Primera vuelta

Este no es un post político, aunque las fechas darían para que lo fuera. Se estaba cumpliendo casi un año de la primera vuelta de las elecciones con las que terminaría un ciclo político en Argentina y un ciclo, a secas, en mi vida. Me fui de Playa del Carmen a mitad de la noche del 29 de Noviembre, soñolienta y melancólica. Pasku me había despertado sacudiéndome suavemente la pierna derecha y ahí nomás, entredormida, agarré todo, bajé, lo saludé y me fui. Mientras el taxista (que era un vecino con quien habíamos arreglado un monto fijo por el viaje ya que Uber no ha conseguido funcionar en Playa del Carmen) avanzaba por la autopista semi desierta yo intentaba entusiasmarme con mi próximo trayecto. Por primera vez en mi año sin invierno, estaba volviendo a un lugar. Hasta ahora todos los buses, aviones y botes a los que me había subido iban en dirección a lo desconocido, a algo nuevo, a una primera vez. Había varias razones por las que volvía a Costa Rica:

  • Mi vuelo de regreso a Argentina era desde San José el 29 de  Diciembre
  • Me había parecido una buena idea pasar un último mes de puro surf y amigos en Costa Rica, tranquila, sin grandes sobresaltos viajeros, antes del shock de volver a Buenos Aires
  • Costa Rica es precioso y siempre van a dar ganas de volver

Todas esas razones seguían vigentes y válidas en el taxi que avanzaba hacia el aeropuerto de Cancún pero a mí me costaba alegrarme. En este caso el problema no era volver a Costa Rica, sino irme de Playa cargada de una tierna curiosidad que no podría atender. Sola, con todas mis pertenencias empacadas y mirando por la ventanilla me sentía melancólica. Una autopista vacía en la madrugada al otro lado de la ventanilla es un territorio anónimo, igual a sí mismo en México que en Pekín. Mi melancolía, aunque familiar también, no era para nada anónima. Pasku y yo habíamos entreabierto una puerta de la que brotaban miradas y preguntas a borbotones y yo, alejándome, sentía la catarata llamándome, acelerando su caída para arrastrarme hacia el camino del que ahora me alejaba.

Como en casa

Al parecer esa noche concentraría varias de las sensaciones desagradables reservadas para quien viaja. Viajar es irse sin querer a veces, es sentir melancolía ante autopistas anónimas y cataratas de curiosidad desatendidas. Viajar es también morir de sueño y frío en sillas aeroportuarias diseñadas por el enemigo con el fin de torturarnos. Volé de Cancún al DF y del DF a San José. Vuelos cortos, una sola escala y sin embargo este itinerario me costó bastante. Después del desfile de incomodidades (sillas, butacas, chequeos de seguridad) que atravesé con unas ganas descomunales de estar durmiendo, llegué otra vez a San José. Esta vez sabía qué esperar, sabía que no había internet dentro del aeropuerto una vez traspuesta cierta puerta, sabía qué bus tomarme y a dónde: exactamente en la misma parada suburbana donde había sentido en Mayo que empezaba mi viaje. Estaba cómoda, hasta le pedí al aguatero de la parada que cuidara mi bolso más grande mientras yo iba a cargar crédito a mi sim tico en un kiosco. Sólo quedaba tomar ese bus hasta Jacó y luego llegar a lo de Amelia. Ella se había mudado, pero yo conocía el lugar donde vivía ahora porque era justo encima de lo de otro amigo que me había hospedado unos días ni bien llegué a Jacó por primera vez. De hecho, ella había conseguido ese lugar a raíz de hablar con Ramiro un día que pasamos juntas por ahí antes y después de grabar la primera videocanción:Transversal. Aunque seguía agotada, una sensación nueva y hermosa me alegraba: me sentía como en mi casa. No tenía que aprender mapas o nombres, estaba completamente orientada y tenía amigos y conocidos que hilaban mi ruta inmediata. Era increíble sentirme así en mi primera vuelta del viaje, el regreso a un país en el que sólo había pasado dos meses. Otra vez disfrutar de los guacamayos sobrevolando la ciudad, de los tucanes saludando en el desayuno, de las olas a pasitos nada más, de los jugos y aguas naturales, del gallo pinto y los casados. Llegué a la nueva casa de Amelia antes que ella saliera de trabajar, me descalcé y la esperé entusiasmada, tenía muchísimas ganas de verla. Con el pecho hinchado de alegría encontraba en este cotidiano cotidiano transitorio de Jacó, mi primera vuelta, la sensación de hogar que tanto disfruto.