Empacar.exe

Son las 5 de la tarde de mi último día en Lancaster. Es sábado. Dejé a Amelia en Luca, el restaurant donde trabaja, y me vine a la casa con ganas de escribir. Pero antes de escribir me puse a empacar.

Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearseGeorges Perec - Especies de espacios

El cuarto de Amelia en Lancaster parece un altillo. Tiene un techo a dos aguas estilo inglés que baja hacia las paredes del frente y fondo de la casa, dejando apenas la franja central del techo de la habitación a una distancia normal del suelo. Todo lo demás es techo convirtiéndose en pared, o al revés. Estar acá es como estar escondida abajo de dos grandes toboganes. Aunque me gustan los espacios abiertos para correr, saltar, bailar y mirar el horizonte; también disfruto de los espacios reducidos que se me hacen acogedores. Cuando nos íbamos de gira en motor home con El Choque Urbano, me daba hasta un poco de gusto dormir en esas pequeñas cuchetas apiladas de tres en tres contra los costados del micro. Siempre me quedaba con una de las cuchetas de arriba que, por alguna razón, nadie quería. Mientras empaco, siento que las paredes-techo-toboganes de la habitación de Amelia me abrazan.

El tiempo y los juegos

Hace calor en Lancaster y empacando transpiro un poquito. Empacar no es solo doblar, arrugar aplastar y acomodar. Cada tanto me acuerdo de algo que está todavía tirado por ahí y bajo y subo las escaleras para buscarlo. Pero lo que más me gusta es hacer caber las cosas aprovechando las irregularidades de sus formas, sus puntos débiles, texturas y materiales. Me da placer encajarlas para que se cuiden unas a otras y no se rompan durante el viaje. Cuando era chica mis videojuegos favoritos eran el Tetris y el Bloques. Que me gustara el Tetris era genial, porque lo encontraba en todas partes y a menudo estaba libre aún cuando los flippers y los juegos de carreras ostentaban filas de niños y adolescentes esperando sus turnos. El Bloques, en cambio, era un placer reservado a la intimidad de mi casa: un videojuego de DOS que mi papá nos instaló en la computadora del escritorio-olor-a-madera-y-bolitas-de-naftalina. Creo que lo había programado un argentino. Consistía en empujar bloaues (que me imaginaba super pesados) por unos laberintos con restricciones y muros. La dificultad estaba en que los bloques sólo podían empujarse de a uno y hacia adelante. Uno (o sea “el tipito”) podía encerrarse en el intento. Mi función favorita del Bloques era la de armarse uno mismo un laberinto en el que después podía jugar o invitar a jugar, por ejemplo, a su hermano mayor.

  • A medida que fui creciendo cada vez jugué a menos videojuegos, empecé a pasar mi tiempo en la compu dedicada a actividades que producían algún tipo de resultado re-visitable (como los laberintos personalizados del bloques!). En el secundario empecé a usar Microsoft Publisher, un programa de diagramación de esos que te regalaban con la compra de un sistema operativo o una impresora. Todos mis trabajos prácticos llevaban tantas horas de diagramación (o diseño gráfico, ponéle) como de investigación y redacción. Abusaba de los cartuchos imprimiendo fondos de color. Muy a menudo me quedaba atrapada diagramando hasta que me llamaran a comer. Si estaba terminando, el olor a milanesas o ñoquis con manteca me motivaba a apurarme, cerrar las decisiones y mandar a imprimir. El chirrido feliz de la impresora a chorro de tinta perdía fuerza a medida que bajaba la escalera hacia la cocina. Comía excitada y rápido (ahora todavía me pasa) para después correr escaleras arriba (sacudiendo la cena mal masticada) a inspeccionar el resultado tangible de mis esfuerzos.

Peso y Volumen

Me da gusto empacar en la habitación-abrazo de Amelia. Percibir por las ventanas que la luz nublada de la mañana se torna amarilla porque el sol quiere brillar esta tarde. Mañana temprano salimos en auto rumbo a New Orleans. Me voy de acá con más equipaje del que llegué. Sabía que venía a USA a comprarme artículos que necesitaba hacía rato pero cuya compra posponía para poder hacerla acá: el país estrella de la sociedad de consumo donde encontraría mejor precio, más opciones y envío a domicilio gratis y veloz. Llevaba meses apuntando en mis cuadernos y aplicaciones una lista creciente de cosas y cositas que sumar a mi selección de compañeros de viaje. El jueves me llegó lo último. Ayer me dediqué un buen rato a desarmar empaques de todos los colores y tamaños que estaban ocupando un espacio enorme en la pequeña habitación altillo de Amelia.

  • Es sorprendente con que poco peso se puede fragmentar el espacio, ocuparlo, determinarlo. Una vez desmontadas y apiladas, las cajas de cartón me dan pena: tan jóvenes y útiles ya destinadas al recicle. Decir que me da pena el cartón es claro, decir que me da pena lo que nosotros hacemos con él. Además de defragmentar el espacio y aplastar muchos gramos de cartón en perfecto estado, tuve que comprar un bolso más grande para despachar en mi próximo vuelo. United Airlines me cobra 20 dólares por el primer bolso registrado y el doble por el segundo, sin importar que entre los dos ni siquiera alcancen el límite de peso. Mi bolso me quedó chico en volumen, y despachar otro bolso pequeño que ya tengo me costaría demasiado caro.

Todas mis cosas

Conforme avanzo me doy cuenta de que mi nuevo bolso acomoda fácilmente todas mis cosas nuevas mezcladas con las viejas. Todas mis cosas. ¿Es mío lo que llevo conmigo? Ciertamente las cosas que viajan conmigo las siento importantes, íntimas, elegidas. Pero también están bajo permanente revisión. En cualquier momento puedo dejar alguna por el camino. Y mis cosas que no vienen conmigo, ¿cuáles son? La habitación de Amelia fue mía estos 20 días, por obra de su generosidad. También fue mía la bici mágica que voy a llevar hasta la casa de su dueña y dejar atada a la verja de donde la recogí; apenas termine de empacar.

Mis máquinas de coser están en manos de una amiga que las cuidará y usará como si fueran de ella. Quizás ya sean de ella. No tengo ollas ni tablas ni heladeras hace mucho tiempo, pero siempre estoy ensuciando y lavando ollas y tablas, llenando y vaciando heladeras. Me acerco peligrosamente a un asunto filosófico infinito. No voy a atravesar esa puerta en este post, pero les comparto que guardar cuidadosamente todo lo que cargo es casi un juego que me lleva al umbral de estas preguntas laberínticas donde me puedo perder o encerrar, como en el Bloques.

Actualizar y reiniciar

Al final, creo, no he cambiado tanto ni nunca lo haré. Mi hardware envejece y mi software se actualiza hacia la próxima versión. Se actualiza para no quedar obsoleto y para garantizarle a los usuarios (¿o sea yo?) una mejor experiencia. Mientras tanto, empaco y me voy.