No ser pro

Había sido un día largo. Empezó con el shuttle de Zuma Tours que pasó a buscarme a las 7 de la mañana para llevarme hasta Montezuma, pero en realidad me llevó a otra bahía que se llama Pochote. Johnny, chofer tico y sonriente de la empresa, me dijo que íbamos a salir desde ahí porque el oleaje estaba demasiado grande en Montezuma. El taxi boat nuevo es más grande y no iba a ser un abordaje bonito en semejante oleaje. Queríamos que fuera bonito, claro, porque yo lo iba a registrar.

Gajes del oficio

Zuma Tours es la empresa de transportes más rozagante de Montezuma que tengo la suerte de tener de cliente. El año pasado les hice fotos, videos y una animación; y este año acordamos hacer más videos aprovechando todo mi equipo nuevo. Fueron dos días de más de 10 horas de trabajo alternando esperas y apuros. Encontrar el momento para despegar el drone, cambiar de cámara, montar el trípode e intentar capturar las mejores imágenes posibles en fracciones de tiempo cortas, los desafíos que ocasiona el cruce entre logística y clima. Cuando no corríamos por la puntualidad hacia los pasajeros, corríamos de la tormenta o las nubes. Así, bajo presión, despegué y aterricé mi flamante drone desde troncos, botes y la mano de Alan, el capitán más fotogénico de Zuma Tours. Sobre el speed boat acelerando y dando golpes al perfil dentado del océano; cambié los lentes de la Sony hecha una bolita contra el fondo de la embarcación. Caminando casi como Johnny Depp en Pánico y Locura en Las Vegas (es decir con el centro de gravedad ridículamente bajo y un ritmo espástico marcado por los sarandeos del bote) me crucé de un lado al otro de cubierta buscando mejores ángulos para estrenar mi archi necesario Osmo (estabilizador para cámara en mano). Empecé temprano y medio dormida y terminé agotada y con dolor de cabeza.

Tragedia y Jaqueca

Cerca de las 5 de la tarde volví a subirme a la buseta de Johnny para regresar a Santa Teresa y bajar el material. Esta vez el sarandeo era causado por los muchos pozos de la sobreexigida calle de tierra de Santa Teresa. Por lo menos ya no tenía que grabar, de manera que me dediqué a reflexionar sobre mi malestar. ¿Por qué tanto dolor de cabeza? ¿Por qué tanto estrés? En realidad, si lo pensaba, tenía que estar contenta. Había estado estrenando todo mi equipo nuevo que tanto ahorro y martingala de shopping me implicó (Viajar a usa, conseguir descuento con gift cards de amazon, sincronizar los tiempos de entrega con mi permanencia en el país). Era una suerte además poder hacerlo para un cliente que ya conozco, en rutas y paisajes con los que estoy familiarizada. Compré todo mi equipo nuevo con el objetivo de especializarme en video de viajes y aventuras, ya que claramente es así como quiero vivir. Tengo lo que quería, pensaba, debería estar contenta y orgullosa y no agotada y con jaqueca. Claro que hay mucho espacio para mejorar, acostumbrarme a los equipos, curtirme con más y más experiencia… lo de siempre. Estaba un poco enojada conmigo misma por confirmar las sabias palabras de Wilde:
En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra conseguirlo.Oscar Wilde
Tragedia mediante, empecé a preocuparme de haber hecho toda esa inversión y esfuerzo para especializarme en un estilo de video que quizás no me gustara al final de cuentas. Johnny me daba charla, simpático como de costumbre, pero entre el dolor de cabeza y las reflexiones me costaba seguirle la corriente. Hice el esfuerzo de sonreírle y me propuse filtrar agotamiento y malestar para lograr aprender algo de la jornada.

La voz de la amargura

Mientras Johnny y yo charlábamos recapitulé y escarbé un poco más. Uno de los pensamientos que me estaba amargando tenía que ver con la sensación de no haber podido hacer bien mi trabajo. Pero… ¿hasta qué punto era cierto? Soy muy autoexigente y mi otro yo enemiga me estaba torturando con murmullos de que el resultado no iba a estar bueno y mis clientes estarían insatisfechos. Empecé a contrarrestar esa voz negativa con argumentos. Para empezar, sé por experiencia que hago funcionar casi cualquier crudo que me tiren por la cabeza. De todos modos, si no estaba conforme con mi desempeño grabando, tocaba revisarlo. ¿Qué podría haber hecho mejor? Había estado trabajando bajo presión y a las corridas. El bote va muy rápido, no se puede abusar del tiempo de los clientes para lograr una toma, la logística entre capitanes, botes varios y coordinadores es complicada y hay un poco de teléfono descompuesto. Eso forma parte del rubro en el que estoy trabajando. Por mi parte, me reclamaba esos momentos en que pequeños imprevistos me robaron valiosos minutos o en que se me pasó algo que empeoró la calidad de algunas tomas. No puedo tener más experiencia con mis equipos nuevos que la que tengo ni puedo evitar tener equipos nuevos, forma parte de mi vida profesional. La tecnología de creación audiovisual evoluciona rapidísimo, se diversifica, se amplía y tener equipos nuevos me va a pasar una y otra vez en el camino. Fue cuando llegué a ese pensamiento que me vinieron a la mente dichos de Marc (mi compañero fundador de Grind Camp) y de Elliott, uno de los participantes del reciente Grind Camp. Marc quiere que Grind Camp exista porque sabe que la educación tradicional deja huecos en este mundo digital online en que nos desarrollamos nosotros, porque este mundo cambia mucho más rápido que las instituciones educativas. Sabe que se necesita una actitud autodidacta y curiosa para mantenerse actualizado pero también quiere contrarrestar la cantidad de “ruido” (en sus palabras sería bullshit) que abunda online. Elliott me dijo un día conversando que en su experiencia las personas creativas son las más felices: porque no se aburren y porque encuentran una satisfacción en su hacer más allá de la retribución económica a la que puedan acceder. El recuerdo de esas palabras de mis amigos internacionales con las que me identifico – me considero autodidacta, curiosa, creativa y bastante feliz – me aliviaron un poco.

¿Ctrl + Freak?

Pero ¿por qué me torturaba la idea de no hacer bien mi trabajo? ¿Soy poco profesional porque me equivoco, porque estoy haciendo algo por primera vez o porque corro riesgos? Rebobino: ¿qué es ser profesional? ¿Uno se transforma en profesional en el momento preciso en que alguien lo remunera? ¿O hace falta más que eso? Supongamos que ser profesional significa estar en control total, conocer hasta el más mínimo detalle de lo que se está haciendo. Esa descripción parece atinada para una tarea como desmantelar una bomba u operar un cerebro. Sin embargo, seguía yo, hasta los más experimentados neurocirujanos o brigadas anti bombas han de tener titubeos y dudas, errores, momentos de estrés. Mi oficio es diferente. La creatividad ama lo incierto, lo necesita. El proceso creativo se alimenta de los accidentes, se puede enriquecer con el caos y las singularidades capturadas que lo llenan todo de aura. Es casi imposible que cualquier video que hago se distinga de el aluvión de multimedia en que vivimos si no me mantengo interesada al hacerlo. Para mantenerme interesada, me es imprescindible no saberlo todo. Estar probando, estar jugando, estar aprendiendo. Podría hacer siempre exactamente lo mismo, volverme experta en videos de botes hasta sacarlos de taquito en 5 horas como una autómata. Además de que no quiero eso para mi, estoy convencida de que los videos serían menos disfrutables también para su audiencia. Parte de los desafíos de mi largo día laboral con Zuma Tours se debieron al cruce entre logística y clima. Pero hay otro cruce en que mi profesionalidad se estresa y cuestiona: el cruce entre tecnología y creatividad. Por ser eminentemente técnico, este oficio requiere una base en permanente actualización. La actualización implica perder el control, cambiar de materiales, probar los softwares y hardwares que compro con esfuerzo ahorrativo y que suelen ejecutar aquello que sus creadores declaran con ciertas mañas y sorpresas. Es decir que forma parte de mi profesión arriesgar y aprender permanentemente; y resulta que arriesgar y aprender significa también perder el control. Si pongo esta nueva conclusión a la par de la primera descripción de lo profesional me encuentro con que se contradicen. Al parecer, concluyo, voy a ser mejor en mi profesión si no soy tan pro.

Amateur Profesional

Ya me había bajado de la van y despedido de Johnny. Ya estaba bajando también los archivos a uno de mis demasiados discos rígidos viajeros y ya se había largado la infaltable tormenta vespertina de Santa Teresa cuando regresó a mi conciencia otro recuerdo de conversaciones con una voz querida. Eran conversaciones con John, mi compañero compositor, cantante y guitarrista en Alai por más de 10 años. Eran conversaciones sobre el significado de la palabra amateur, tantas veces usada con connotación negativa. Los diccionarios que consulté mientras escribía este post no sólo dan cuenta de la connotación negativa asociada a este galicismo sino que además la presentan como el antónimo de profesional. En Argentina tenemos a Los Pumas torciendo la balanza de la connotación de lo amateur, pero los diccionarios no se enteraron. El caso es que amateur viene de amator (el que ama). ¿En qué momento de nuestro desarrollo social decidimos que el que ama su trabajo no es profesional? Escondida tras la invisible trama del lenguaje se esconde un solapado y horrible lugar común tantas veces experimentado por los artistas. Pareciera que si te gusta tu trabajo no es tan trabajo. Si te gusta no pretendas que encima te remuneren bien. O la contracara: cuando te empiezan a pagar por hacer algo que hacías por placer, te dan indicaciones de cómo modificarlo hasta que te deja de gustar. El tironeo clásico del artista devenido productor de entretenimiento. Quizás el modo en que hacemos las cosas sea lo que llevó a la franca contraposición de estas dos palabras. ¿O será sólo porque el que ama no está en completo control? Quizás amateur y profesional sean antónimos al fin de cuentas – pensé cuando la barra de progreso en mi pantalla arañaba el 90% . La presencia de ambas tendencias en mi carácter es sólo otro ejemplo de la ambivalencia y contradicción en el centro de mi ser. Recordé a Valentina (otra asistente al Grind Camp) describiendo los desafíos que había tenido como encargada de Recursos Humanos de una empresa chilena joven. Los millenials quieren mantenerse interesados, quieren seguir aprendiendo, quieren enfrentar desafíos – dijo. Si no tienen eso, lo buscan. Desde que me volví freelancer online siento que esos aspectos de mi carácter pasaron a ser valorados. Quienes trabajan conmigo lo hacen por ellos, y no a pesar de ellos.

Decidí que era hora de tomar una ducha y una cerveza, en ese orden. La noche iba a mejorar comiendo y bebiendo con amigas. Les compartiría a ellas estas contradicciones, práctica sumamente habitual entre chicas, y sellaríamos la comprensión con un efusivo “¡Salud!”