Pto Escondido: redescubrir el Pacífico

Francesa, Ari y yo fuimos todas de San Cristóbal a Puerto Escondido pero cada una a su tiempo. Puerto era, por coincidencia, el último destino planificado de cada uno de nuestros viajes improvisados de mujeres que viajan solas encontrando compañeras. Francesca (que ya conocía Puerto y era su regreso luego de 8 años) se fue primera; yo segunda, apenas mandé el video a mis clientes y Ari algunos días después. Las tres tomamos el ADO por la tarde y viajamos 12 horas toda la noche. Llegamos escalonadas con uno o dos días de diferencia y cada una fue a parar a un sitio distinto de acuerdo a sus ganas y circunstancias. Las mías, como ya conté, habían cambiado porque tenía un proyecto grande online. Eso suspendía la búsqueda de trueques o trabajo offline e implicaba un poco más de exigencia en el alojamiento: estabilidad de wi fi, privacidad y comodidad para trabajar.

Sin reserva

Ya desde San Cristóbal había estado mirando opciones de alojamiento pero no quise comprometerme a nada antes de llegar. Los precios se veían accesibles y claramente no era temporada alta, así que iba a tener para elegir. Sabía que iba a querer instalarme en algún lado por al menos dos semanas porque tenía trabajo que terminar y porque quería hacer mi primer curso de buceo que toma 3-4 días. (Casi todo el mundo lo hace en 2 pero a mí eso de hacer las cosas que elijo a las apuradas no me gusta nada). Justamente porque quería instalarme en algún lugar a donde estuviera a gusto, no lo iba a reservar sin ver, sin conocer un poco el mapa y tener una impresión de cada playa. No sólo necesitaba estar cómoda para trabajar, quería estar cerca de alguna ola adecuada a mi nivel si es que eso era posible. Por mucho que Internet haya facilitado la vida del viajero, semejante malabareo de variables no se puede hacer con éxito antes de llegar. Así que me fui a Puerto sin reserva, pero con la idea de parar la primera noche en el hostel de Lalle: amiga de un amigo que había hecho en Nicaragua.

Partes de Puerto

Ni bien llegué a Puerto me fui al hostal de Lalle a donde iba a quedarme. “Vivo Escondido” está en Playa Carrizalillo, que es una playa chiquita al norte de la playa principal de Puerto: Zicatela. De Lalle sabía que nuestro amigo en común consideraba que íbamos a llevarnos bien, que era italiana y que también estaba aprendiendo a surfear. Carrizalillo es pequeña y acogedora, hay que bajar una escalera un tanto empinada desde la que la vista es preciosísima. Lo único que sabía antes de llegar es que tiene olas más suaves que Zicatela, la playa central de Puerto. Playa Zicatela es bastante larga, famosa por olas grandes, rápidas y pesadas. La onda de los barrios cambia bastante de una punta a la otra de Zicatela. En el extremo norte de Playa Zicatela hay una bahía que llaman Bahía Principal. Es la zona de la playa reservada para las embarcaciones y donde está la capitanía de puerto. Desde ahí salimos a bucear todas las inmersiones de mi Open Water. De ahí para arriba (alejándose del mar) está el centro centro de la ciudad. El centro turístico, en cambio, se extiende desde alrededor de la mitad de Playa Zicatela hacia el Sur. Hay una costanera doble mano asfaltada con hoteles, Oxxos y comercios de un lado; y restaurantes sobre la playa del otro. La “Punta” sur de Zicatela es la zona más hippie chic de Puerto. Ahí se concentran los hostales para quienes quieren andar descalzos sobre calles de tierra (arena!) que, cuando tienen demasiada roca, vegetación, desnivel o desmadre para que pase un auto en México les dicen terracerías. Casi a la altura de la Punta pero más lejos del mar está el barrio donde terminé instalándome: Brisas de Zicatela. Elegí una habitación privada con baño privado y cocina compartida (perfecto para mí) sobre una calle de esas que llaman terracería. De hecho terminó gustándome tanto esa calle que la elegí para grabar el cuatro de la cuarta videocanción: Pura Potencia.

Compu, surf y buceo

Elegí estar un poco más lejos del mar un poco por el precio y otro poco porque tenía ganas de estar cerca de la Punta chic pero no instalada ahí. Hay momentos en que necesito darme circunstancias claramente distintas a la de las muchedumbres turísticas o viajeras. Durante algunos días o semanas me dan muchas ganas de tener una cueva querida a donde cerrar la puerta y dedicarme a mis cavilaciones y creaciones digitales. Idealmente, esa cueva viene con una cocina para hacerme de comer mientras se hacen los renders. Encontré exactamente eso en Casa Lai, una casa de 6 habitaciones privadas con cocina compartida. Como estaban todavía terminando de pintarla, apenas compartí con dos o tres personas más durante mi estadía ahí. Trina fue la voluntaria que estaba a cargo cuando llegué y nos hicimos amigas instantáneamente. Es una inglesa arteterapeuta y con un gran sentido del humor que estaba intercambiando alojamiento con el dueño de la casa. En los ratos que le dejaban libre sus tareas de manejar la casa y pintar un mural en una habitación nos la pasamos bromeando, compartiendo desayunos y riéndonos la una de la otra. También nos fuimos juntas a hacer el tour de bioluminiscencia. Es uno de esos tours cliché pero muy hermoso. Ojo, si van, asegúrense de que estén activas las bacterias para que no les vendan gato por liebre. Mi habitación en esta situación idílica me costó algo así como 5 dólares la noche porque la reservé por 15 días (105 pesos mexicanos pre-Trump). A ese precio le sumé una bici que pagué 400 pesos mexicanos por los 15 días también. La tabla decidí alquilarla cada vez. Eso era especialmente conveniente si pensaba ir cambiando de playa según las condiciones para no tener que estar metiendo la tabla en el taxi cada vez (aunque verán más abajo en una foto que los taxistas de la zona están muy acostumbrados a eso!)

En este caso, por alejarme de la punta, me iba a ser más incómodo ir a surfear, pero lo cierto es que a los pocos días de llegar ya me había quedado claro que no era temporada de surf en Puerto. Llegué el 18 de Octubre, invierno (calor de locos todos los días eh, pero le dicen invierno igual). Que las olas estuvieran pequeñas era bueno porque las olas de Puerto no son joda, famosas por romper tablas y columnas vertebrales; no me hubiera animado a intentar. Pero en la Punta o en Carrizalillo, que es donde conviene surfear cuando uno es principiante o intermedio, estaban saliendo muy pocas olas y muy gordas… de esas que hay que surfear de longboard para poder tomarlas (con suerte). Mi primera noche en Puerto Fran me invitó a comer con ella a lo de Lorenzo, el instructor de buceo para el que ella había trabajado 8 años antes. Fue una noche de pastas con mariscos, risas, español e italiano mezclados; de brindis e historias de México. Mientras cenábamos le pregunté a Lorenzo para hacer el Open Water con él. Después de frustraciones y esperas varias, quería empezar a bucear de una vez. Poco me importaba que el Pacífico fuera el mar para surf por excelencia y no así para buceo; que sus condiciones no fueran ideales y su visibilidad normalmente muy por debajo de la que ofrece el Caribe. Me pareció que para empezar a bucear era más importante con quien y cómo que a dónde. Además en Puerto no era temporada de olas y yo no podía moverme de nuevo muy rápido porque tenía que trabajar. Las playas eran preciosas y el alojamiento barato – especialmente barato porque unos bloqueos en la ruta que habían estado haciendo los maestros habían complicado la llegada del turismo durante meses, nos explicó Lorenzo. Él me caía muy simpático, tenía más de 10 años de experiencia buceando ahí y me certificaría a mí sola porque no había nadie más en esos días. Esa noche intercambiamos números para ponernos de acuerdo en cuándo empezar. El panorama era inmejorable: mis días en Puerto alternarían entre compu, surf y buceo. Lo que yo no sabía era que a todo eso se sumarían los mejores atardeceres de todo el viaje: los atardeceres de Puerto son inolvidables.

Bajo el mar

Mi Open Water fue un auténtico placer. Tomó más tiempo de lo normal, porque justo cuando empezamos entró una marea roja de varios días y tuvimos que esperar. Por suerte yo no tenía problema con eso, tenía tiempo y otras ocupaciones que atender dentro y fuera de mi cueva conectada. Desde el principio me sentí a gusto respirando con el equipo abajo del agua. En mi primer buceo en el mar tuve que bajar por el cabo de ancla porque había corriente y muy mala visibilidad durante los primeros 8-9 metros. Ese primer descenso me asustó un poco, pero controlé el miedo diciéndome que Lorenzo estaba muy cerca de mí y que no pasaba nada. Cuando llegamos abajo y pude ver me relajé. Los buceos que siguieron sólo me sentí más y más cómoda, eso que el Pacífico siguió regalándome inmersiones con corrientes fuertes y visibilidad moderada. Vi peces, corales y tortugas y supe que no me había equivocado: mi recorrido por el mundo submarino recién comenzaba. Si quieren bucear con Lore en Pto, aquí lo pueden contactar. Me encantan la lentitud y el silencio del buceo. Me sorprendió empezar a descubrir lo diferentes que son las dos actividades acuáticas que me propuse aprender en este viaje. Sólo varios buceos y sesiones de surf más tarde pude empezar a ponerle palabras a esas diferencias. En principio el buceo parecía más difícil y desafiante desde afuera, antes de empezar a aprenderlo. El surf en cambio se ve mucho más fácil y natural desde la orilla de lo que resulta las primeras veces que el mar te centrifuga, pega y hace tragar agua.

Surfear puede ser peligroso incluso en las condiciones más suaves. Sin ir más lejos, en esos días que estuve en Puerto Escondido, la Punta Zicatela era un sitio peligroso para surfear a pesar de que las olas eran suaves y pocas… o quizás precisamente por eso. Puerto se volvió un destino muy popular donde el surf es una de las actividades económicas principales. Por eso, la Punta Zicatela se superpuebla cuando salen las olas. Me ha tocado estar ahí afuera y que al acercarse la puesta del sol se sumen las clases y clases de principiantes con super longboards hasta ser más de 60 personas intentando practicar con las pocas olas que aparecen. Los instructores todos quieren trabajar, pero la Punta se vuelve ridículamente peligrosa en esos momentos. He vuelto a la orilla en una ola pequeña y no demasiado rápida esquivando turistas de todos los colores y edades con bastante temor de lastimarlos. Otra diferencia: el surf es una actividad que no está regulada, los instructores son surfistas experimentados y ya, no hay límites de seguridad ni certificaciones, no hay protocolos preventivos como en el buceo. En situaciones como la superpoblación de la Punta me encontré pensando que eso quizás sea en algún momento necesario conforme el deporte se siga popularizando. En cambio, bucear fue muy rápidamente una experiencia segura y suave para mí. Siempre hay otro/s con uno bajo el agua y hay protocolos sobre como ayudarse y cómo funciona el compañerismo ahí abajo. Estar bajo el agua pateando apenas con las aletas y muy atenta a la respiración me hacía sentir en una clase de yoga con visuales increíbles y sin transpiración. Después de certificarme, fui a bucear con Lore varias veces más y tuve la certeza de que quería hacer el Advanced (el curso que le sigue al Open Water) ni bien llegara al Caribe mexicano.

Barra de la Cruz

Mientras hacía mi curso de Open Water, avanzaba con el video para mis clientes online en mi cómoda habitación conectada. Lalle y yo nos juntamos a cenar en la Punta varias veces y nos prometimos hacernos un viaje de surf juntas a olas mejores y no superpobladas en cuanto yo pudiera alejarme de mi compu. Ella hablaba de un pueblo precioso y pequeño sin señal de celular ni internet donde había olas geniales para surfistas intermedios. Ni bien terminé el video para Agbag, Lalle y yo congeniamos sus días libres con los míos y nos fuimos a Barra de la Cruz a buscar olas. Lucy, que había trabajado de voluntaria en el hostel de Lalle hacía algunos meses, decidió venir con nosotras. Ahí fuimos una italiana, una inglesa y una argentina a descubrir Barra de la Cruz.

El pueblo es precioso, chiquito y acogedor. Para llegar a la playa hay que caminar como media hora (si uno no tiene auto ni pega ride/carona/aventón). Llegando a la playa hay que pagar una entrada barata a una cooperativa de vecinos que no es muy estricta con los precios. Quienes nos atendieron fueron siempre muy simpáticos. Sobre la playa hay sólo una palapa (ranchito) restaurant donde comimos exquisitos ceviches y mariscos apanados. El resto de la playa está virgen. El placer de mariscos y chelas sobre una playa virgen sólo puede ser superado por el placer de mariscos y chelas sobre una playa virgen después de 3 horas de surf (si no miren mi cara de éxtasis en esta foto).

Las olas en Barra son derechas de un point break que empieza por fuera de una saliente de piedras hermosas. La forma es tal que el primer tramo de ola se acerca mucho a una pared de piedras a donde casi termino estampada durante mis primeras horas de sesión. Después de ese pequeño susto me coloqué a buscar las olas un poco más adelante en su recorrido, fuera del peligro de terminar contra las piedras en 2d como una pantera rosa surfista. Nos alojamos en las Cabañas Pepe, hermosas palapas con cama, mosquitero y ventilador donde además me alquilaron la tabla.
Nos costó 100 pesos mexicanos por persona. En el pueblo hay dos restaurantes: uno típico mexicano que sirve pescados, mariscos y tiene una rockola llena de rancheras (pero también otros géneros, ojo) y una pizzería de luz tenue y ambiente barroco. Comimos una vez en cada uno y me gustaron mucho los dos. La escapada a Barra es imperdible si uno es un surfista intermedio (o incluso bueno) y está pasando por Puerto Escondido.

Cambio de mar

Terminé mis días en Puerto Escondido muy feliz y sin ganas de irme. El video para mis clientes online terminado, el pago recibido; certificada de Open Water y con un par de buceos de yapa; de regreso al surf y a la vida llena de sal.
Como si todo eso fuera poco, recibí una invitación alucinante desde Buenos Aires. Los organizadores de DNX Buenos Aires, la primera conferencia de nómadas digitales en Argentina me invitaron a dar una charla en lo que sería el primer evento de este estilo a realizarse en Latinoamérica, en Ciudad Cultural Konex el 1ro de Marzo de 2017. A partir de esa invitación, mi cabeza usaba cada minuto de pedaleada en Puerto para pensar en los contenidos de la charla.
Me quedó pendiente ir a Oaxaca a conocer, ni siquiera el Día de Muertos logró tentarme lo suficiente para sacarme de mi adorable cotidiano transitorio en la pequeña ciudad caliente, salada y barata de Puerto Escondido.
El 11 de Noviembre volé al Caribe en busca de más buceo para mis últimos días en México. Ya tenía mi vuelo de Cancún a Costa Rica para un mes antes de mi partida hacia Buenos Aires el 29 de Diciembre de 2016. El plan era pasarme el último mes de mi viaje surfeando y visitando a lxs queridxs amigxs de Tiquicia que hice al comienzo de toda esta aventura. Pero como ya se deben imaginar, hecho el plan sucede el accidente.
Mientras me subía al avión de Interjet en el diminuto aeropuerto de Puerto Escondido, atesoraba los recuerdos frescos del Pacífico mexicano prometiéndome volver a pasar por ahí pronto. México no dejaba de deleitarme en cada nuevo rincón que le conocía.

Chau Pacífico, ¡volveremos a encontrarnos!