Etimologías #6 Confiar

Viajando sola, mi confianza debe calibrarse con mi desconfianza para avanzar en mi improvisado salto al vacío que será con suerte amortiguado por manos y redes siempre nuevas, desconocidas. Quienes viajamos solemos coincidir en que la intuición juega un papel importantísimo en nuestro historial de decisiones viajeras. Cuándo confiar en quién, cuándo despreocuparnos, cuándo prestar obsesiva atención. Quienes nos miran sorprendidos soltarlo todo y lanzarnos quien sabe a dónde confiando en que todo saldrá bien preguntan, apenas tienen ocasión: “¿no te da miedo?” Es que la aventura necesita ese acto de arrojo, esa cuota de riesgo, ese salto de fe. Y la palabra fe, que tiene una fuerte impronta religiosa; está justamente en la raíz del verbo que me propuse investigar hoy: Confiar.

El verbo Confiar se compone del prefijo con, que quiere decir “junto” y el verbo fiar que no sé a ustedes pero a mí me hace acordar al kiosco del barrio y sus caramelos, chupetines y la yapa. Fiar tiene su raíz en el latín “fidĕre”, la forma verbal de “fides”, fe en latín.

Cuestión de Fe

La palabra fe es complicada de definir de por sí. Fuera de sus acepciones vinculadas al mundo religioso, otra pista que encontré buscando en el diccionario fue la de seguridad . Pero, ¿no es justamente cuando nos sentimos muy inseguros que entra en juego la fe? Cuando algo nos abisma, nos desafía y no tenemos cómo asegurarnos, es ahí cuando nos vemos frente a la decisión de confiar o no. Confiar implica tomar riesgo y ésto ocurre cuando no hay seguridad. Poniéndome filosófica (no puedo con mi genio) podría decir que nunca hay seguridad y siempre hay riesgo en nuestra existencia entrópica; pero en este caso me estoy refiriendo a situaciones en las que el riesgo se coloca en primer plano de nuestra percepción. O sea que hay conciencia de riesgo, evaluación de riesgo, temor. Me remite a ese momento de duda antes de decidir si dar o no dar un paso. En esos casos tenemos bastante claro de qué manera las cosas podrían salir mal o tenemos mucho invertido y tememos perderlo (este no es un ejemplo netamente materialista, puede ser ilusiones, afectos, emociones, trabajo).
La fe es un concepto huidizo que todos conocemos y usamos unívocamente, pero es casi imposible definirlo sin usar el verbo que estoy desmenuzando y que lo tiene como raíz. De hecho hasta el diccionario de la Real Academia Española ¡define fe usando la palabra confianza! Un perro (erudito) que se muerde la cola despierta mi silenciosa indignación nerd tras la pantalla.
Hecha la exclamación pertinente, me quedan algunas pistas más. En la misma lista de definiciones en la que el perro de la fe se muerde la cola con confianza, aparecen la verdad y la promesa. La palabra verdad me vuelve a complicar la vida de investigadora etimológica amateur, pero para ahorrarles caracteres y caracteres de aburrida filosofía barata, volvamos al kiosquero que me fiaba de chiquita: creía que mi promesa de pagarle era verdad. Asumía un riesgo, sí, se exponía a ser traicionado por una enana de dos colitas y dientes de leche. ¿En qué consistían el riesgo y la promesa? En el pago en diferido, en la espera, el tiempo entre la promesa de pago y la verificación de si la enana sonriente mentía o no. Parece que tanto en la fe como en la confianza hay una flecha arrojada hacia adelante, una actitud que dialoga con un futuro incierto… un futuro, bah.

Arriesgar Juntos

Con es el prefijo que transforma la fe de nuestro verbo estrella de hoy. Además (¿y antes?) de un prefijo es una preposición que quiere decir “junto”. ¿Qué le hace este prefijo a la fe? La vincula. Uno confía en algo o alguien.
En el caso del kiosquero, al confiar en mí él se arriesgaba, pero ¿junto a mí, conmigo? Al parecer no. Su confianza establecía una asimetría en nuestro vínculo, él me otorgaba la posibilidad de traicionarla. El riesgo lo asumía todo él, a mí me pasaba otra cosa: pasaba a tener la responsabilidad de honrar su confianza. En el caso de los caramelos eso era relativamente sencillo, yo no había incurrido en una deuda demasiado pesada. Sin embargo yo también quedaba expuesta a raíz de esta asimetría que la confianza del kiosquero creaba. Me exponía a manchar mi reputación, a dañar nuestro vínculo, a tener que caminar más lejos la siguiente vez que quisiera golosinas. Salvando las distancias y sin ánimo de irme por una rama larguísima, lo mismo sigue sucediendo cada vez que entablo relaciones de suma no nula (de colaboración) con amigos, conocidos circunstanciales y clientes. En los actos de confianza, los riesgos suelen no estar repartidos equitativamente. Alguien se expone primero, regala, se hace vulnerable a la traición de su contraparte, confía. Las relaciones de suma no nula (que me obsesionan y pueden comprobarlo en este post) necesitan de comunicación y confianza para prosperar. Como el proyecto en Inglaterra en el que mi pago fue la mismísima computadora portátil en la que estoy escribiendo ahora. Yo inauguré esa cooperación en el segundo Skype que tuvimos regalando una idea que podía serme robada y ejecutada por otros sin que yo viera ninguno de sus beneficios. Me arriesgué y confié no sólo en su buena fe sino en que tampoco era tan fácil reemplazarme con otro ejecutante al otro lado del mundo. Salió bien, claro, y la confianza que inauguré ese día continuó reforzándose con sucesivas confianzas mutuas, discusiones y acuerdos. Parece que lo de juntos que el prefijo con le agrega a la fe de confiar no es simultáneo ni instantáneo; no arriesgamos por igual ni al mismo tiempo. Este juntos se ve atravesado por la flecha que proyectada hacia el futuro inaugura un vínculo entre partes. Me atrevo a pensar (y escribir!) que no hay relación que no esté atravesada por cierto grado de fe, de riesgo y de incertidumbre. También que todo acto de confianza abre posibilidades nuevas de colaboración pero también de decepción.

Relación y Movimiento

Pero muchas veces uno no confía en otra persona como hacía el kiosquero conmigo o como hice yo con los ingleses en nuestro Skype; sino que confía en el destino, en uno mismo o en la buena suerte. ¿Y qué pasa con nuestro nexo con entonces? Cuando en lugar de relacionar a dos personas nos relaciona con nosotros mismos, con el cosmos o con ideas abstractas como el destino o la suerte. Pienso en por qué será que hemos elegido este verbo para nuestro hablar cotidiano, ya que fiar quedó únicamente reservado a los kiosqueros (de antaño). Por qué decidimos quedarnos con la versión del verbo que incluye un nexo aún en los casos en los que éste no parece estar justificado. ¿Qué necesita un nexo para justificarse? Lo que yo creo que viene a hacer este nexo que se nos antepone a la fe es justamente lanzar la flecha, comenzar un movimiento. La conciencia de estar arriesgándonos nos hace hablar de confianza, del salto dado sin ver la red (pero suponiéndola). No importa si dejamos la posible decepción en manos de otro humano, un animal o la caprichosa combinación de accidentes que se sucedan luego de nuestro acto de vulnerabilidad voluntario; adivino que el nexo justifica su presencia porque nos pone en movimiento, porque arroja la flecha del futuro e inaugura nuevas relaciones aunque más no sea con lo que éramos hasta justo antes de confiar.