Mirando el vaso medio lleno, nadie le pegó a nadie y todas las incomodidades fueron soportadas con notable civismo. Es más, gente que no se caía bien, forzada a continuar conviviendo; descubrió que podía aprender la una de la otra aunque no se disfrutaran. Hacia el final quizás, hasta lograron disfrutar la mutua compañía aunque sea un poquito.

Lo peor

Dentro de lo peor, dijeron muchos, estaba el hecho de que estuviéramos divididos en 3 casas. Sin embargo, a algunos nos alegraba tener a donde escaparnos de la casa “fiestera”. A mí me parece que habernos hospedado una casas de lujo en un pueblo de turistas de fiesta fue un error, y está dentro de lo que no quisiera repetir. Hubo una madrugada en que varios grinders me despertaron cuando sus gritos me alcanzaron hasta mi habitación a dos casas de la suya. Cuando entré a su casa vi una escena inolvidable. Varios de ellos y algunas personas completamente desconocidas para mi, jugaban a pelear en la piscina, completamente desnudos y a los gritos. Eran las 6 de la mañana. Otros los miraban incrédulos a través del ventanal sosteniendo su taza de café recién hecho, las mandíbulas caídas parados en medio de la cocina. Además de despertar a todo el mundo y exhibirse completamente desnudos y alterados por alcohol y probablemente alguna otra sustancia, estaban traspasando públicamente la única regla establecida: no traer visitas. Yo me preguntaba si otros huéspedes del complejo los habrían visto y si eso nos traería problemas a Marc y a mí. Me preguntaba si tenía que hacerme la enojada o inventar un castigo. No estaba preparada para ese rol, miraba la situación como quien mira una peli. Me daba mucha pereza tener que enfrentarla, que el traspaso de los límites de la convivencia terminaran empujándome al rol de guardiana de una moral que realmente no me importa.
“Cualquiera puede ponerse furioso…eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta… eso no es fácil.”Aristóteles, “Ética a Nicómaco”.
Es una anécdota divertida para recordar; pero ese exceso sí que dividió al grupo y causó mucho malestar en los días siguientes. Una parte de mí se enfureció, mientras otra parte de mí la miraba impávida. Sobreactué mi enojo para cortar la situación. Les grité que su egoísmo era impresionante. Nunca sabré si era lo que tenía que hacer. Una parte del grupo me lo agradeció y otra parte se alejó de mí hasta casi el final de la convivencia. Con el tiempo, algunos participantes dijeron haberse sentido juzgados. Llegaron a mostrarse decepcionados porque, a pesar de haber declarado que no esperábamos nada de ellos (significaba que no los íbamos a poner a limpiar el baño o hacernos de asistentes para pagar por su estadía), resulta que sí teníamos expectativas. Otros participantes se sentían burlados, no respetados. Yo sentía hartazgo y desinterés. A medida que avanzaba el mes, se hacía evidente cuánto malestar pueden causar la falta de sinceridad, la desconfianza mutua y el abuso de lo colectivo. Yo imaginaba que nos habíamos juntado a construir una casa en un mes y una parte del grupo se había dedicado a ensuciar y estropear el terreno. Hacia el final del Camp, algunos empezaron a sentir la necesidad de pedir disculpas. Las conversaciones grupales más ricas las tuvimos también hacia el final. Aún así la autocrítica grupal era mucho menor que la demanda. Hacia el final del camp habíamos vuelto a limpiar el terreno, pero no nos quedaba tiempo ya para levantar la casa. Las supuestas estructuras que no ofrecimos (a propósito), parece, nos habrían evitado gran parte del malestar, expresaba el grupo. Yo, escéptica, hacía el ruidito de desconfianza de Marge (Simpson) en mi cabeza.


Lo mejor

Los Spotlight entran dentro de lo mejor del Grind Camp. Estas sesiones colectivas en que un participante se paraba bajo el foco (imaginario) y nos compartía a todos un proyecto o idea en busca de comentarios, más ideas, críticas y feedback en general; fueron los espacios en que todos los participantes de Grind Camp mostraron lo mejor de sí mismos. Atención y escucha para el otro, creatividad y consejos desinteresados, respeto y sinceridad.

En la encuesta que envié al final de la experiencia, todos concordaron en que los Spotlight fueron de lo mejor y que de hecho hubieran querido que haya más. Los hacíamos en distintos horarios del día según los otros compromisos y actividades programadas y los transmitimos en vivo por Facebook. Hasta tuvimos uno remoto con Amelia, una maestra norteamericana que yo conocí en Costa Rica (Sí, mi amiga Amelia, quizás alguno la recuerde de otro post) y que conversó con todos nosotros en vivo por Skype mientras a su vez lo transmitíamos. A raíz de eso decidimos tener una llamada permanentemente abierta para Spotlights remotos. Si tienen una idea o proyecto para la que quieran comentarios y consejos, la pueden enviar aquí. Muchos participantes resaltaron que los días que fuimos a hacer trabajo voluntario a la biblioteca comunitaria Los 3 Ernestos (a quienes yo conocí el año pasado) fueron de lo mejor también. Todos valoraron la diversidad del grupo y les pareció adecuada la duración de un mes, aunque algunos hubieran querido quedarse más tiempo. Para mí, además de los spotlight y el voluntariado; lo mejor fue poder compartir momentos de conexión sincera con otros grinders y ser testigo de momentos así entre ellos. Mis favoritas fueron las mañanas y tardes de surf en grupo. Anthony (Isla Reunión) y yo tuvimos de las mejores sesiones creativas en un taxi que se bamboleaba sobre el camino de barro que nos llevaba hasta las olas. Elliott (Inglaterra), Alex (USA), Dale (USA) y yo disfrutamos juntos de las mejores olas que el mes me regaló, en una bahía vacía de turistas; gracias a que nos comprometimos a ir bien temprano. Laura (Brasil) y yo practicamos yoga en el balcón. Silvan sirvió de modelo para una de las primeras fotos buenas que saqué con mi flamante housing (compartimiento hermético para poder llevar la cámara bajo el agua) y Yara (Jamaica) recibió lecciones informales y mucho aliento para empezar a aprender a nadar. Sé que Eimantas (Ucrania) ayudó a varios con su sitio web y que Marc creó contenido con casi todos. Podría continuar y continuar dando ejemplos de momentos y momentitos inolvidables y positivos. También debo decir que los meses que siguieron al Camp fueron de una inspiración y pro-actividad descomunales para mi. Empecé La nube Trampolín, terminé Bote Cuna y continué otra videocanción, escribí varios posts de mis favoritos, logré editar las fotos de Cuba y me armé mi sitio web profesional finalmente, además de rediseñar el de Tigre Rowing Tours. La intensidad del mes, parece, se transformó en inspiración y acción sostenidas los meses subsiguientes. Es que Grind Camp ¿fue un éxito?

Exito y Dinero

Exito es una palabra de peso en el mundo de los emprendedores. Un par de semanas dentro del Camp se me hacía claro que muchos participantes equiparaban al éxito con la posesión de dinero. Era algo que yo, ingenuamente, no había visto venir.

“En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra conseguirlo.”Oscar Wilde
Al yo no tener mucho dinero (o desearlo siquiera), ni admirar particularmente eso en otros; daba la sensación de que yo no resultaba interesante para algunos grinders. Ni era una empresaria prometedora, ni quería irme de fiesta… poco que hacer conmigo. Por otro lado, algunos de los que más dinero tenían en el grupo ya aprendieron que eso no es del todo cierto, porque han podido experimentarlo en primera persona. Marc, Alex, Silvan (Holanda) y yo estábamos charlando sobre eso cuando yo llegué a una súbita (y provisoria) conclusión: El éxito a nivel personal es una percepción subjetiva. Aparece cuando hay un equilibrio entre lo que necesitamos y lo que queremos. Sería algo así como tener lo necesario y algo, pero no todo, de lo deseado. Es tan fundamental tener objetivos y deseos en proceso como no desear desmesuradamente. Pregúntenle a Pepe si no:

Exito y Bienestar

En mi viaje hacia este mi modo actual de trabajo yo no buscaba principalmente dinero, como ya conté algunas veces por aquí y en la DNX Buenos Aires; sino que buscaba bienestar. Tuve que descubrir de qué estaba hecho mi bienestar para poder empezar a acomodar mi trabajo a él, dentro de lo posible. Y resulta que mi bienestar depende de de sentirme libre, lo cual implica a su vez disfrutar de lo que hago y hacer porque sí. Para disfrutar, descubrí, necesito establecer relaciones mutuamente beneficiosas (en las que nadie pierde) en todos los ámbitos de mi vida, incluyendo mi trabajo. Para mí, entonces, el éxito tiene que ver con la libertad y el disfrute y todo esto con los juegos de suma no nula. El dinero no llega a ser ni un término ni una constante en la ecuación compleja de mi bienestar.

Aprender o Disfrutar

Explicada brevemente mi filosofía de vida, queda claro que me sentía fracasada tras Grind Camp porque no lo pude disfrutar tanto como esperaba. Es acá que esto se pone interesante (sí, recién acá!). Pensando en esto es que recapitulé otros episodios intensos e incómodos de mi vida que resultaron en profundísimos aprendizajes. Con el paso del tiempo uno hasta le agradece a los malestares, a las discusiones y a las pérdidas. Yo quería que Grind Camp fuera un espacio de aprendizaje. Y lo fue.

El detalle es que muchas veces las experiencias de las que más se aprende no son disfrutables. Quizás la mayoría de las veces sea imposible combinar aprendizajes profundos y radicales con el disfrute. Y yo quería todo a la vez. Apenas llegaron Alex y Lauren, quienes también habían sido parte del grupo de la Wi Fi Tribe el año anterior, tuvimos una conversación exactamente sobre este tema. Después de Nicaragua 2016, habían vuelto a Estados Unidos. Se metieron en un alquiler y probaron quedarse quietos por un tiempo. Al cabo de unos meses, se dieron cuenta de que la experiencia que más volvía a sus mentes, la que más atesoraban, había sido la accidentada Wi Fi Tribe Nicaragua en que nos conocimos. En esa oportunidad, sin embargo, ellos se habían ido de la casa antes de tiempo por no poder aguantar más el estrés. A la distancia, en cambio, apreciaban todos los desafíos y aprendizajes que había implicado. Muchas veces los procesos de aprendizaje son tortuosos, pero habilitan un disfrute posterior. En mi caso, el surf es precisamente así. La mayor parte del tiempo que paso en el agua es esfuerzo. Es ser revolcada bajo el agua, que se agite mi respiración, templar mi carácter, aprender a leer las oportunidades y distinguir malas y buenas a los golpes (o cortes). Lentamente, todas esas lecciones ásperas van construyendo mi capacidad de correr una ola cada muchas. El disfrute de esa pequeña conquista es tan profundo que alimenta cientos de revolcones y sustos más.

Paradoja Primeriza

La paradoja finalmente es que, por mucho que pueda apreciar el valor educativo de los fracasos (siempre parciales y transitorios) y las incomodidades; Grind Camp no será sostenible en mi vida si no es algo que disfruto. El primer Grind Camp fue una experiencia radical y única, para nada liviana. Ahora, para yo organizar el segundo, el tercero y los demás, trabajaré en que sea más liviano; porque no voy a someterme a un aprendizaje así de estresante una vez al año. La paradoja es que al ganar liviandad y práctica, probablemente perdamos algo de profundidad.

Al eliminar roces, crear estructura reglas y castigos probablemente perdamos parte de la incómoda sinceridad tan necesaria para crecer en la vida.

La copulación

Los títulos de los posts que escribo no aparecen siempre en la misma instancia de la redacción. A veces son lo primero, a veces lo último, a veces surgen en un momento indefinible entre estos dos polos. En el caso de este post, el título apareció casi al principio, porque el desacuerdo entre mis pensamientos y emociones armaba dos bandos: el del éxito y el del fracaso. Ahora bien, sería esperable que al presentar dos categorías opuestas las conectara con una disyunción: o una o la otra. Pero como ambas sensaciones persisten en mí, elegí muy a propósito un nexo coordinante copulativo: y. Esa sencilla operación gramática desencadenó a su vez toda otra serie de pensamientos. Es cierto que éxito y fracaso son de hecho dos conceptos opuestos. Pero así como los mapas no son terreno ni las marcas en el círculo del reloj son el tiempo; los antónimos se alejan (creando vastos recorridos pendulares) sólo para organizar nuestra percepción. Se excluyen, pero únicamente en teoría. La sensación confusa que dio origen a este post es prueba de eso. Exito y fracaso coexisten en las personas, en los proyectos. Se superponen, son parciales, se charlan y se gritan causando cosas como insomnio, dolores de panza y posts demasiado largos…